Las Horas del Mundo
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Las Horas del Mundo
Las Horas del Mundo
Al principio, los Primeros, hijos de las Estrellas, libraron una terrible batalla en el vacío del Universo, y sólo sobrevivió una, Anandare, que huyó a otra parte y moró allí hasta el fin de sus días. Pensando en lo yermo que era aquel lugar, tomó muchas rocas que flotaban alrededor y juntándolas creó una gran bola, y la llamó Tierra. Acabó tan cansada que su aliento se hizo brisa, y sopló en la Tierra. Contempló su obra, y tuvo noticia del dolor que habría en ella en los días venideros; y lloró amargamente, y de sus lágrimas nacieron los ríos y los mares. Volvió a contemplar la Tierra, viendo que cada vez era más compleja, y tomó agua de los ríos y regó la tierra, y de ella brotaron los árboles y los arbustos, y también las flores.
Entonces tomó arcilla de la tierra y moldeó sus primeros hijos; luego los sentó en tronos erigidos en altas montañas: a Belrod en el norte, a Ameth en el oeste, a Loorin en el sur y a Hujuk en el este. A cada uno Anandare le pidió que moldeara las criaturas que quisiese, y que poblase la Tierra con ellas. Belrod hizo a los pájaros y a los animales de los bosques, y más tarde a los unicornios y a los Duendes. De Ameth fueron los peces grandes y pequeños, y las demás criaturas que habitaban los mares y los ríos. Por su parte Loorin hizo a los Gnomos y a las Hadas, y Hujuk a la raza de los Sargos y los animales que habitaban las altas cumbres y cordilleras.
Pensó después Anandare que tal vez debería nombrar un jefe, así que los llamó y revelándoles su intención les propuso un acertijo: ¿qué repta lentamente y no es serpiente, es invisible a nuestros ojos y golpea sin ser puño?.
Los cuatro marcharon a sus moradas y durante largo tiempo buscaron la respuesta, pero fue Belrod quien la encontró antes, y presentándose ante Anandare le dijo:
- Pasa lentamente, no podemos verlo pero sí sentirlo, y nos daña. Es el tiempo.
Ella sonrió complacida y nombró a Belrod señor de los cuatro. Un día, estando Belrod en su palacio, recibió la visita de Hujuk, que le habló así:
- Hermano, ¿no te resulta monótona esta vida? Vayamos a cazar al bosque, y olvidémonos por un tiempo del tedio de palacio.
Belrod aceptó y juntos marcharon a los bosques que rodeaban aquellas montañas, y fueron con las manos vacías, pues no necesitaban nada para abatir a cualquier animal, aparte de que Anandare no les había enseñado qué era un arma. Fue pasando el tiempo y la noche se les echó encima. Entonces Hujuk propuso acampar en un claro, y volver al palacio por la mañana.
A Belrod le pareció bien aquello, y buscaron el lugar adecuado. Pero antes de llegar, oyeron el murmullo de un arroyo, y Hujuk, que estaba sediento, fue a beber. Belrod siguió solo hasta el claro, y allí los pájaros le advirtieron:
- ¡Escucha, Padre! ¡Hujuk quiere matarte! Las golondrinas que anidan bajo los tejados de su palacio le oyeron, y se lo contaron a los halcones que sobrevuelan el este, y ellos a los gorriones del campo, y éstos por último a nosotros, pero no pudimos contártelo porque Hujuk se nos adelantó. ¿No has visto el saco que lleva consigo? Apenas hayáis acampado, te golpeará con una vara y te meterá en él, para tirarte luego por el barranco que hay al otro lado del bosque.
Belrod se entristeció mucho al oír aquello, pues al fin y al cabo era su hermano, o al menos lo había sido hasta que los celos oscurecieron su corazón; también sintió rabia por la malicia de Hujuk, y decidiendo qué hacer, se lo contó a los pájaros. Enseguida volvió Hujuk, y empezaron a montar el campamento. Y tal como habían dicho los pájaros, a poco de eso el envidioso golpeó a su hermano por detrás y metiéndolo en el saco, lo arrastró hacia el barranco. A medio camino topó con muchos troncos que taponaban el sendero, y sin perder tiempo empezó a quitarlos. Entonces algunos animales salieron de entre los árboles y abriendo el saco, se llevaron a Belrod y un oso pardo ocupó su lugar. Hujuk, que no había oído nada, cogió de nuevo el saco y sin notar nada extraño siguió andando hasta que hubo llegado al barranco. Allí, abrió el saco para contemplar por última vez a su hermano antes de lanzarlo al oscuro abismo, y entonces el oso, que había estado quieto esperando, se abalanzó sobre él y lo empujó al fondo del barranco.
En su morada, Anandare se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo, y llamando a sus hijos les habló así:
- Sabéis que vengo de lo profundo de la nada, y que algún día deberé volver a ella. Ese día está ya cerca, y después de él ya no seré, como tampoco seréis vosotros después de que pase vuestra hora. Escuchad pues, hijos míos, esto que quiero proponeros: como habéis creado a las Hadas, a los Duendes y a los demás, habréis de crear otra raza que sea imagen de nosotros mismos, para que así nuestro recuerdo perdure por siempre. Esos nuevos hijos no saldrán de la tierra, como los demás, sino de vuestras entrañas, y su sangre será la vuestra hasta el fin de los tiempos.
Después les explicó la forma en que lo harían, y al ver el temor en el rostro de Loorin y Ameth se apresuró a decir:
- No temáis, pues ¿acaso mis obras han provocado alguna vez dolor o sufrimiento?
Y por último, los envió al palacio de Belrod y no volvieron a verla en mucho tiempo.
Dotados sus cuerpos con lo necesario, se unieron muchas veces tal como había ordenado Anandare, y en los años venideros las dos hembras dieron a luz a catorce hijos e hijas cada una, y Anandare se complació en su morada.
Hujuk, mientras tanto, había explorado las profundidades en las que ahora se encontraba, y viendo que eran baldías y silenciosas, y que necesitaría compañía hasta que volviese, tomó arcilla que había guardado sin que ni sus hermanos ni Anandare se diesen cuenta, e hizo nuevas criaturas, tan maliciosas como él. Pero inexperto en aquella tarea, pues antes sólo había creado seres benevolentes, otorgó demasiada oscuridad a sus corazones, y tantas llegaron a ser y tan fieras que pronto se revelaron, y Hujuk tuvo que huir.
En las cavernas de Baraq-Tur, construyó un refugio protegido por altos muros de piedra caliza, y allí resistió las acometidas de las bestias hasta que dos años más tarde halló una salida al exterior.
Emprendió el camino hacia el este pero Anandare lo persiguió y en lo alto de la montaña donde estaba su trono entablaron una feroz lucha, Al final, Hujuk fue derrotado y se arrodilló ante ella.
- No te mataré, porque la maldad no puede ser reparada con maldad, pero durante siete años vivirás en mi morada, y no saldrás de ella ni hablarás con nadie excepto conmigo, y luego irás al norte y en el palacio de tu señor Belrod pedirás solemne perdón a éste y a tus hermanas, hasta que tu grave falta haya sido enmendada.
Así, Hujuk vivió durante ese tiempo con Anandare, y parecía que ya no había maldad en él, y cuando hubo llegado el momento fue al norte y se humilló ante Belrod, Loorin y Ameth, y los veintiocho hijos e hijas que habían engendrado.
Creyendo Anandare que estaba ya limpio de todo mal, le pidió que, para compensar la maldad que había creado en las profundidades, hiciera seres gentiles que bendijesen la faz de la tierra. Retornó entonces Hujuk al este, y en la soledad de su palacio tomó la arcilla que su madre le había dado e hizo muchas criaturas; pronto éstas crecieron, y a cada día que pasaba eran más feroces y recelosas. Dragones las llamó.
Pasaron los días, y entonces Hujuk dirigió a los Urunthahil, los Terribles, contra los palacios de Belrod y de Anandare, y en el norte y en el oeste hubo luchas durante mucho tiempo. Al final, los dragones fueron empujados a la remota región helada de Oroth Rumil, y al mismo tiempo, Hujuk se escondió en las montañas de Hadrastur. Recobrada temporalmente la paz, Anandare supo que era la hora de marchar, así que se despidió de sus hijos y partió. Ellos la lloraron durante mucho, y prometieron que ni Hujuk ni sus siervos arruinarían nunca su obra. Continuaron pasando los años, y los hijos que Loorin y Ameth habían parido se convirtieron en hombres y mujeres fuertes y sabios, y pensaron que ya era hora de que tuviesen libre albedrío. Así, les proporcionaron cuanto necesitarían para comenzar su nueva vida y les aconsejaron que se asentaran en Mergulund, la región de los cinco ríos.
Se establecieron pues allí, y prosperaron, y a cada año que pasaba eran más numerosos y su sociedad más compleja. Al mismo tiempo, en el bosque de Galas-Thilin, los Gnomos, dotados con una fina habilidad para la artesanía, llevaban ya años trabajando el hierro para hacer utensilios de cocina y herramientas, y por aquella época comenzaron a elaborar las primeras armas, dagas y flechas. Pasaron los años, y aquellos trabajos fueron cada vez más grandes y complicados, y entonces aparecieron las espadas y los mandobles, las lanzas y los arcos para lanzar flechas o venablos. El paso siguiente fue comercializarlos; los caminos que salían de Galas-Thilin se llenaron enseguida de mercaderes que o bien viajaban hacia las regiones de los otros pueblos o hacia lugares propicios donde poder fundar un mercado itinerante, y antes del siguiente invierno ya no había nadie que no tuviera en el arcón de su casa al menos una pequeña daga o un arco de pelo de jabalí. Incluso Belrod encargó a los Gnomos que le hicieran varias espadas, venablos y ballestas, y de aquéllas la más bella era una con la empuñadura de plata y el filo adornado con dos gráciles cervatillos, que Belrod llamó Nathnalion.
A pesar de esto, ni los hijos de Loorin y Ameth, los Mergulungos, ni los demás seres que poblaban la Tierra concibieron otro uso de esas armas que no fuera el de la caza, y todo continuó como había sido siempre antes y después de la campaña de Hujuk y los Urunthahil.
En los valles del sur, los Sargos habían excavado profundas minas a lo largo del río Cered Dom, en cuya orilla estaba su capital, la Atalaya de Nithflin. Dos años después de que las primeras armas salieran de Galas-Thilin, los Sargos empezaron a ver con malos ojos el paso de comerciantes Gnomos por sus tierras y la presencia en éstas de sus mercados, pues temían que aquella afluencia cada vez mayor de viajeros y feriantes atrajese a bandidos y saqueadores de lugares lejanos, quienes tarde o temprano acabarían descubriendo las minas. Tal temor llegó a ser tan serio que los escribas de Nithflin redactaron una orden por la que se prohibía la presencia de cualquier Gnomo cerca del Cered Dom, bajo pena de prisión perpetua. Cuando la noticia llegó a Galas-Thilin, una embajada diplomática partió veloz al encuentro del gobernador sargo, pero todo fue en vano, y la orden de expulsión continuó en vigor. Poco después la misma embajada volvió a Nithflin, esta vez llevando consigo valiosos presentes, entre ellos algunas de las mejores armas y gran parte del dinero que habían ganado en los últimos tiempos, pero aún así los Sargos no quisieron negociar. En un último intento por apaciguarlos, el Señor Gnomo propuso que Taron, delfín de Nithflin, se casara con su propia hija, estrechando de esa forma lazos de amistad y de sangre, pero Taron en persona la rechazó, y ella y el séquito que la acompañaba fueron encerrados en las torres del palacio real.
Los Gnomos, profundamente indignados, dijeron que aquella no era forma de resolver ningún conflicto, pero que si liberaban a la dama y su compañía, se marcharían antes de una semana de aquellas tierras; pero en Nithflin nadie se fió de tales palabras, en vista de todo lo que habían hecho los Gnomos por mantener su presencia allí, y permanecieron de brazos cruzados.
- Hermanos- se dirigió el Señor de los Gnomos a sus vasallos- en este día los Sargos han consumado su traición. No sólo nos han despreciado, sino que han encerrado como bestias a aquéllos que iban entre ellos bajo el signo de la paz y la concordia. Yo digo que mañana al alba partamos, y tomemos Nithflin por las armas. ¿Estáis de acuerdo?
Todos, desde el anciano más débil hasta el niño más pequeño respondieron al unísono, y aquel grito retumbó por todo el bosque.
Más tarde un heraldo partió hacia la vecina Mergulund, para pedir ayuda a sus habitantes. Al principio, éstos temieron la guerra, y se llenaron de pesar por el cisma surgido entre los hijos de Hujuk y los de Loorin, pero sabían que los Sargos habían obrado mal y por tanto aceptaron acompañar a los Gnomos a Nithflin.
En el palacio del norte, Belrod y sus hermanas vieron lo que estaba ocurriendo y lloraron amargamente, y era tal el dolor que sintieron que sus gemidos y suspiros se oyeron incluso en las profundidades de Baraq-Tur. Como anunciara el rey Gnomo, todos los vasallos fuertes y capaces de luchar salieron de Galas-Thilin en cuanto despuntó el alba, y unas cuantas leguas más allá se reunieron con los Mergulungos, que se contaban a millares. Tanto ellos como los Gnomos iban cubiertos de gruesas planchas de acero forjado la noche anterior, y sus manos blandían espadas y venablos de distintos tamaños y formas, así como lanzas y otros tantos arcos y ballestas. Y cuando arribaron a las laderas de la colina donde se asentaba Nithflin, vieron que los Sargos que había apostados en los muros vestían solamente toscas corazas de cuero y que sus armas eran simples mazas y lanzas de madera; seguramente por orgullo se habían deshecho de las armas adquiridas a los Gnomos.
Con un estridente sonido, las trompetas gnomas y mergulungas anunciaron solemnemente la intención de tomar la ciudad, y tras un silencio que pareció durar horas, el rey Gnomo y su aliado dieron la señal de ataque.
Lo que vino después ya se sabe, así que no es digno de mención; tan sólo decir que el asedio tuvo éxito, que Taron cayó y que los que sobrevivieron no continuaron defendiendo la ciudad. Pero cuando los vencedores buscaron a la hija del rey Gnomo y su séquito, sólo hallaron a éste.
- ¡¿Dónde está mi hija, bellacos?!- gritó enfurecido el monarca mientras quitaba la vida a los pocos sargos que había por allí.
- Noble señor, nobles guerreros, por favor, detened esta carnicería- dijo una joven vestida de blanco desde un rincón- ¿acaso vuestras espadas y venablos no se han saciado lo suficiente con la sangre de mi pueblo? Detenedla y os diré dónde esconden a la dama cautiva.
Todos bajaron sus armas, llenos de desconfianza, y entonces ella habló:
- Poco antes de que entraseis en la ciudad, por casualidad, oí a mi Señor decir esto a sus guardias: “lleváosla al viejo puente que hay junto al Bosque de Corre Ciervo, y si Taron o yo no nos reunimos con vosotros antes de cuatro días, matadla”.
- ¿Y dónde, por Belrod, está ese lugar?- preguntó un Mergulungo.
La joven les explicó que tenían que tomar el camino del sur, hacia la Cuaderna de las Hadas, y en la encrucijada de Ringallin desviarse hacia el oeste. Entonces, tras cerca de un día de andadura, llegarían a unas montañas bajas desde las que se divisaba el puente. Un tanto recelosos, le dieron las gracias y partieron. Siguieron el camino tal y como les había explicado y en la tarde del cuarto día llegaron al lugar; allí cayeron silenciosamente sobre los guardias y los eliminaron sin dificultad.
Luego regresaron a Nithflin, que en adelante ya sería ciudad de Mergulungos y Gnomos, pero apenas habían atravesado las puertas cuando Belrod se presentó ante ellos, y dijo:
- ¡Habéis derramado la sangre de vuestros hermanos, y mancillado la tierra con la violencia y la ira! ¿Acaso es el libre albedrío una herramienta para pisotear a los semejantes? ¡Sufrid ahora mi castigo!
Todos los habitantes de la ciudad, los Gnomos de Galas-Thilin y los Mergulungos que no habían marchado al Cered Dom, oyeron aquella voz atronadora y se escondieron asustados y avergonzados.
- En primer lugar- anunció Belrod- destruiré todas las armas que existen, desde la daga más insignificante hasta el mandoble más precioso; todas salvo la espada Nathnalion, que me sirve a mí, y las espadas de mis hermanas. Y después arrebataré a los Gnomos la habilidad para la metalurgia y la artesanía con que fueron creados, para que si quisiesen alguna vez elaborar nuevas armas no puedan.
Dicho esto, lanzó una mirada fugaz a la silenciosa Nithflin y salió en busca de los Sargos.
Esta historia no acaba aquí, de hecho muchas cosas más sucedieron después, como el regreso de Hujuk y los Urunthahil, las guerras de Nithflin o la desaparición de Nathnalion, pero eso está en otra parte, que sólo los viejos escribas conocen.
Autor: ruben
Al principio, los Primeros, hijos de las Estrellas, libraron una terrible batalla en el vacío del Universo, y sólo sobrevivió una, Anandare, que huyó a otra parte y moró allí hasta el fin de sus días. Pensando en lo yermo que era aquel lugar, tomó muchas rocas que flotaban alrededor y juntándolas creó una gran bola, y la llamó Tierra. Acabó tan cansada que su aliento se hizo brisa, y sopló en la Tierra. Contempló su obra, y tuvo noticia del dolor que habría en ella en los días venideros; y lloró amargamente, y de sus lágrimas nacieron los ríos y los mares. Volvió a contemplar la Tierra, viendo que cada vez era más compleja, y tomó agua de los ríos y regó la tierra, y de ella brotaron los árboles y los arbustos, y también las flores.
Entonces tomó arcilla de la tierra y moldeó sus primeros hijos; luego los sentó en tronos erigidos en altas montañas: a Belrod en el norte, a Ameth en el oeste, a Loorin en el sur y a Hujuk en el este. A cada uno Anandare le pidió que moldeara las criaturas que quisiese, y que poblase la Tierra con ellas. Belrod hizo a los pájaros y a los animales de los bosques, y más tarde a los unicornios y a los Duendes. De Ameth fueron los peces grandes y pequeños, y las demás criaturas que habitaban los mares y los ríos. Por su parte Loorin hizo a los Gnomos y a las Hadas, y Hujuk a la raza de los Sargos y los animales que habitaban las altas cumbres y cordilleras.
Pensó después Anandare que tal vez debería nombrar un jefe, así que los llamó y revelándoles su intención les propuso un acertijo: ¿qué repta lentamente y no es serpiente, es invisible a nuestros ojos y golpea sin ser puño?.
Los cuatro marcharon a sus moradas y durante largo tiempo buscaron la respuesta, pero fue Belrod quien la encontró antes, y presentándose ante Anandare le dijo:
- Pasa lentamente, no podemos verlo pero sí sentirlo, y nos daña. Es el tiempo.
Ella sonrió complacida y nombró a Belrod señor de los cuatro. Un día, estando Belrod en su palacio, recibió la visita de Hujuk, que le habló así:
- Hermano, ¿no te resulta monótona esta vida? Vayamos a cazar al bosque, y olvidémonos por un tiempo del tedio de palacio.
Belrod aceptó y juntos marcharon a los bosques que rodeaban aquellas montañas, y fueron con las manos vacías, pues no necesitaban nada para abatir a cualquier animal, aparte de que Anandare no les había enseñado qué era un arma. Fue pasando el tiempo y la noche se les echó encima. Entonces Hujuk propuso acampar en un claro, y volver al palacio por la mañana.
A Belrod le pareció bien aquello, y buscaron el lugar adecuado. Pero antes de llegar, oyeron el murmullo de un arroyo, y Hujuk, que estaba sediento, fue a beber. Belrod siguió solo hasta el claro, y allí los pájaros le advirtieron:
- ¡Escucha, Padre! ¡Hujuk quiere matarte! Las golondrinas que anidan bajo los tejados de su palacio le oyeron, y se lo contaron a los halcones que sobrevuelan el este, y ellos a los gorriones del campo, y éstos por último a nosotros, pero no pudimos contártelo porque Hujuk se nos adelantó. ¿No has visto el saco que lleva consigo? Apenas hayáis acampado, te golpeará con una vara y te meterá en él, para tirarte luego por el barranco que hay al otro lado del bosque.
Belrod se entristeció mucho al oír aquello, pues al fin y al cabo era su hermano, o al menos lo había sido hasta que los celos oscurecieron su corazón; también sintió rabia por la malicia de Hujuk, y decidiendo qué hacer, se lo contó a los pájaros. Enseguida volvió Hujuk, y empezaron a montar el campamento. Y tal como habían dicho los pájaros, a poco de eso el envidioso golpeó a su hermano por detrás y metiéndolo en el saco, lo arrastró hacia el barranco. A medio camino topó con muchos troncos que taponaban el sendero, y sin perder tiempo empezó a quitarlos. Entonces algunos animales salieron de entre los árboles y abriendo el saco, se llevaron a Belrod y un oso pardo ocupó su lugar. Hujuk, que no había oído nada, cogió de nuevo el saco y sin notar nada extraño siguió andando hasta que hubo llegado al barranco. Allí, abrió el saco para contemplar por última vez a su hermano antes de lanzarlo al oscuro abismo, y entonces el oso, que había estado quieto esperando, se abalanzó sobre él y lo empujó al fondo del barranco.
En su morada, Anandare se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo, y llamando a sus hijos les habló así:
- Sabéis que vengo de lo profundo de la nada, y que algún día deberé volver a ella. Ese día está ya cerca, y después de él ya no seré, como tampoco seréis vosotros después de que pase vuestra hora. Escuchad pues, hijos míos, esto que quiero proponeros: como habéis creado a las Hadas, a los Duendes y a los demás, habréis de crear otra raza que sea imagen de nosotros mismos, para que así nuestro recuerdo perdure por siempre. Esos nuevos hijos no saldrán de la tierra, como los demás, sino de vuestras entrañas, y su sangre será la vuestra hasta el fin de los tiempos.
Después les explicó la forma en que lo harían, y al ver el temor en el rostro de Loorin y Ameth se apresuró a decir:
- No temáis, pues ¿acaso mis obras han provocado alguna vez dolor o sufrimiento?
Y por último, los envió al palacio de Belrod y no volvieron a verla en mucho tiempo.
Dotados sus cuerpos con lo necesario, se unieron muchas veces tal como había ordenado Anandare, y en los años venideros las dos hembras dieron a luz a catorce hijos e hijas cada una, y Anandare se complació en su morada.
Hujuk, mientras tanto, había explorado las profundidades en las que ahora se encontraba, y viendo que eran baldías y silenciosas, y que necesitaría compañía hasta que volviese, tomó arcilla que había guardado sin que ni sus hermanos ni Anandare se diesen cuenta, e hizo nuevas criaturas, tan maliciosas como él. Pero inexperto en aquella tarea, pues antes sólo había creado seres benevolentes, otorgó demasiada oscuridad a sus corazones, y tantas llegaron a ser y tan fieras que pronto se revelaron, y Hujuk tuvo que huir.
En las cavernas de Baraq-Tur, construyó un refugio protegido por altos muros de piedra caliza, y allí resistió las acometidas de las bestias hasta que dos años más tarde halló una salida al exterior.
Emprendió el camino hacia el este pero Anandare lo persiguió y en lo alto de la montaña donde estaba su trono entablaron una feroz lucha, Al final, Hujuk fue derrotado y se arrodilló ante ella.
- No te mataré, porque la maldad no puede ser reparada con maldad, pero durante siete años vivirás en mi morada, y no saldrás de ella ni hablarás con nadie excepto conmigo, y luego irás al norte y en el palacio de tu señor Belrod pedirás solemne perdón a éste y a tus hermanas, hasta que tu grave falta haya sido enmendada.
Así, Hujuk vivió durante ese tiempo con Anandare, y parecía que ya no había maldad en él, y cuando hubo llegado el momento fue al norte y se humilló ante Belrod, Loorin y Ameth, y los veintiocho hijos e hijas que habían engendrado.
Creyendo Anandare que estaba ya limpio de todo mal, le pidió que, para compensar la maldad que había creado en las profundidades, hiciera seres gentiles que bendijesen la faz de la tierra. Retornó entonces Hujuk al este, y en la soledad de su palacio tomó la arcilla que su madre le había dado e hizo muchas criaturas; pronto éstas crecieron, y a cada día que pasaba eran más feroces y recelosas. Dragones las llamó.
Pasaron los días, y entonces Hujuk dirigió a los Urunthahil, los Terribles, contra los palacios de Belrod y de Anandare, y en el norte y en el oeste hubo luchas durante mucho tiempo. Al final, los dragones fueron empujados a la remota región helada de Oroth Rumil, y al mismo tiempo, Hujuk se escondió en las montañas de Hadrastur. Recobrada temporalmente la paz, Anandare supo que era la hora de marchar, así que se despidió de sus hijos y partió. Ellos la lloraron durante mucho, y prometieron que ni Hujuk ni sus siervos arruinarían nunca su obra. Continuaron pasando los años, y los hijos que Loorin y Ameth habían parido se convirtieron en hombres y mujeres fuertes y sabios, y pensaron que ya era hora de que tuviesen libre albedrío. Así, les proporcionaron cuanto necesitarían para comenzar su nueva vida y les aconsejaron que se asentaran en Mergulund, la región de los cinco ríos.
Se establecieron pues allí, y prosperaron, y a cada año que pasaba eran más numerosos y su sociedad más compleja. Al mismo tiempo, en el bosque de Galas-Thilin, los Gnomos, dotados con una fina habilidad para la artesanía, llevaban ya años trabajando el hierro para hacer utensilios de cocina y herramientas, y por aquella época comenzaron a elaborar las primeras armas, dagas y flechas. Pasaron los años, y aquellos trabajos fueron cada vez más grandes y complicados, y entonces aparecieron las espadas y los mandobles, las lanzas y los arcos para lanzar flechas o venablos. El paso siguiente fue comercializarlos; los caminos que salían de Galas-Thilin se llenaron enseguida de mercaderes que o bien viajaban hacia las regiones de los otros pueblos o hacia lugares propicios donde poder fundar un mercado itinerante, y antes del siguiente invierno ya no había nadie que no tuviera en el arcón de su casa al menos una pequeña daga o un arco de pelo de jabalí. Incluso Belrod encargó a los Gnomos que le hicieran varias espadas, venablos y ballestas, y de aquéllas la más bella era una con la empuñadura de plata y el filo adornado con dos gráciles cervatillos, que Belrod llamó Nathnalion.
A pesar de esto, ni los hijos de Loorin y Ameth, los Mergulungos, ni los demás seres que poblaban la Tierra concibieron otro uso de esas armas que no fuera el de la caza, y todo continuó como había sido siempre antes y después de la campaña de Hujuk y los Urunthahil.
En los valles del sur, los Sargos habían excavado profundas minas a lo largo del río Cered Dom, en cuya orilla estaba su capital, la Atalaya de Nithflin. Dos años después de que las primeras armas salieran de Galas-Thilin, los Sargos empezaron a ver con malos ojos el paso de comerciantes Gnomos por sus tierras y la presencia en éstas de sus mercados, pues temían que aquella afluencia cada vez mayor de viajeros y feriantes atrajese a bandidos y saqueadores de lugares lejanos, quienes tarde o temprano acabarían descubriendo las minas. Tal temor llegó a ser tan serio que los escribas de Nithflin redactaron una orden por la que se prohibía la presencia de cualquier Gnomo cerca del Cered Dom, bajo pena de prisión perpetua. Cuando la noticia llegó a Galas-Thilin, una embajada diplomática partió veloz al encuentro del gobernador sargo, pero todo fue en vano, y la orden de expulsión continuó en vigor. Poco después la misma embajada volvió a Nithflin, esta vez llevando consigo valiosos presentes, entre ellos algunas de las mejores armas y gran parte del dinero que habían ganado en los últimos tiempos, pero aún así los Sargos no quisieron negociar. En un último intento por apaciguarlos, el Señor Gnomo propuso que Taron, delfín de Nithflin, se casara con su propia hija, estrechando de esa forma lazos de amistad y de sangre, pero Taron en persona la rechazó, y ella y el séquito que la acompañaba fueron encerrados en las torres del palacio real.
Los Gnomos, profundamente indignados, dijeron que aquella no era forma de resolver ningún conflicto, pero que si liberaban a la dama y su compañía, se marcharían antes de una semana de aquellas tierras; pero en Nithflin nadie se fió de tales palabras, en vista de todo lo que habían hecho los Gnomos por mantener su presencia allí, y permanecieron de brazos cruzados.
- Hermanos- se dirigió el Señor de los Gnomos a sus vasallos- en este día los Sargos han consumado su traición. No sólo nos han despreciado, sino que han encerrado como bestias a aquéllos que iban entre ellos bajo el signo de la paz y la concordia. Yo digo que mañana al alba partamos, y tomemos Nithflin por las armas. ¿Estáis de acuerdo?
Todos, desde el anciano más débil hasta el niño más pequeño respondieron al unísono, y aquel grito retumbó por todo el bosque.
Más tarde un heraldo partió hacia la vecina Mergulund, para pedir ayuda a sus habitantes. Al principio, éstos temieron la guerra, y se llenaron de pesar por el cisma surgido entre los hijos de Hujuk y los de Loorin, pero sabían que los Sargos habían obrado mal y por tanto aceptaron acompañar a los Gnomos a Nithflin.
En el palacio del norte, Belrod y sus hermanas vieron lo que estaba ocurriendo y lloraron amargamente, y era tal el dolor que sintieron que sus gemidos y suspiros se oyeron incluso en las profundidades de Baraq-Tur. Como anunciara el rey Gnomo, todos los vasallos fuertes y capaces de luchar salieron de Galas-Thilin en cuanto despuntó el alba, y unas cuantas leguas más allá se reunieron con los Mergulungos, que se contaban a millares. Tanto ellos como los Gnomos iban cubiertos de gruesas planchas de acero forjado la noche anterior, y sus manos blandían espadas y venablos de distintos tamaños y formas, así como lanzas y otros tantos arcos y ballestas. Y cuando arribaron a las laderas de la colina donde se asentaba Nithflin, vieron que los Sargos que había apostados en los muros vestían solamente toscas corazas de cuero y que sus armas eran simples mazas y lanzas de madera; seguramente por orgullo se habían deshecho de las armas adquiridas a los Gnomos.
Con un estridente sonido, las trompetas gnomas y mergulungas anunciaron solemnemente la intención de tomar la ciudad, y tras un silencio que pareció durar horas, el rey Gnomo y su aliado dieron la señal de ataque.
Lo que vino después ya se sabe, así que no es digno de mención; tan sólo decir que el asedio tuvo éxito, que Taron cayó y que los que sobrevivieron no continuaron defendiendo la ciudad. Pero cuando los vencedores buscaron a la hija del rey Gnomo y su séquito, sólo hallaron a éste.
- ¡¿Dónde está mi hija, bellacos?!- gritó enfurecido el monarca mientras quitaba la vida a los pocos sargos que había por allí.
- Noble señor, nobles guerreros, por favor, detened esta carnicería- dijo una joven vestida de blanco desde un rincón- ¿acaso vuestras espadas y venablos no se han saciado lo suficiente con la sangre de mi pueblo? Detenedla y os diré dónde esconden a la dama cautiva.
Todos bajaron sus armas, llenos de desconfianza, y entonces ella habló:
- Poco antes de que entraseis en la ciudad, por casualidad, oí a mi Señor decir esto a sus guardias: “lleváosla al viejo puente que hay junto al Bosque de Corre Ciervo, y si Taron o yo no nos reunimos con vosotros antes de cuatro días, matadla”.
- ¿Y dónde, por Belrod, está ese lugar?- preguntó un Mergulungo.
La joven les explicó que tenían que tomar el camino del sur, hacia la Cuaderna de las Hadas, y en la encrucijada de Ringallin desviarse hacia el oeste. Entonces, tras cerca de un día de andadura, llegarían a unas montañas bajas desde las que se divisaba el puente. Un tanto recelosos, le dieron las gracias y partieron. Siguieron el camino tal y como les había explicado y en la tarde del cuarto día llegaron al lugar; allí cayeron silenciosamente sobre los guardias y los eliminaron sin dificultad.
Luego regresaron a Nithflin, que en adelante ya sería ciudad de Mergulungos y Gnomos, pero apenas habían atravesado las puertas cuando Belrod se presentó ante ellos, y dijo:
- ¡Habéis derramado la sangre de vuestros hermanos, y mancillado la tierra con la violencia y la ira! ¿Acaso es el libre albedrío una herramienta para pisotear a los semejantes? ¡Sufrid ahora mi castigo!
Todos los habitantes de la ciudad, los Gnomos de Galas-Thilin y los Mergulungos que no habían marchado al Cered Dom, oyeron aquella voz atronadora y se escondieron asustados y avergonzados.
- En primer lugar- anunció Belrod- destruiré todas las armas que existen, desde la daga más insignificante hasta el mandoble más precioso; todas salvo la espada Nathnalion, que me sirve a mí, y las espadas de mis hermanas. Y después arrebataré a los Gnomos la habilidad para la metalurgia y la artesanía con que fueron creados, para que si quisiesen alguna vez elaborar nuevas armas no puedan.
Dicho esto, lanzó una mirada fugaz a la silenciosa Nithflin y salió en busca de los Sargos.
Esta historia no acaba aquí, de hecho muchas cosas más sucedieron después, como el regreso de Hujuk y los Urunthahil, las guerras de Nithflin o la desaparición de Nathnalion, pero eso está en otra parte, que sólo los viejos escribas conocen.
Autor: ruben
Ruben- Poeta especial
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Re: Las Horas del Mundo
Gracias por compartir este gran aporte
Luxor- Poeta especial
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Roana Varela- Moderadora
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