Pluma Mística I
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Pluma Mística I
Pluma Mística I [[Introducción]]
Oscuridad, vacío. El protagonista de este sueño estaba solo en medio de ninguna parte, donde reinaba la oscuridad y no había suelo posible. Sin embargo, pudo caminar sobre lo invisible, sin saber muy bien dónde se dirigía, y menos, verlo. A veces gritaba nombres de conocidos, o simplemente un "¿dónde estoy?". El silencio era su única respuesta. Muy poco a poco, mientras avanzaba, la oscuridad se fue haciendo más clara en un tono azulado, dando finalmente la impresión de que todo aquello era niebla, una niebla mágica debido a su color. Le pareció distinguir sombras que pasaban fugaces, cerca y lejos a la vez, pues no podía medir la distancia en aquel lugar. No veía ni sus pies. Pronto, otro cambio sucedió. En un punto lejano de aquel lugar, pudo ver un punto de color dorado, un punto de luz que titilaba, esperándole. Sus pies le condujeron hacia aquella luz que, cada vez era más grande, más dorada y más intensa. Más admirable para el soñador de aquel sueño. Pronto la niebla volvió a disiparse un poco, sólo lo suficiente para que, al llegar frente a aquella luz, pudiera ver bien lo que era aquello. Al principio tuvo que ocultar su débil mirada con sus manos, pues aquellos destellos lo cegaban, lo cegaban más de lo que había estado antes, que sólo podía ver oscuridad. Pero, a los minutos, sus ojos se fueron acostumbrando un poco a aquella luz, y, en medio de la esfera de aire dorado, pudo distinguir un objeto que le inspiró una gran importancia. Una pluma. Blanca, limpia, nítida, pura. Una pluma de ángel, sin duda alguna. Una simple pluma que poseía un gran poder. Al soñador le dio la impresión de que, con tan sólo rozarla, sentiría aquel poder. Y así quiso hacerlo. Alargó una mano temeroso, y pudo notar un reconfortable –quizás demasiado– calor al penetrar su brazo en la esfera de luz. Finalmente sus dedos se acercaron mucho a aquella esencia de ángel, y, cuando las yemas de estos estuvieron a punto de tocarla, la esfera de luz se encogió sobre si misma y desapareció llevándose a la pluma, desintegrándose delante de sus ojos. El soñador sintió una gran frustración, sin saber muy bien por qué. Sentía el anhelo hacia aquel objeto.
Se giró, desconcertado, y pudo distinguir las sombras que antes pasaban por su lado, pero ahora quietas, inmóviles. Seis sujetos enfundados en seis túnicas de diferentes colores estaban alrededor de él. No pudo verles el rostro. Las capuchas de sus túnicas les cubrían la cara. El soñador tragó saliva. A penas unos segundos más tarde, el que tenía frente a él, el que le inspiraba más importancia, el de la túnica blanca, se acercó lentamente. El soñador no pudo moverse. Cuando tuvo al túnica blanca delante de sí, este hizo un gesto y se llevó las manos a la cabeza, dispuesto a bajarse la capucha para mostrar el rostro. Pero en ese momento, despertó. Bueno, despertaron. Aquellas seis personas que habían soñado lo mismo, con el mismo vacío, la misma pluma, el mismo poder y los mismos túnicas, despertaron de su extraño y significativo sueño.
Snaug levantó la cabeza, mientras su cuerpo reposaba pesado y sudoroso sobre el catre de sabanas de lino. Frunció el ceño, lentamente, desconcertado y con los músculos y nervios en tensión y los latidos de su corazón tan acelerados como su respiración. Pasó saliva, para aclarar la garganta seca y humedecerse la lengua hinchada, mientras volvía a recostar cansinamente el fino y blanco cuello hacia atrás, sobre el almohadón, y cerraba los parpados, borrando de su vista las sombras de la ventana marcadas en el techo como horripilantes imágenes de monstruos invisibles, sustituyéndolas por una oscuridad aun mayor a la que lo rodeaba. Todo había sido real...demasiado real...Encogió los pies que permanecían descubiertos de las sabanas de color, estas se mancharon de lodo, como si el muchacho hubiese caminado descalzo sobre la tierra húmeda del ocaso…
Jun despertó de golpe, enderezando su espalda al momento y abriendo los ojos de par en par. Intentó recobrar la respiración y luego suspiró. Se pasó una mano por la frente y se levantó. Se apresuró en vestirse del todo, y cogió también un cordel que guardaba y se hizo una cola alta, muy alta con sus cabellos rubios-castaños mientras salía de aquella tienda, sencilla pero bien hecha. A fuera, contempló el campamento. La aldea de las amazonas. Muchas de ellas, la mayoría, ya estaban movilizándose, todas serias, imponentes, y cada una su tarea asignada. Unas fabricaban armas o las reparaban, tejían ropas o preparaban pieles, etc. Otras habían salido ya a cazar y a rondar por los alrededores, vigilando su terreno de posibles enemigos. Sonrió al haberse librado de aquel sueño, al volver a estar en aquella aldea entre hábiles mujeres y se dirigió con orgullo hacia su puesto.
-Señor, señor...Señor, malas noticias del terreno de batalla...Señor? -El joven que vestía armadura blanca, pero abollada y rallada, aparte de manchada de sangre, aunque aun así, no parecía perder su fulgor puro, parpadeó. Su general acostumbraba a tener el sueño ligero y despertar con el mismísimo roce del aire con el cuero viejo de una bota que aun no a pisado el suelo. Había sido desde joven entrenado para ello. Lo hacían dormir, despertándolo cada diez minutos, con el objetivo de que descansase a la vez que se mostraba alerta pasara lo que pasara. Pero esta vez, Stell Von Storm no lo hizo. No despertó hasta los dos o tres minutos pasados en el que apuesto muchacho pero demacrado por el sufrimiento, lo llamara con tono frió pero respetuoso.
Los ojos hundidos pequeños y oscuros de la mole imponente de unos 35 años a lo sumo escrutó de arriba abajo al soldado. Solo necesitó unos segundos para entender la urgencia que lo llamaba, y otros pocos más para dar un brinco hacia el metal forjado que lo esperaba, como expectante, por salir afuera.
-Mover las tropas del cargamento del oeste hacia el final del acantilado, sorprenderemos a esos bárbaros infieles.
En Asia, Yoko se despertó con un estremecimiento. Se incorporó lentamente, fregándose los ojos y miró a su alrededor.
-...¿Sasa? –Preguntó.
Al escuchar el maullido del gato al responder a su nombre, esta sonrió y se levantó a buscarlo. Cogió al gato negro en brazos y salió a fuera de aquella diminuta y pobre caseta, del tamaño de una habitación pequeña. Sus pies desnudos se encontraron directamente con la hierba al atravesar la puerta rota. Bostezó y recordó aquel sueño tan extraño. Su gato ronroneó y ella lo volvió a dejarlo en el suelo de nuevo con una sonrisa. Sasa se restregó contra las piernas de su ama, y la sonrisa de Yoko se tornó un poco triste. -No nos queda comida y lo sabes. Espérate a que vaya a robar al pueblo.
Yoko era una chica solitaria. No recordaba a sus padres. Un hombre de avanzada edad la había acogido y la había entrenado para que supiera defenderse en éste mundo en el que se encontraba sola, pues bien sabía que pronto moriría, y así fue. Yoko se vio obligada a vivir fuera del pueblo, pues era de la más baja sociedad y no le convenía vivir allí. Muchos podían acusarla o detenerla debido a los robos que tenía que cometer para sobrevivir al hambre.
Silvara abrió los ojos color valle. Estos recorrieron el alrededor encontrándose con reflejos y sombras torvas. Notaba su cabeza dar vueltas, y sus pulmones parecían estar apunto de estallar. Perdía el aire. Removió los brazos consiguiendo en un impulso volverse hacia atrás y alejarse del baldo de agua, cayendo con gran estrépito en el suelo arenoso, escupiendo entre tosidos el líquido que la asfixiaba. Su esbelto y grácil cuerpo se balanceó de lado a lado, temblando además de todo. Sus extremidades habían perdido fuerza, y no pensaba en el sueño, no pensaba en su asqueroso pasado y el dolor del presente, no pensaba en el rechazo de elfos y humanos, simplemente no pensaba nada, estaba demasiado débil. Debía llevar en parada cardiaca varios minutos, y desconcertantemente, seguía aun viva.
Ledián despertó también, y, como todos los demás, en un lugar muy alejado. Se levantó, dejando las sábanas limpias atrás. La estancia donde se encontraba era muy refinada, detallada, cuidada, limpia. Respiró hondo y se puso las botas. El elfo se acercó a un espejo donde se peinó rápidamente su cabellera rubia, y clavó la mirada en sus propios ojos tan profundos, azules, celestes, observándose en el espejo. Tenía una expresión seria. Aquel sueño significaba algo, lo sabía. Murmuró unas palabras en élfico y las semiesferas de cristal que había en las paredes iluminaron la habitación con energía que emanaba del bosque y los elfos aprovechaban. Se pudo ver con más claridad y se dirigió a un pequeño balcón. Observó las ventanas de las centenares de habitaciones que había en aquel palacio en medio del bosque, donde tantos elfos vivían y donde allí todavía era de noche.
Autor: Anouk Zürick
Oscuridad, vacío. El protagonista de este sueño estaba solo en medio de ninguna parte, donde reinaba la oscuridad y no había suelo posible. Sin embargo, pudo caminar sobre lo invisible, sin saber muy bien dónde se dirigía, y menos, verlo. A veces gritaba nombres de conocidos, o simplemente un "¿dónde estoy?". El silencio era su única respuesta. Muy poco a poco, mientras avanzaba, la oscuridad se fue haciendo más clara en un tono azulado, dando finalmente la impresión de que todo aquello era niebla, una niebla mágica debido a su color. Le pareció distinguir sombras que pasaban fugaces, cerca y lejos a la vez, pues no podía medir la distancia en aquel lugar. No veía ni sus pies. Pronto, otro cambio sucedió. En un punto lejano de aquel lugar, pudo ver un punto de color dorado, un punto de luz que titilaba, esperándole. Sus pies le condujeron hacia aquella luz que, cada vez era más grande, más dorada y más intensa. Más admirable para el soñador de aquel sueño. Pronto la niebla volvió a disiparse un poco, sólo lo suficiente para que, al llegar frente a aquella luz, pudiera ver bien lo que era aquello. Al principio tuvo que ocultar su débil mirada con sus manos, pues aquellos destellos lo cegaban, lo cegaban más de lo que había estado antes, que sólo podía ver oscuridad. Pero, a los minutos, sus ojos se fueron acostumbrando un poco a aquella luz, y, en medio de la esfera de aire dorado, pudo distinguir un objeto que le inspiró una gran importancia. Una pluma. Blanca, limpia, nítida, pura. Una pluma de ángel, sin duda alguna. Una simple pluma que poseía un gran poder. Al soñador le dio la impresión de que, con tan sólo rozarla, sentiría aquel poder. Y así quiso hacerlo. Alargó una mano temeroso, y pudo notar un reconfortable –quizás demasiado– calor al penetrar su brazo en la esfera de luz. Finalmente sus dedos se acercaron mucho a aquella esencia de ángel, y, cuando las yemas de estos estuvieron a punto de tocarla, la esfera de luz se encogió sobre si misma y desapareció llevándose a la pluma, desintegrándose delante de sus ojos. El soñador sintió una gran frustración, sin saber muy bien por qué. Sentía el anhelo hacia aquel objeto.
Se giró, desconcertado, y pudo distinguir las sombras que antes pasaban por su lado, pero ahora quietas, inmóviles. Seis sujetos enfundados en seis túnicas de diferentes colores estaban alrededor de él. No pudo verles el rostro. Las capuchas de sus túnicas les cubrían la cara. El soñador tragó saliva. A penas unos segundos más tarde, el que tenía frente a él, el que le inspiraba más importancia, el de la túnica blanca, se acercó lentamente. El soñador no pudo moverse. Cuando tuvo al túnica blanca delante de sí, este hizo un gesto y se llevó las manos a la cabeza, dispuesto a bajarse la capucha para mostrar el rostro. Pero en ese momento, despertó. Bueno, despertaron. Aquellas seis personas que habían soñado lo mismo, con el mismo vacío, la misma pluma, el mismo poder y los mismos túnicas, despertaron de su extraño y significativo sueño.
Snaug levantó la cabeza, mientras su cuerpo reposaba pesado y sudoroso sobre el catre de sabanas de lino. Frunció el ceño, lentamente, desconcertado y con los músculos y nervios en tensión y los latidos de su corazón tan acelerados como su respiración. Pasó saliva, para aclarar la garganta seca y humedecerse la lengua hinchada, mientras volvía a recostar cansinamente el fino y blanco cuello hacia atrás, sobre el almohadón, y cerraba los parpados, borrando de su vista las sombras de la ventana marcadas en el techo como horripilantes imágenes de monstruos invisibles, sustituyéndolas por una oscuridad aun mayor a la que lo rodeaba. Todo había sido real...demasiado real...Encogió los pies que permanecían descubiertos de las sabanas de color, estas se mancharon de lodo, como si el muchacho hubiese caminado descalzo sobre la tierra húmeda del ocaso…
Jun despertó de golpe, enderezando su espalda al momento y abriendo los ojos de par en par. Intentó recobrar la respiración y luego suspiró. Se pasó una mano por la frente y se levantó. Se apresuró en vestirse del todo, y cogió también un cordel que guardaba y se hizo una cola alta, muy alta con sus cabellos rubios-castaños mientras salía de aquella tienda, sencilla pero bien hecha. A fuera, contempló el campamento. La aldea de las amazonas. Muchas de ellas, la mayoría, ya estaban movilizándose, todas serias, imponentes, y cada una su tarea asignada. Unas fabricaban armas o las reparaban, tejían ropas o preparaban pieles, etc. Otras habían salido ya a cazar y a rondar por los alrededores, vigilando su terreno de posibles enemigos. Sonrió al haberse librado de aquel sueño, al volver a estar en aquella aldea entre hábiles mujeres y se dirigió con orgullo hacia su puesto.
-Señor, señor...Señor, malas noticias del terreno de batalla...Señor? -El joven que vestía armadura blanca, pero abollada y rallada, aparte de manchada de sangre, aunque aun así, no parecía perder su fulgor puro, parpadeó. Su general acostumbraba a tener el sueño ligero y despertar con el mismísimo roce del aire con el cuero viejo de una bota que aun no a pisado el suelo. Había sido desde joven entrenado para ello. Lo hacían dormir, despertándolo cada diez minutos, con el objetivo de que descansase a la vez que se mostraba alerta pasara lo que pasara. Pero esta vez, Stell Von Storm no lo hizo. No despertó hasta los dos o tres minutos pasados en el que apuesto muchacho pero demacrado por el sufrimiento, lo llamara con tono frió pero respetuoso.
Los ojos hundidos pequeños y oscuros de la mole imponente de unos 35 años a lo sumo escrutó de arriba abajo al soldado. Solo necesitó unos segundos para entender la urgencia que lo llamaba, y otros pocos más para dar un brinco hacia el metal forjado que lo esperaba, como expectante, por salir afuera.
-Mover las tropas del cargamento del oeste hacia el final del acantilado, sorprenderemos a esos bárbaros infieles.
En Asia, Yoko se despertó con un estremecimiento. Se incorporó lentamente, fregándose los ojos y miró a su alrededor.
-...¿Sasa? –Preguntó.
Al escuchar el maullido del gato al responder a su nombre, esta sonrió y se levantó a buscarlo. Cogió al gato negro en brazos y salió a fuera de aquella diminuta y pobre caseta, del tamaño de una habitación pequeña. Sus pies desnudos se encontraron directamente con la hierba al atravesar la puerta rota. Bostezó y recordó aquel sueño tan extraño. Su gato ronroneó y ella lo volvió a dejarlo en el suelo de nuevo con una sonrisa. Sasa se restregó contra las piernas de su ama, y la sonrisa de Yoko se tornó un poco triste. -No nos queda comida y lo sabes. Espérate a que vaya a robar al pueblo.
Yoko era una chica solitaria. No recordaba a sus padres. Un hombre de avanzada edad la había acogido y la había entrenado para que supiera defenderse en éste mundo en el que se encontraba sola, pues bien sabía que pronto moriría, y así fue. Yoko se vio obligada a vivir fuera del pueblo, pues era de la más baja sociedad y no le convenía vivir allí. Muchos podían acusarla o detenerla debido a los robos que tenía que cometer para sobrevivir al hambre.
Silvara abrió los ojos color valle. Estos recorrieron el alrededor encontrándose con reflejos y sombras torvas. Notaba su cabeza dar vueltas, y sus pulmones parecían estar apunto de estallar. Perdía el aire. Removió los brazos consiguiendo en un impulso volverse hacia atrás y alejarse del baldo de agua, cayendo con gran estrépito en el suelo arenoso, escupiendo entre tosidos el líquido que la asfixiaba. Su esbelto y grácil cuerpo se balanceó de lado a lado, temblando además de todo. Sus extremidades habían perdido fuerza, y no pensaba en el sueño, no pensaba en su asqueroso pasado y el dolor del presente, no pensaba en el rechazo de elfos y humanos, simplemente no pensaba nada, estaba demasiado débil. Debía llevar en parada cardiaca varios minutos, y desconcertantemente, seguía aun viva.
Ledián despertó también, y, como todos los demás, en un lugar muy alejado. Se levantó, dejando las sábanas limpias atrás. La estancia donde se encontraba era muy refinada, detallada, cuidada, limpia. Respiró hondo y se puso las botas. El elfo se acercó a un espejo donde se peinó rápidamente su cabellera rubia, y clavó la mirada en sus propios ojos tan profundos, azules, celestes, observándose en el espejo. Tenía una expresión seria. Aquel sueño significaba algo, lo sabía. Murmuró unas palabras en élfico y las semiesferas de cristal que había en las paredes iluminaron la habitación con energía que emanaba del bosque y los elfos aprovechaban. Se pudo ver con más claridad y se dirigió a un pequeño balcón. Observó las ventanas de las centenares de habitaciones que había en aquel palacio en medio del bosque, donde tantos elfos vivían y donde allí todavía era de noche.
Autor: Anouk Zürick
Ruben- Poeta especial
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