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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Grandes Poetas y Escritores Consagrados :: Talentos de la Poesía
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En la rutina del ajedrecista
calcula
las boronas en la mesa,
las sábanas frías que arañan pedazos de hace días,
y las desveladas velas
que rezaron cadáveres.
Afuera camina búsquedas
desliza mariposas salpicadas de trozos amarillos
y se arropa del frío con la luna.
Los ojos de tanto mirar los días
amasan heridas
y encuentran el eco de la sonrisa que los sigue
andando por ahí.
Se tragan sus bocas agitando el aire,
despedazan rumores sobre los rincones
y se entregan para todos los días
con las manos cerradas y los ojos abiertos.
El ángulo gira en la repisa de las fotografías,
es la obra que alberga el índice
de capítulos que no olvidan
aún los afanes dormidos de un hilo
y la tinta seca;
en el primer párrafo describen trozos
de una denuncia por los que ya no están,
pegan la firma de los otros,
y del perdón al olvido
escupen los gusanos;
en el último párrafo,
de frente cabalgan la aventura que ayer fue lo primero
y vuelven con las alas abiertas
para desenterrar
la tierra y el pueblo que los nació y los vio huir;
tierra de los huesos debajo de las cercas,
al lado de los filos,
que van borrando de los caminos huellas
y luego a los caminos;
tierra de frutos minados,
de códigos de barras, de fechas de la resolución reciente
con todos sus prohibidos.
Aquí desplazados ellos, ellas
de la mano siguen las evidencias y su decisión
de escribir en la piel de todas las memorias,
por nuestros muertos ni silencios, ni rezos
no vasta rezar, ya no
aún las sepulturas
no nos basta rezar.
María Victoria Córdoba
En la rutina del ajedrecista
calcula
las boronas en la mesa,
las sábanas frías que arañan pedazos de hace días,
y las desveladas velas
que rezaron cadáveres.
Afuera camina búsquedas
desliza mariposas salpicadas de trozos amarillos
y se arropa del frío con la luna.
Los ojos de tanto mirar los días
amasan heridas
y encuentran el eco de la sonrisa que los sigue
andando por ahí.
Se tragan sus bocas agitando el aire,
despedazan rumores sobre los rincones
y se entregan para todos los días
con las manos cerradas y los ojos abiertos.
El ángulo gira en la repisa de las fotografías,
es la obra que alberga el índice
de capítulos que no olvidan
aún los afanes dormidos de un hilo
y la tinta seca;
en el primer párrafo describen trozos
de una denuncia por los que ya no están,
pegan la firma de los otros,
y del perdón al olvido
escupen los gusanos;
en el último párrafo,
de frente cabalgan la aventura que ayer fue lo primero
y vuelven con las alas abiertas
para desenterrar
la tierra y el pueblo que los nació y los vio huir;
tierra de los huesos debajo de las cercas,
al lado de los filos,
que van borrando de los caminos huellas
y luego a los caminos;
tierra de frutos minados,
de códigos de barras, de fechas de la resolución reciente
con todos sus prohibidos.
Aquí desplazados ellos, ellas
de la mano siguen las evidencias y su decisión
de escribir en la piel de todas las memorias,
por nuestros muertos ni silencios, ni rezos
no vasta rezar, ya no
aún las sepulturas
no nos basta rezar.
María Victoria Córdoba
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