Mi 2º Nacimiento
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Mi 2º Nacimiento
Mi 2º Nacimiento
Por paumendi
Sucedió en las famosas vacaciones de Julio del año 2004. Todo parecía marchar como siempre, desde que tengo uso de razón hasta mis 14 años de aquel momento mi vacaciones se llamaban “Tafí del Valle”, y eso jamás resultó un problema porque a los ocho que integramos la familia consideramos éste el mejor lugar del mundo para descansar.
Ese año, como muchos otros, invité una compañera. Luciana, mi mejor amiga. Pasamos juntas tres días espectaculares, de los siete que se quedaría, a pesar del característico frío de los valles.
El miércoles 4 de Julio, después de almorzar decidimos salir a “tontiar” con nuestros hermosos 14 años. Como de costumbre íbamos al kiosko y a los videojuegos a encontrarnos con los amigos. Mientras Luciana charlaba con los chicos, yo jugaba con mis primos a la viciosa cascada mágica. Nadie podía negar que yo era experta en llenarme de fichas con solo $ 0.25, para luego repartirlas y compartirlas entre primos.
En mi mejor momento, a punto de llenarme de fichas, se acerca Luciana suplicando en aquel inoportuno momento que la acompañe a dar una “vueltita” en el cuatriciclo de Bruno. Después de mucho insistir terminé dejando mi lugar a un primo.
Salimos en el cutri, como cualquier otra vuelta que daría. A una velocidad muy prudente y normal. De repente Luciana empieza a quejarse que íbamos demasiado rápido y ella tenía miedo. No era el cuatriciclo lo que la animaba, sino quien lo manejaba. Íbamos cuatro personas, todos de la misma edad. Entonces es cuando Bruno decide bajar la velocidad muy exageradamente, tanto como para ir sin agarrarse. El frío y el lento movimiento me hacen determinar que necesitaba ponerme los guantes de uno de los chicos ya que no estaba usándolos. Que irónico que a paso de hombre, junto a las bromas entre nosotros, hace que el cuatri se desvíe un poco del camino. Y con el propósito de acomodarlo se combine todo en tragedia. El brusco movimiento justo en el momento que decidí ponerme los guantes y el lugar que ocupaba en el cuatri, hacen que sólo yo caiga. En ese momento creo que rodo tres vueltas hasta quedar intacta. La caída era tan graciosa y tonta que los chicos esperaban que me levante, me sacuda un poco, nos riamos de lo sucedido y sigamos nuestro trayecto.
Al notar que no me movía ni para correrme de la calle, se acercaron. Ahí comienzó la pesadilla. Demasiada sangre para todos lo que me asistieron; yo estaba consciente pero sin movimiento y con mucho dolor. Entre mucha sangre que salía de mi cabeza y convulsiones, un hombre que pasaba ayuda llamando a mi casa, los chicos estaban totalmente anulados. Mi padre, un hombre sin preocupaciones, imaginó una fractura como lo peor. Mi casa estaba a pocos metros del accidente; en minutos llegó mi papá con mi hermana Susana. A lo lejos me ve mi padre y comienza su hundimiento en un océano de angustia y dolor, casi sin poder respirar se acerca, me toma de la mano y me dice: "Mi Paulita". Mi hermana en la desesperación del estado de mi papá, un hombre cardíaco, y su hermana que no sabía si estaba viva, sabía que sólo una persona podía manejar esa situación: Mi mamá. Ella, sin saber de la gravedad del accidente llegó con un intento de ambulancia. Con la peor de las imágenes, pudo con todo. Mi madre no solo vio a su hija llena de sangre, Dios puso a prueba su fe, y cuando llegó me vio tapada con una colcha, mi papá llorando a mi lado, mi hermana sosteniéndolo a mi papá, autos parados por todos lados y desconocidos gritando y lamentándose.
Para mi suerte la ambulancia no tenía ni camilla, ni cuello, ni nada. La sangre salía de mi oído, y de algunos raspones profundos. Me llevaron a la ciudad a duras penas porque me comporte muy mal. No quería que nadie me tocara.
Apenas llegué me metieron en el tomógrafo, y me hicieron varios estudios. Estuve una semana en el infierno de la “terapia intensiva” alterada por los olores, la gente triste y el dolor. Hasta ese momento no recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Al despertar de mi “síndrome post traumático”, por lo que dicen que uno no recuerda el accidente, resulté ser tan molesta y caprichosa en la terapia que me mandan a la habitación a terminar mi recuperación.
De suerte o milagrosamente, no tenía nada del golpe. Al año, los mareos y los dolores de cabeza, se acabaron y la secuela del oído izquierdo desapareció. Recuperé totalmente la audición y el equilibrio, y todo volvió a la normalidad en mi vida. Siempre agradecida a Dios, más que el dolor y la angustia de la terapia, puedo recordar el amor de mi mamá y de mi papá, a pesar de ser la del medio. ¡Y todos los regalos que me llevaban al sanatorio!
Por paumendi
Sucedió en las famosas vacaciones de Julio del año 2004. Todo parecía marchar como siempre, desde que tengo uso de razón hasta mis 14 años de aquel momento mi vacaciones se llamaban “Tafí del Valle”, y eso jamás resultó un problema porque a los ocho que integramos la familia consideramos éste el mejor lugar del mundo para descansar.
Ese año, como muchos otros, invité una compañera. Luciana, mi mejor amiga. Pasamos juntas tres días espectaculares, de los siete que se quedaría, a pesar del característico frío de los valles.
El miércoles 4 de Julio, después de almorzar decidimos salir a “tontiar” con nuestros hermosos 14 años. Como de costumbre íbamos al kiosko y a los videojuegos a encontrarnos con los amigos. Mientras Luciana charlaba con los chicos, yo jugaba con mis primos a la viciosa cascada mágica. Nadie podía negar que yo era experta en llenarme de fichas con solo $ 0.25, para luego repartirlas y compartirlas entre primos.
En mi mejor momento, a punto de llenarme de fichas, se acerca Luciana suplicando en aquel inoportuno momento que la acompañe a dar una “vueltita” en el cuatriciclo de Bruno. Después de mucho insistir terminé dejando mi lugar a un primo.
Salimos en el cutri, como cualquier otra vuelta que daría. A una velocidad muy prudente y normal. De repente Luciana empieza a quejarse que íbamos demasiado rápido y ella tenía miedo. No era el cuatriciclo lo que la animaba, sino quien lo manejaba. Íbamos cuatro personas, todos de la misma edad. Entonces es cuando Bruno decide bajar la velocidad muy exageradamente, tanto como para ir sin agarrarse. El frío y el lento movimiento me hacen determinar que necesitaba ponerme los guantes de uno de los chicos ya que no estaba usándolos. Que irónico que a paso de hombre, junto a las bromas entre nosotros, hace que el cuatri se desvíe un poco del camino. Y con el propósito de acomodarlo se combine todo en tragedia. El brusco movimiento justo en el momento que decidí ponerme los guantes y el lugar que ocupaba en el cuatri, hacen que sólo yo caiga. En ese momento creo que rodo tres vueltas hasta quedar intacta. La caída era tan graciosa y tonta que los chicos esperaban que me levante, me sacuda un poco, nos riamos de lo sucedido y sigamos nuestro trayecto.
Al notar que no me movía ni para correrme de la calle, se acercaron. Ahí comienzó la pesadilla. Demasiada sangre para todos lo que me asistieron; yo estaba consciente pero sin movimiento y con mucho dolor. Entre mucha sangre que salía de mi cabeza y convulsiones, un hombre que pasaba ayuda llamando a mi casa, los chicos estaban totalmente anulados. Mi padre, un hombre sin preocupaciones, imaginó una fractura como lo peor. Mi casa estaba a pocos metros del accidente; en minutos llegó mi papá con mi hermana Susana. A lo lejos me ve mi padre y comienza su hundimiento en un océano de angustia y dolor, casi sin poder respirar se acerca, me toma de la mano y me dice: "Mi Paulita". Mi hermana en la desesperación del estado de mi papá, un hombre cardíaco, y su hermana que no sabía si estaba viva, sabía que sólo una persona podía manejar esa situación: Mi mamá. Ella, sin saber de la gravedad del accidente llegó con un intento de ambulancia. Con la peor de las imágenes, pudo con todo. Mi madre no solo vio a su hija llena de sangre, Dios puso a prueba su fe, y cuando llegó me vio tapada con una colcha, mi papá llorando a mi lado, mi hermana sosteniéndolo a mi papá, autos parados por todos lados y desconocidos gritando y lamentándose.
Para mi suerte la ambulancia no tenía ni camilla, ni cuello, ni nada. La sangre salía de mi oído, y de algunos raspones profundos. Me llevaron a la ciudad a duras penas porque me comporte muy mal. No quería que nadie me tocara.
Apenas llegué me metieron en el tomógrafo, y me hicieron varios estudios. Estuve una semana en el infierno de la “terapia intensiva” alterada por los olores, la gente triste y el dolor. Hasta ese momento no recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Al despertar de mi “síndrome post traumático”, por lo que dicen que uno no recuerda el accidente, resulté ser tan molesta y caprichosa en la terapia que me mandan a la habitación a terminar mi recuperación.
De suerte o milagrosamente, no tenía nada del golpe. Al año, los mareos y los dolores de cabeza, se acabaron y la secuela del oído izquierdo desapareció. Recuperé totalmente la audición y el equilibrio, y todo volvió a la normalidad en mi vida. Siempre agradecida a Dios, más que el dolor y la angustia de la terapia, puedo recordar el amor de mi mamá y de mi papá, a pesar de ser la del medio. ¡Y todos los regalos que me llevaban al sanatorio!
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