24 de marzo...Carta de Vincent Van Gogh
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24 de marzo...Carta de Vincent Van Gogh
24 de marzo...Carta de Vincent Van Gogh
Mi querido Théo:
Te escribo para decirte que he visto a Signac, y me ha sentado considerablemente bien. He estado muy valiente, muy recto y muy simple, cuando se presentó la dificultad de abrir o no a la fuerza la puerta cerrada por la policía, que había roto la cerradura.
Comenzaron por no querer dejarnos hacer y, sin embargo, a fin de cuentas, hemos entrado. Le he dado, en recuerdo una naturaleza muerta, que había irritado a los buenos gendarmes de la ciudad de Arlés, porque representaba dos arenques ahumados a los cuales, como sabes, llaman gendarmes. Recuerdas que en París ya he hecho dos o tres veces esta misma naturaleza muerta, e incluso que cambié una por un tapiz, hace tiempo. Así, esto basta para mostrarte con qué se complica la gente y qué idiotas son.
Encuentro a Signac muy sereno, cuando se dice que es tan violento; me parece que posee aplomo y equilibrio; eso es todo. Muy rara vez o nunca he tenido una conversación con un impresionista, que no acabara sin desacuerdo de ambos lados o choques irritantes. También ha ido a ver a Jules Dupré y lo admira. No cabe duda de que habrás tenido algo que ver ya que él ha venido a fortificarme un poco la moral: gracias por esto. He aprovechado mi salida para comprar un libro: Los de la gleba de Camille Lemonnier. He devorado dos capítulos -¡es de una profundidad!-... Espera que te lo envíe. Esta es la primera vez, después de muchos meses, que tomo un libro en mis manos. Esto me ayuda mucho y me calma considerablemente. En suma, hay muchas telas para enviarte, como Signac ha podido constatar; a él no le espanta mi pintura, por lo que me ha parecido. Signac encontró y es perfectamente cierto, que yo tenía aspecto de encontrarme bien.
Me entran así el deseo y el gusto del trabajo. Como es natural, agrego que si me anduvieran molestando cada día en mi trabajo y en mi vida los gendarmes y los venenosos y holgazanes electores municipales que peticionan contra mí a su alcalde elegido por ellos y que en consecuencia los oye, mi reacción más humana consistiría en sucumbir de nuevo. Signac, me inclino a creerlo, te dirá algo en el mismo sentido.
Hay que oponerse decididamente, según creo, a la pérdida del mobiliario, etc. Después ¡a fe mía! necesito la libertad de ejercer mi profesión. El Dr. Rey dice que en lugar de comer suficiente y regularmente, me he sostenido, sobre todo, con café y alcohol. Admito todo esto; pero, ¿quedará como cierto que por conseguir la alta nota amarilla que he logrado este verano, me ha sido indispensable empinar un poco el codo?
Finalmente, el artista es un hombre de trabajo y no será el primer papanatas llegado quien vaya a vencerle.
Es preciso que yo sufra la prisión o el manicomio.
¿Por qué no? ¿Rochefort no ha dado, junto con Hugo, Quinet y otros, un ejemplo eterno sufriendo el exilio, y el primero hasta el presidio? Pero lo que yo sólo quiero decir es que esto está por encima de la cuestión de enfermedad y de salud.
Naturalmente, se está fuera de sí en casos paralelos -no digo equivalentes, al no haber más que un lugar muy inferior y secundario, pero digo paralelos.
Y ahora te cuento lo que ha sido la causa primera y última de mi extravío. Tú conoces esta expresión de un poeta holandés: «Ik ben aan d'aard gehecht met meer dan ardsche banden.»
Eso es lo que he experimentado con mucha angustia -sobre todo - en mi llamada enfermedad mental.
Lamentablemente, tengo un oficio que no conozco lo suficiente para expresarme como desearía.
Me detengo por miedo de recaer y paso a otra cosa.
Podrías enviarme antes de tu partida:
3 tubos blanco de zinc.
1 tubo de1 mismo tamaño cobalto.
1 tubo del mismo tamaño ultramar.
4 tubos del mismo tamaño verde veronés.
1 tubo del mismo tamaño verde esmeralda.
1 tubo del mismo tamaño mina anaranjado.
Esto para el caso -probable si encuentro la manera de reanudar mi trabajo - de que dentro de poco me ponga a trabajar de nuevo en los vergeles. ¡Ah... si nada viniera a interrumpirme! Reflexionemos bien antes de ir a otro sitio. Tú ves que en el Mediodía no tengo más probabilidad que en el Norte. Por todas partes es más o menos lo mismo.
Pienso asumir sin rodeos mi oficio de loco, así como Degas ha tomado la forma de un notario. Pero resulta que yo no me siento de ningún modo con la fuerza necesaria.
Me hablas de lo que tú llamas «el verdadero Mediodía ». Más arriba está la razón por la cual yo no iría nunca. Lo dejo para gente más completa, más entera que yo. No sirvo más que para algo intermedio y de rango secundario y borroso. Cualquier intensidad que mi sentido pueda tener, o mi potencia expresiva adquirir, a una edad en que las pasiones materiales están extinguidas por el tiempo, jamás podré construir un edificio predominante sobre un pasado tan carcomido y quebrantado.
¡Así pues, me da más o menos lo mismo lo que me sucede -incluso quedarme aquí - Yo creo que a la larga mi suerte se equilibraría. Cuidado, pues, con las cabezonadas -tú casándote y yo haciéndome demasiado viejo-; ésta es la única política que puede convenimos.
Hasta muy pronto, eso espero; escríbeme sin demasiado retraso créeme, después de rogarte que digas muchas cosas buenas de mi parte a la madre, la hermana y la novia.
Tu hermano que mucho te quiere. ¡Ah!... no quiero olvidarme de decirte una cosa, en la cual he pensado con mucha frecuencia. Por una completa casualidad he hallado en un viejo periódico una frase escrita sobre una antigua tumba en los alrededores de aquí, en Carpentras. Fíjate en este epitafio, muy, muy, muy antiguo; del tiempo –digamos - de la Salambó de Flaubert. «Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie». Si ves a Gauguin, cuéntaselo. Y pensé en una mujer marchita; tú tienes en tu casa el estudio de esa mujer que tenía los ojos tan extraños y que yo había encontrado por otra casualidad.
¿Qué significa esto de «ella nunca se quejó de nadie»? Imagínate una eternidad perfecta -¿por qué no?-; pero no olvidemos que la realidad en los siglos antiguos tiene esto: «y ella nunca se quejó de nadie».
¿Te acuerdas de un domingo en que el bueno de Thomas vino a vernos y que dijo: «¡Ah!, pero, ¿son mujeres como éstas las que os excitan?» No; ésta precisamente no siempre excita; pero en fin, de vez en cuando, en la vida, uno se siente desconcertado como si echara raíces en el suelo. Ahora me hablas del «verdadero Mediodía» y yo decía que, en fin, me parecía un lugar conveniente para gente más completa que yo. El «verdadero Mediodía» ¿no será tal vez el lugar que ofrezca una razón, una paciencia, una serenidad suficiente para volverse como esta buena «Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie»? A su lado, me siento como un ser ingrato. A ti y a tu mujer, en ocasión de tu boda, esa sería la alegría, la serenidad que pediría para vosotros dos: poseer interiormente este verdadero mediodía en el alma.
Si quiero que esta carta salga hoy es necesario que la termine; un apretón de manos, buen viaje y muchas cosas a la madre y la hermana.
Todo tuyo.
Vincent.
Rosko- Moderador Musical
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