EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Gentil señora

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Mensaje por Karla Benitez Miér Jul 02, 2014 3:34 am

Fragmento LXXII
Cancionero
de Francesco Petrarca


Gentil señora, veo
al mover vuestros ojos dulce lumbre
que la senda del cielo me demuestra;
y, por larga costumbre,
en ellos, donde Amor solo recreo,
casi a la luz el corazón se muestra.
Esta visión a bien obrar me adiestra
y la gloria final me representa;
sola ella de la gente me desgrana.
Y nunca lengua humana
podrá contar lo que hace que yo sienta
este doble lucero
cuando invierno de escarcha el prado argenta
y cuando reverdece el campo entero,
como en el tiempo de mi afán primero.

Yo pienso: si allá arriba,
desde donde el Motor de las estrellas
mostrar quiso sus obras en la tierra,
las hay también tan bellas,
quiébrese la prisión que me cautiva
y el camino a inmortal vida me cierra.
Luego me vuelvo a mi continua guerra
dando gracias al día en que he nacido
pues tanto bien me cupo y tal provecho,
y a ella que mi pecho
alzó al amor; pues antes de escogido
me fui odioso y grave,
y desde el día aquel me he complacido
llenando de un concepto alto y suave
el pecho del que tiene ella la llave.

Jamás dicha que place
dio Amor o dio Fortuna antojadiza
a aquel que de ellos fue favorecido,
que yo por una huidiza
mirada no trocase, en la quenace
mi paz cual de raíz árbol nacido.
Oh, vosotros que habéis del cielo sido
centella en que aquel gozo más se enciende,
que dulcemente abrasa y me destruye;
como se pierde y huye
toda otra luz donde la vuestra esplende,
así al alma mía,
cuando tanta dulzura en ella prende,
todo bien, toda idea le es baldía
y solo allí con vos Amor se cría.

Cuanta dulzura en franco
pecho de amante estuvo, juntamente,
es nada comparado a lo que siento,
cuando vos suavemente
vez alguna entre el bello negro y blanco
volvéis la lumbre que da a Amor contento;
y sé que, desde el mismo nacimiento,
a mi imperfecto, a mi contraria suerte,
este remedio apercibía el cielo.
Agravio me hace el velo
y la mano que cruza, dando muerte,
entre mi bien estrecho
y los ojos, mediante los que vierte
el gran deseo que desfoga el pecho,
que, según vos variáis, es contrahecho.

Pues veo y me disgusta
que no vale mi don natural todo,
ni me hace digno del mirar que aguardo,
me esfuerzo en ser del modo
que más a la esperanza alta se ajusta,
y al gentil fuego en el que todo ardo.
Si al bien ligero y al contrario tardo,
puede hacerme el estudio que emprendiera
despreciador de cuanto el mundo ama,
quizás propicia fama
en su juicio benigno hallar pudiera,
Y alivio así es bastante,
pues no de otro lugar el alma llama,
volverse a su mirar dulce y tremante,
final consuelo del cortés amante.

Canción, delante tienes una hermana
y ya la otra llegarse aquí percibo,
de suerte que papel aún más escribo.
Karla Benitez
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