Una Noche
Una Noche
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Una Noche
Y se pintó los labios en un acto religioso, para un suicidio falso.
Muerte lujuriosa, placentera. Agonía de besos entre caricias y zigzagueos.
Víbora que afiebra con el veneno de sus colmillos
Masca la avaricia de sus incontrolados deseos y camina por la ciudad buscando donde menguar el hambre de su cuerpo.
En el bar esparce sobre sus labios el trago maquiavélico y el arpa de Dios comienza a tocar la melodía olvidada de Mozart. Pastoril embrujado que llama a los excomulgados a ser cómplices de noches alquiladas donde saciar el deseo carnal.
Ahí están. Ella sin máscara en los labios, entrega otra de sus noches, al sarcasmo libidinoso de un extraño. En sus pezones atesora las ruinas del mundo, el génesis, el Apocalipsis veneran su carne esculpida en sal.
Ahí están los desconocidos cuerpos mezclándose entre zigzagueos, sin promesas, sin eternidad que cuidar. Lujurioso romano sin César. Libidinosa egipcia sin Dios, carne exterminadora, ansiosa, disoluta.
Carne unida al consuelo de un dios fortuito, de un dios casual.
Muerde cada respiro, extermina cualquier perdón. Amazona que busca libertad en el esclavo. Guerrera nocturna. Gladiadora romana. Necesidad justa de piel contra piel, labio contra labio, pelos entrelazados que se castigan sin hacerse daño.
Se acarician los muslos, entre besos, entre mordeduras. Besos abiertos que gimen en la antesala del placer. De tanto gemido y por tanto roce, un oleaje salado guillotina la humedad fundida en las entrepiernas, que saturadas nada desean, nada esperan.
Atenuada el hambre del cuerpo, se viste perezosa. Complacida me miro en el espejo y me pinto los labios para esconder otra noche. Noches que no me hacen daño.
Silvia Rodríguez Bravo
Del libro Versóvulos
Ediciones Safo
Una Noche
Y se pintó los labios en un acto religioso, para un suicidio falso.
Muerte lujuriosa, placentera. Agonía de besos entre caricias y zigzagueos.
Víbora que afiebra con el veneno de sus colmillos
Masca la avaricia de sus incontrolados deseos y camina por la ciudad buscando donde menguar el hambre de su cuerpo.
En el bar esparce sobre sus labios el trago maquiavélico y el arpa de Dios comienza a tocar la melodía olvidada de Mozart. Pastoril embrujado que llama a los excomulgados a ser cómplices de noches alquiladas donde saciar el deseo carnal.
Ahí están. Ella sin máscara en los labios, entrega otra de sus noches, al sarcasmo libidinoso de un extraño. En sus pezones atesora las ruinas del mundo, el génesis, el Apocalipsis veneran su carne esculpida en sal.
Ahí están los desconocidos cuerpos mezclándose entre zigzagueos, sin promesas, sin eternidad que cuidar. Lujurioso romano sin César. Libidinosa egipcia sin Dios, carne exterminadora, ansiosa, disoluta.
Carne unida al consuelo de un dios fortuito, de un dios casual.
Muerde cada respiro, extermina cualquier perdón. Amazona que busca libertad en el esclavo. Guerrera nocturna. Gladiadora romana. Necesidad justa de piel contra piel, labio contra labio, pelos entrelazados que se castigan sin hacerse daño.
Se acarician los muslos, entre besos, entre mordeduras. Besos abiertos que gimen en la antesala del placer. De tanto gemido y por tanto roce, un oleaje salado guillotina la humedad fundida en las entrepiernas, que saturadas nada desean, nada esperan.
Atenuada el hambre del cuerpo, se viste perezosa. Complacida me miro en el espejo y me pinto los labios para esconder otra noche. Noches que no me hacen daño.
Silvia Rodríguez Bravo
Del libro Versóvulos
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Arjona Dalila Rosa- Cantidad de envíos : 1230
Puntos : 47415
Fecha de inscripción : 10/10/2012
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