La Navidad de Snowy
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Preguntas-Diccionario del Erudito-Curiosidades
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La Navidad de Snowy
La Navidad de Snowy
Ese año, los niños estaban muy contentos, porque iban a tener una Blanca Navidad. En efecto, poco antes de Nochebuena había caído una fuerte nevada, y se esperaba que la nieve aguantase varios días antes de derretirse.
Con la nieve todo estaba muy bonito, y además podían patinar sobre el estanque helado, jugar a dejar huellas, o hacer un gran muñeco de nieve. Eso era precisamente lo que habían hecho los niños del barrio, y en lo alto de la colina había aparecido Snowy. Era un muñeco gordinflón y sonriente, con un elegante sombrero de copa, una bonita bufanda, una larga nariz de zanahoria, una gran sonrisa pintada en su cara, y con ramitas como brazos.
Los niños estaban muy orgullosos de Snowy, y les gustaba mucho jugar cerca de él. Se tiraban en trineo desde lo alto de su colina, le usaban para que no les vieran cuando jugaban al escondite, echaban carreras alrededor de él, y cuando hacían guerras de nieve a su lado, su sonrisa bonachona les recordaba que no tenían que tirar las bolas muy fuerte para no hacerse daño. Alguna vez, cuando nadie miraba, Snowy, que era muy bromista, tiraba una bola de nieve a algún niño despistado, que se quedaba muy sorprendido y sin saber quién se la había arrojado.
Snowy se llevaba además muy bien con los vecinos que pasaban por delante de él al ir y volver del trabajo, y con los animalillos de un bosque cercano, sobre todo con los pájaros, a los que les gustaba posarse en las ramas de sus brazos. Su mejor amigo era un simpático pajarillo parlanchín llamado Birdie, que cantaba de maravilla, y que mantenía a Snowy informado de todo lo que pasaba en las partes del barrio que éste no alcanzaba a ver desde lo alto de su colina.
A Snowy le gustaba sobre todo cuando Birdie le hablaba de cómo iban preparándose sus amigos para el día de Navidad. Las noches eran cada vez más alegres, con luces de colores que brillaban en muchas de las casas, y con el sonido de los villancicos que los niños cantaban con sus papás.
Llegó por fin la Nochebuena, y Snowy estaba disfrutando más que nunca viendo todo lo que pasaba en el barrio. Por eso le extrañó ver que de repente Birdie estaba triste. “¿Qué te pasa, buen amigo?” le pregunto Snowy. “Que con lo bonita que es la Navidad, me da pena ver a los que tienen problemas y no pueden disfrutarla como nosotros”. “¿Quién tiene problemas, Birdie?” El pajarillo contestó “Cuando venía volando para acá, he visto a Mamá Coneja, que me ha dicho que lleva toda la tarde buscando comida para preparar una cena de Navidad a sus conejitos, pero que con tanta nieve no encuentra nada”. Snowy también se puso triste, pensando en que no podrían disfrutar de la Nochebuena esos suaves conejitos que tanto le gustaba ver saltando a su alrededor.
De repente, la gran sonrisa de Snowy se iluminó. “¡Birdie, ya tengo la solución! Lleva a la madriguera de Mamá Coneja la gran zanahoria de mi nariz, con eso podrán tener una estupenda cena de Navidad!” Birdie exclamó contento “¡Qué gran idea!” Pero de pronto dijo preocupado “¡Snowy, si hacemos eso, te vas a quedar sin nariz!”. Snowy respondió sonriente “No importa, total, con tanto frío estoy siempre constipado. ¡Mejor, así no tendré que sonarme la nariz!”. Snowy acabó por convencer a Birdie, que se encargó de llevar la gran zanahoria a Mamá Coneja. ¡Qué contenta se puso! Y Snowy también cuando se lo contó Birdie.
“Mira, Birdie” dijo Snowy, “Mientras estabas fuera, he pensado que podíamos hacer más cosas para alegrar la Nochebuena a nuestros amigos. Por ejemplo, podrías llevar mi sombrero al señor Rodríguez. Siempre me saluda muy simpático cuando pasa, y tiene que pasar mucho frío en la cabeza con esa calvorota que tiene”. Birdie le preguntó a su amigo Snowy si no se le quedaría muy fría la cabeza a él, y Snowy le respondió que no, que estaba bien así, y que en realidad lo que le preocupaba era que igual dentro de unos días subiría algo la temperatura. Birdie se entristeció, pensando que su amigo muñeco de nieve corría el peligro de derretirse en cuanto asomaran los primeros rayos de sol, pero Snowy interrumpió esos pensamientos diciendo con voz divertida: “¡Venga, Birdie, que vuelas menos que una gallina! Vete ya, que al pobre señor Rodríguez se le van a congelar las ideas. ¡Y vuelve rápido, que quedan otros recaditos por hacer!”
Snowy y Birdie regalaron luego la bufanda de Snowy a ese niño pequeño que casi no salía a jugar porque no tenía ropa de abrigo y pasaba demasiado frío, y dieron los botones de los ojos de Snowy a una niña del barrio para que se los pusiera a su oso de peluche, que se había quedado sin los suyos al caerse un día desde una estantería. Y las ramas de los brazos se las llevaron a una ancianita que necesitaba leña para su casa, pero que no había podido salir a buscarla porque le dolía la espalda.
Ya entrada la noche, Snowy y Birdie acabaron por fin de hacer el reparto. Ahora Snowy era solo tres grandes bolas de nieve con una sonrisa pintada en la que estaba más arriba, pero la sonrisa se veía más grande que nunca, y Snowy le dijo a Birdie que a pesar del frío de la noche, notaba por dentro un calorcito especial que le hacía sentir de maravilla. Birdie estaba también muy contento: estaba muy orgulloso de haber ayudado a su generoso amigo, y además, cuando salía de casa de la ancianita, le había parecido que el Niño Jesús de su Belén le había sonreído.
Pero Birdie estaba también preocupado por su amigo Snowy. Igual ahora los niños ya no le veían tan bonito como antes, y dejaban de hacerle caso, o peor aún, podían coger la nieve del muñeco y usarla para hacer una guerra de bolas de nieve. Y luego en todo caso estaba el peligro de que subieran las temperaturas y …
Estaba Birdie distraído con esos pensamientos, cuando de repente oyó un tintineo de cascabeles, primero lejano, pero luego cada vez más próximo. Miró hacia arriba y vio una pequeña luz roja, que cada vez se iba haciendo mayor y más brillante. ¿Qué era eso? De pronto, oyó una fuerte carcajada “HO, HO, HO!”, y se dio cuenta de que la luz roja era la nariz de Rudolph ¡Y que Papá Noel estaba aterrizando con su trineo justo delante de ellos!
¡Birdie estaba impresionado! Además, vio con sorpresa cómo el trineo de Papá Noel llevaba enganchado un extraño remolque del que Birdie nunca había oído hablar. “No te extrañes de ver ese remolque” le dijo Papá Noel, adivinándole el pensamiento “Es una cámara frigorífica, que usamos para llevar helados y comida congelada – pero que ahora usaremos para llevar a tu amigo Snowy de viaje!” “¿De viaje?” dijo asombrado Snowy “Sí, ya veréis” dijo sonriente Papá Noel. Y Snowy de repente se elevó del trozo de colina en el que había pasado toda su corta vida, y fue por el aire despacito hasta meterse en la cámara frigorífica del trineo.
“Birdie, tú siéntate aquí a mi lado, estarás más calentito mientras hacemos nuestro viaje”. Birdie, todavía piquiabierto por la sorpresa, estaba acabando de acurrucarse en el asiento del trineo junto a Papá Noel cuando esté gritó “Adelante, Rudolph!”. Una lechuza de un bosque cercano que estaba aún despierta alcanzó a oír a lo lejos el eco de un “HO, HO, HO” entre el sonido, cada vez más tenue, de unos cascabeles.
Y es Snowy el precioso muñeco de nieve que puede verse en el jardín que hay a la entrada del almacén que tiene Papá Noel en Rovaniemi, en Laponia, en la Tierra de las Nieves Eternas, donde Snowy ya no corre peligro de derretirse nunca. En el centro de su cara hay una nariz de zanahoria aún más grande y bonita que la de antes. Como ojos tiene brillantes piedras preciosas, luce una linda bufanda de colores que le dieron sus amigos los elfos, y en su cabeza lleva ahora orgulloso un gorro de fieltro rojo, con un pompón blanco al final, que le regaló el propio Papá Noel. Y tiene dos preciosas ramas de abedul como brazos, en la que se posan sus amigos los pájaros, con un sitio especial para su inseparable Birdie.
Snowy y Birdie no han olvidado a sus amigos del barrio, y todos los años le dicen a Papá Noel que se acuerde especialmente de ellos, y también de todos aquellos que, compartiendo sus cosas, hacen realidad el espíritu de la Navidad.
Alberto Pérez Gómez
Ese año, los niños estaban muy contentos, porque iban a tener una Blanca Navidad. En efecto, poco antes de Nochebuena había caído una fuerte nevada, y se esperaba que la nieve aguantase varios días antes de derretirse.
Con la nieve todo estaba muy bonito, y además podían patinar sobre el estanque helado, jugar a dejar huellas, o hacer un gran muñeco de nieve. Eso era precisamente lo que habían hecho los niños del barrio, y en lo alto de la colina había aparecido Snowy. Era un muñeco gordinflón y sonriente, con un elegante sombrero de copa, una bonita bufanda, una larga nariz de zanahoria, una gran sonrisa pintada en su cara, y con ramitas como brazos.
Los niños estaban muy orgullosos de Snowy, y les gustaba mucho jugar cerca de él. Se tiraban en trineo desde lo alto de su colina, le usaban para que no les vieran cuando jugaban al escondite, echaban carreras alrededor de él, y cuando hacían guerras de nieve a su lado, su sonrisa bonachona les recordaba que no tenían que tirar las bolas muy fuerte para no hacerse daño. Alguna vez, cuando nadie miraba, Snowy, que era muy bromista, tiraba una bola de nieve a algún niño despistado, que se quedaba muy sorprendido y sin saber quién se la había arrojado.
Snowy se llevaba además muy bien con los vecinos que pasaban por delante de él al ir y volver del trabajo, y con los animalillos de un bosque cercano, sobre todo con los pájaros, a los que les gustaba posarse en las ramas de sus brazos. Su mejor amigo era un simpático pajarillo parlanchín llamado Birdie, que cantaba de maravilla, y que mantenía a Snowy informado de todo lo que pasaba en las partes del barrio que éste no alcanzaba a ver desde lo alto de su colina.
A Snowy le gustaba sobre todo cuando Birdie le hablaba de cómo iban preparándose sus amigos para el día de Navidad. Las noches eran cada vez más alegres, con luces de colores que brillaban en muchas de las casas, y con el sonido de los villancicos que los niños cantaban con sus papás.
Llegó por fin la Nochebuena, y Snowy estaba disfrutando más que nunca viendo todo lo que pasaba en el barrio. Por eso le extrañó ver que de repente Birdie estaba triste. “¿Qué te pasa, buen amigo?” le pregunto Snowy. “Que con lo bonita que es la Navidad, me da pena ver a los que tienen problemas y no pueden disfrutarla como nosotros”. “¿Quién tiene problemas, Birdie?” El pajarillo contestó “Cuando venía volando para acá, he visto a Mamá Coneja, que me ha dicho que lleva toda la tarde buscando comida para preparar una cena de Navidad a sus conejitos, pero que con tanta nieve no encuentra nada”. Snowy también se puso triste, pensando en que no podrían disfrutar de la Nochebuena esos suaves conejitos que tanto le gustaba ver saltando a su alrededor.
De repente, la gran sonrisa de Snowy se iluminó. “¡Birdie, ya tengo la solución! Lleva a la madriguera de Mamá Coneja la gran zanahoria de mi nariz, con eso podrán tener una estupenda cena de Navidad!” Birdie exclamó contento “¡Qué gran idea!” Pero de pronto dijo preocupado “¡Snowy, si hacemos eso, te vas a quedar sin nariz!”. Snowy respondió sonriente “No importa, total, con tanto frío estoy siempre constipado. ¡Mejor, así no tendré que sonarme la nariz!”. Snowy acabó por convencer a Birdie, que se encargó de llevar la gran zanahoria a Mamá Coneja. ¡Qué contenta se puso! Y Snowy también cuando se lo contó Birdie.
“Mira, Birdie” dijo Snowy, “Mientras estabas fuera, he pensado que podíamos hacer más cosas para alegrar la Nochebuena a nuestros amigos. Por ejemplo, podrías llevar mi sombrero al señor Rodríguez. Siempre me saluda muy simpático cuando pasa, y tiene que pasar mucho frío en la cabeza con esa calvorota que tiene”. Birdie le preguntó a su amigo Snowy si no se le quedaría muy fría la cabeza a él, y Snowy le respondió que no, que estaba bien así, y que en realidad lo que le preocupaba era que igual dentro de unos días subiría algo la temperatura. Birdie se entristeció, pensando que su amigo muñeco de nieve corría el peligro de derretirse en cuanto asomaran los primeros rayos de sol, pero Snowy interrumpió esos pensamientos diciendo con voz divertida: “¡Venga, Birdie, que vuelas menos que una gallina! Vete ya, que al pobre señor Rodríguez se le van a congelar las ideas. ¡Y vuelve rápido, que quedan otros recaditos por hacer!”
Snowy y Birdie regalaron luego la bufanda de Snowy a ese niño pequeño que casi no salía a jugar porque no tenía ropa de abrigo y pasaba demasiado frío, y dieron los botones de los ojos de Snowy a una niña del barrio para que se los pusiera a su oso de peluche, que se había quedado sin los suyos al caerse un día desde una estantería. Y las ramas de los brazos se las llevaron a una ancianita que necesitaba leña para su casa, pero que no había podido salir a buscarla porque le dolía la espalda.
Ya entrada la noche, Snowy y Birdie acabaron por fin de hacer el reparto. Ahora Snowy era solo tres grandes bolas de nieve con una sonrisa pintada en la que estaba más arriba, pero la sonrisa se veía más grande que nunca, y Snowy le dijo a Birdie que a pesar del frío de la noche, notaba por dentro un calorcito especial que le hacía sentir de maravilla. Birdie estaba también muy contento: estaba muy orgulloso de haber ayudado a su generoso amigo, y además, cuando salía de casa de la ancianita, le había parecido que el Niño Jesús de su Belén le había sonreído.
Pero Birdie estaba también preocupado por su amigo Snowy. Igual ahora los niños ya no le veían tan bonito como antes, y dejaban de hacerle caso, o peor aún, podían coger la nieve del muñeco y usarla para hacer una guerra de bolas de nieve. Y luego en todo caso estaba el peligro de que subieran las temperaturas y …
Estaba Birdie distraído con esos pensamientos, cuando de repente oyó un tintineo de cascabeles, primero lejano, pero luego cada vez más próximo. Miró hacia arriba y vio una pequeña luz roja, que cada vez se iba haciendo mayor y más brillante. ¿Qué era eso? De pronto, oyó una fuerte carcajada “HO, HO, HO!”, y se dio cuenta de que la luz roja era la nariz de Rudolph ¡Y que Papá Noel estaba aterrizando con su trineo justo delante de ellos!
¡Birdie estaba impresionado! Además, vio con sorpresa cómo el trineo de Papá Noel llevaba enganchado un extraño remolque del que Birdie nunca había oído hablar. “No te extrañes de ver ese remolque” le dijo Papá Noel, adivinándole el pensamiento “Es una cámara frigorífica, que usamos para llevar helados y comida congelada – pero que ahora usaremos para llevar a tu amigo Snowy de viaje!” “¿De viaje?” dijo asombrado Snowy “Sí, ya veréis” dijo sonriente Papá Noel. Y Snowy de repente se elevó del trozo de colina en el que había pasado toda su corta vida, y fue por el aire despacito hasta meterse en la cámara frigorífica del trineo.
“Birdie, tú siéntate aquí a mi lado, estarás más calentito mientras hacemos nuestro viaje”. Birdie, todavía piquiabierto por la sorpresa, estaba acabando de acurrucarse en el asiento del trineo junto a Papá Noel cuando esté gritó “Adelante, Rudolph!”. Una lechuza de un bosque cercano que estaba aún despierta alcanzó a oír a lo lejos el eco de un “HO, HO, HO” entre el sonido, cada vez más tenue, de unos cascabeles.
Y es Snowy el precioso muñeco de nieve que puede verse en el jardín que hay a la entrada del almacén que tiene Papá Noel en Rovaniemi, en Laponia, en la Tierra de las Nieves Eternas, donde Snowy ya no corre peligro de derretirse nunca. En el centro de su cara hay una nariz de zanahoria aún más grande y bonita que la de antes. Como ojos tiene brillantes piedras preciosas, luce una linda bufanda de colores que le dieron sus amigos los elfos, y en su cabeza lleva ahora orgulloso un gorro de fieltro rojo, con un pompón blanco al final, que le regaló el propio Papá Noel. Y tiene dos preciosas ramas de abedul como brazos, en la que se posan sus amigos los pájaros, con un sitio especial para su inseparable Birdie.
Snowy y Birdie no han olvidado a sus amigos del barrio, y todos los años le dicen a Papá Noel que se acuerde especialmente de ellos, y también de todos aquellos que, compartiendo sus cosas, hacen realidad el espíritu de la Navidad.
Alberto Pérez Gómez
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