EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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"Ella"

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Mensaje por laila mabrik Jue Jun 05, 2014 2:41 pm


"Ella"

Por Vic53

Historia de un sueño que me marcó la vida. Del mismo salió esta historia:

"ELLA"

La tierra era fangosa. La humedad subía como enredadera por las piernas y cubría todo el cuerpo haciéndolo tiritar hasta las profundidades del alma. Por doquier sombras cubiertas de harapos deambulaban sin rumbo ni destino.

Eran almas con penas. Sobre sus hombros cansinos estaban depositado el peso de la historia de los hombres. ¿Quiénes eran esas sombras deambulantes? Un espeso bosque los cubría por completo. Alimañas de todo tipo bajaban por sus ramas y recorrían sus cuerpos como algo cotidiano y lugares comunes de encuentro y de tránsito.

Los "ayes" se confundían con los resoplos cansinos de sus bocas. Eran los habitantes de las sombras, eran aquellos desterrados, no por ser in-elegidos, sino por la torpeza de sus actos. En el pasado ayer, cuando aun había luz se confundieron, pensaron que nunca acabaría, pero acabó. Y allí estaban, sin rumbo, sin casi identidad, sin esperanzas, sucios de cuerpo y con el corazón roto por el desamor y el olvido. ¿Quién se acordará de estas sombras que fueron y ya no son? Ernesto, Pedro, Ignacio, Juan, Emilia, Eleonor, Justina, Walter y tantos otros. Fueron amados y se rieron del amor.
Fueron vivientes y ahora existen pero no viven. Ahora son malditos, sucios y olvidados.

El bosque espeso, hondo y fangoso era su morada, era el hábitat sin esperanza. No eran de nadie, pues nadie se acordaba ya de ellos. Chocaban entre si sus cuerpos descoordinados y gemían, sollozaban y sus profundos ojos negros buscaban en vano la luz. A los lejos y a lo alto. Muy arriba del espeso bosque existía el castillo de luz. Ernesto no sabía si era cierto, pero algunos murmuraban. Los cuchicheos de arrastradas palabras la nombraban a "Ella". "Ella", que habitaba en ese lugar y "Ella", la que amaba. Decían que era un mito, una leyenda, un relato para saciar el hambre de esperanzas, incluso algunos no solo descreían sino que la negaban y se carcajeaban de los crédulos. Sin argumentos, pero la negaban, no podía existir. Solo el barro pestilente era lo cotidiano.

El hedor insoportable que se filtraba hasta las profundidades de los huesos.

¿Y él qué creía? Él tenía el corazón roto y la voluntad vencida. Él era uno de los tantos que habían creído que la vida siempre daba para más y que se podía reír eternamente. Ahora estaba allí. En su pasado alguien lo había amado y le había hablado de “Ella”. ¡Se rió tanto en esa ocasión! ¿Quién necesita del amor cuando se es amado y cuando la vida le sonríe? ¿Qué importa de la existencia lejana y mítica de una “Ella” si hay sol y éste sale todos los días? ¿Si hay vida y ésta parece nunca acabarse?

Sin embargo murmuraban algunos habían desaparecido, se habían ido. Ya no estaban. Decían que algo los llamaba y se fueron. Daba para reírse si no doliera tanto el alma. Él, se encogió de hombros, siempre se sintió desafortunado. A él nunca le pasa, en realidad nunca se sintió partícipe de nada, nunca se sintió elegido, nunca se sintió amado. Aunque lo fue.

Hubo un profundo silencio. La noche era más noche. La oscuridad era penumbras. Un leve pero profundo crujido se sintió a lo lejos. Algunos corrieron chapoteando en el fango pestilente. Y vieron, y contaron y algunos creyeron.

Desde el castillo fue bajando una inmensa puerta sujeta con cadenas, lentamente, casi imperceptiblemente. Un profundo golpe seco indicó el fin de su eterno recorrido. La noche todo lo embargaba. Pasaron segundos que semejaron horas, minutos que se antojaron siglos. Una tenue luz se vislumbró a lo lejos, allí estaba, allí aparecía… Era "Ella".
Un candil en sus manos, su larga cabellera era mecida por la brisa. Sus vestidos sueltos y largos se arrastraban por detrás sin tocar casi el suelo. Sus pies descalzos la hacían más bella y misteriosa. Despacio, muy despacio, fue acercándose a la punta del puente, y colocando su pequeña mano en la frente y con el candil en alto como para agudizar la mirada, la orientó hacia el bosque, espeso y tenebroso.

Una voz limpia, clara, suave, profunda e indescriptiblemente digna al vocablo humano comenzó a llamar. No como quien llama por llamar y captar una atención, no, era distinta. Esa voz era una voz amante, dulce y materna.

"¡Juaaaaan, Eleonoraaaa, Daviiiiiddd, Anaaaaa, Albaaaaaa, Rodriiiigoooo, Victooooriaaaa, Erneeestoooo!"

Él se sintió profundamente sacudido por una ráfaga interna de afecto. Fue una voz que lo afectó en su estructura más íntima. Él experimentó el amor de esa voz y lo supo.
Pudo ver por primera vez el camino. Pudo pisar con firmeza, pudo erguirse y sentir robustecerse el alma. Vio el camino y aun con paso tembloroso pero firme, los llamados fueron a la luz y por la luz la siguieron. Los que quedaron en el bosque susurraron cosas, habían visto algo: “Algunos pudieron subir al castillo por la orientación de la luz y la fuerza del llamado de una voz”. La voz de “Ella”.

"Jajajaja", volvieron a reírse muchos, otros a cuestas con su harapos volvieron a tropezarse y quitándose las alimañas de encima siguieron deambulando sin rumbo.
Pero hubo otros, unos pocos que creyeron y esperaban. En el fondo de sus corazones repetían sus propios nombres para no olvidarse de ellos. Para saber cómo se sentiría ser pronunciado por los labios de "Ella".
Víctor O.
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Mensaje por laila mabrik Jue Jun 05, 2014 2:54 pm