"Mi primera vez en sexo fue una violación"
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Poemas Contra el Maltrato y Violencia de Género
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"Mi primera vez en sexo fue una violación"
ESTA CARTA SALIÓ EN LA SECCIÓN LECTORES DEL DIARIO CLARÍN,CARTAS AL PAÍS. ES FUERTE PERO LA PONGO AQUÍ PARA QUE NO VUELVA A SUCEDER.FUE PUBLICADA POR OSVALDO PEPE Y LA CONFESIÓN FUE DE UNA JOVEN ADOLESCENTE DE UN COLEGIO.
Con el tiempo aprendemos a ocultar el dolor detrás de las sonrisas.
No, el tiempo no cura nada, solo nos permite adaptarnos a ciertas situaciones traumáticas que ponen al tiempo a prueba, porque hay heridas que el tiempo no puede curar.
Todos tenemos problemas, pasamos por cosas difíciles y guardamos secretos, pero afrontamos estas situaciones de manera distinta. En mi caso no importa que tan mal me trate la vida y las personas, nada ni nadie valen la pena como para borrarme una sonrisa.
Por eso escribo esta carta, para convertir mi dolor en un consejo, o más bien para demostrar que a pesar de todo lo malo, siempre se puede ser feliz.
Hace cuatro años (mayo de 2010) un grupo de chicos de 16 y 17 años, compañeros míos del colegio abusaron de mí en la habitación de una casa de retiros espirituales, a la que fuimos a pasar dos días con el colegio. Personas que consideraba mis amigos y en las cuales confiaba, me hicieron lo peor que se le puede hacer a alguien.
No puedo poner en palabras lo que sentí y lo que siento cuando lo recuerdo, y no sólo es terrible el acto físico sino también el hecho de que me sacaron la voluntad de elegir.
Me dejaron una marca de por vida.
Yo era virgen y esa fue mi primera experiencia sexual, una violación.
No los denuncié, no le conté a mi familia, les pedí a mis amigos que respeten mi decisión y guarden el secreto, e intenté borrar ese día de mi vida.
Tenía que asumir mi silencio o hablar alto y claro, pero opté por el silencio porque no tenía el valor suficiente. Me sentía frágil, desprotegida, insegura, tenía vergüenza de lo que me había pasado, tenía miedo de contarlo y bronca. Me sentía sucia, me sentía usada, y tenía un fuerte rechazo al placer y a los hombres.
Cuesta años volver a disfrutar de las relaciones sexuales, y cuesta la vida entera olvidarte de un abuso.
Porque hoy, cuatro años después, no puedo mencionar las palabras “abuso” y “violación”, porque se me hace un nudo en la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas.
Hice como si nada hubiese pasado, aunque suelo tener en mi mente las voces que había en esa habitación y mis gritos que de nada sirvieron.
Y cada día me culpo por no haber sido capaz de evitar eso. Sepan que no fue fácil ver todos los días, durante los últimos dos años del colegio, a mis violadores a la cara compartiendo recreos clases y salidas con ellos, mientras por dentro se me partía el corazón y contenía las lágrimas. Hice como si nada hubiese pasado aunque hasta el día de hoy tengo cicatrices en la piel que me reviven constantemente ese día.
El no haber hablado a tiempo, el guardarme las cosas para proteger a mi familia y que no sufrieran, el tener vergüenza de lo que me hicieron (cuando ellos tendrían que sentir vergüenza, y no orgullo), el pensar que con no hablar iba a olvidar todo, y el no haber pedido ayuda convirtieron mi vida en una verdadera tortura. Dicen que ocho de cada diez mujeres violadas deciden llevar la carga pesada del silencio, y yo fui una de ellas.
Admiro el valor de las personas que denuncian, que piden ayuda o que lo cuentan libremente. Yo me lo guardé por 4 años, lo sufrí sola y por dentro. Se me llenan de lágrimas los ojos cuando escucho o veo casos de abuso o violación y se me pone la piel de pollo. Me explota el corazón, siento impotencia y dolor cada vez que me cruzo en la calle a alguno de mis violadores, y agachan la cabeza haciendo que no me ven. O lo que es peor, que me saluden como si nunca hubiese pasado nada. Pero a pesar de todo, sigo sonriendo desde que me despierto hasta que me voy a la cama.
Porque me habrán sacado la dignidad y la virginidad, pero no me sacaron mis ganas de superar lo malo y de ser feliz.
Por eso les digo que no cometan mi mismo error. Si pasaron por algo parecido, no sientan vergüenza. Hay muchas más personas de las que se imaginan que pasan por lo mismo, y vergüenza tienen que sentir ellos.
No tengan miedo.
Háblenlo, cuéntenselo a sus amigos o a su familia, pidan ayuda y sobre todo hagan la denuncia.
Les aseguro que el estar siempre sonriendo y mostrándose fuertes ayuda a salir adelante, pero sólo es de las puertas para afuera.
La única forma de aliviar el dolor es contarlo, llorarlo, liberarte, compartirlo y también buscar justicia. Nadie que haya pasado por lo mismo va a entender el sufrimiento y el dolor que se siente, la impotencia y la desprotección, pero les aseguro que el alivio y la paz que van a sentir cuando lo cuenten es muy grande y vale la pena.
Hablar de lo que pasó es el comienzo del proceso para superar ese peso tan pesado que se carga todos los días. No es justo que les arruinen parte de la vida, y que les arruinen el placer de la sexualidad porque sí.
No es justo que vivan atormentadas cuando esas personas están caminando por la calle libremente, saliendo, y haciendo sus vidas como si nada hubiese pasado.
Pero como dije anteriormente, se puede salir adelante, es difícil pero no imposible. Se puede convertir el dolor en un aprendizaje de la vida, y sobre todo se puede volver a ser feliz si una se lo propone. No cometan mi error, pidan ayuda, denuncien y vuelvan a sonreír con sinceridad y una luz especial.
Florencia Bordo flopibor@hotmail.com
El comentario
Confesión muy valiente y sanadora
Quien escribe es una adolescente que apenas sobrepasa la mayoría de edad. Su nombre real está levemente disimulado a pedido suyo, pero alcanza para que sus abusadores sepan el daño que le han causado. Florencia tuvo varios diálogos con el editor de esta página acerca de si se sentía segura de contar algo tan personal, tan desgarrador en su cuerpo y su espíritu. Nunca dudó: “Es una decisión tomada” , dijo para dejar en claro que quería contar el ultraje y desafiar sus miedos más íntimos.
Quizá por el poder terapéutico de la palabra, quizá para alentar a otras chicas al acto purificador de contar todo y pedir ayuda.
Acaso para poner la vergüenza en el lugar debido, en el de los victimarios, y liberarse ella, la víctima, de esa carga incómoda. Los abusadores son chicos de su edad, en su momento compañeros de curso. Hoy ni siquiera tienen el valor de sostenerle la mirada en algún ocasional cruce callejero. Florencia no olvida, pero sonríe y de a poco va dejando atrás aquel horror que la atormentó cuatro años. Y hasta le sobra coraje para ser feliz.
Osvaldo Pepe opepe@clarin.com
Última edición por Karla Benitez el Lun Ago 18, 2014 2:43 am, editado 1 vez
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