Urmal el cazador
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Urmal el cazador
Urmal el cazador
Seguía el sendero del bosque helado como si alguien le persiguiese, deslizándose de árbol en árbol sobre la nieve. Urmal había nacido allí, y por tanto estaba acostumbrado a la crudeza de aquel desolado rincón, pero ahora, desnutrido por la falta de presas, empezaba a sentir que le abandonaban las fuerzas.
A menos que se alimentara pronto, probablemente moriría antes de dejar el bosque. Y si eso sucedía, no podría cumplir su misión.
La única cosa que le ayudaba a suavizar tan difícil situación era la magnífica visión del cielo estrellado. Aquello le había maravillado desde siempre, contemplar los parpadeantes luceros que acompañaban a la luna, pálida y evocadora.
De pronto sintió tristeza, al recordar mejores momentos. Suspiró, y un par de lágrimas florecieron en sus ojos color miel. Aceleró el paso, debía encontrar caza por el bien de los suyos, debía poner comida en la boca de sus hijos, de su esposa, de sus padres, antes de que fuera demasiado tarde.
Estaba muy cansado, pero de pronto se encontró frente a frente con un animal vagabundo que también buscaba comida en el desierto helado, y su instinto de supervivencia le invadió de nuevo el corazón. Sintió que el pecho le palpitaba con violencia, las manos le sudaban, ahora era cuestión de suerte y pericia.
Urmal elevó en el aire el brazo que sujetaba su lanza de cazador y se ocultó tras un arbusto esperando el momento oportuno. Se levantó y lanzó su arma, pero en ese momento sintió un dolor agudo en el brazo. Erró el tiro y su presa echó a correr hasta desaparecer. El cazador se dio la vuelta y vio cuatro enormes lobos grises. Los animales le miraban con sus ojos amarillentos, brillantes como la luna, y el que le había mordido gruñía enseñando los dientes. Uno de ellos aulló al gajo de luna que pendía del cielo y los otros le siguieron a coro. Urmal notó un escalofrío recorriéndole la espina dorsal.
- Corre, o estás muerto – dijo para sus adentros.
Los lobos le persiguieron por el oscuro bosque, y no les resultó difícil alcanzarlo. Urmal estaba extenuado, hasta tal punto que los siniestros árboles parecían girar alrededor, y la herida del brazo le sangraba profusamente.
Intentó trepar a un árbol, pero se resbaló torpemente y los lobos se abalanzaron sobre él. Logró matar a uno, pero sabía perfectamente que aquella sería su última noche. La imagen de sus seres queridos acudió a su mente, y gritó. Gritó por el dolor que le inflingían y por la tristeza de haber fracasado.
Súbitamente sintió que ya no estaba allí, que todo aquello le estaba pasando a otro y él estaba lejos, al calor de su hogar. Pensó en la sonrisa de sus hijos, en su esposa, en su niñez, hasta que la oscuridad anunció que su vida se acababa de extinguir.
Autor: ruben
Seguía el sendero del bosque helado como si alguien le persiguiese, deslizándose de árbol en árbol sobre la nieve. Urmal había nacido allí, y por tanto estaba acostumbrado a la crudeza de aquel desolado rincón, pero ahora, desnutrido por la falta de presas, empezaba a sentir que le abandonaban las fuerzas.
A menos que se alimentara pronto, probablemente moriría antes de dejar el bosque. Y si eso sucedía, no podría cumplir su misión.
La única cosa que le ayudaba a suavizar tan difícil situación era la magnífica visión del cielo estrellado. Aquello le había maravillado desde siempre, contemplar los parpadeantes luceros que acompañaban a la luna, pálida y evocadora.
De pronto sintió tristeza, al recordar mejores momentos. Suspiró, y un par de lágrimas florecieron en sus ojos color miel. Aceleró el paso, debía encontrar caza por el bien de los suyos, debía poner comida en la boca de sus hijos, de su esposa, de sus padres, antes de que fuera demasiado tarde.
Estaba muy cansado, pero de pronto se encontró frente a frente con un animal vagabundo que también buscaba comida en el desierto helado, y su instinto de supervivencia le invadió de nuevo el corazón. Sintió que el pecho le palpitaba con violencia, las manos le sudaban, ahora era cuestión de suerte y pericia.
Urmal elevó en el aire el brazo que sujetaba su lanza de cazador y se ocultó tras un arbusto esperando el momento oportuno. Se levantó y lanzó su arma, pero en ese momento sintió un dolor agudo en el brazo. Erró el tiro y su presa echó a correr hasta desaparecer. El cazador se dio la vuelta y vio cuatro enormes lobos grises. Los animales le miraban con sus ojos amarillentos, brillantes como la luna, y el que le había mordido gruñía enseñando los dientes. Uno de ellos aulló al gajo de luna que pendía del cielo y los otros le siguieron a coro. Urmal notó un escalofrío recorriéndole la espina dorsal.
- Corre, o estás muerto – dijo para sus adentros.
Los lobos le persiguieron por el oscuro bosque, y no les resultó difícil alcanzarlo. Urmal estaba extenuado, hasta tal punto que los siniestros árboles parecían girar alrededor, y la herida del brazo le sangraba profusamente.
Intentó trepar a un árbol, pero se resbaló torpemente y los lobos se abalanzaron sobre él. Logró matar a uno, pero sabía perfectamente que aquella sería su última noche. La imagen de sus seres queridos acudió a su mente, y gritó. Gritó por el dolor que le inflingían y por la tristeza de haber fracasado.
Súbitamente sintió que ya no estaba allí, que todo aquello le estaba pasando a otro y él estaba lejos, al calor de su hogar. Pensó en la sonrisa de sus hijos, en su esposa, en su niñez, hasta que la oscuridad anunció que su vida se acababa de extinguir.
Autor: ruben
Ruben- Poeta especial
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Armando Lopez- Moderador General
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