LA TRISTE VIDA DE MARTA.
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LA TRISTE VIDA DE MARTA.
LA TRISTE VIDA DE MARTA.
La vi por primera vez en una calurosa tarde de verano. Recuerdo verla parada al costado del cabildo de la ciudad de Córdoba y con una cajita en el suelo que esperaba llenarse de monedas y billetes. Ella cantaba y su público la aplaudía, pero más de uno se reía de ella. Tengo que reconocer que es un espectáculo callejero de esos que dan gracia, de esos que te detienen en el lugar y que te hacen creer que el artista es "un loco de remate". Eso cree la gente de "la Martita", todos piensan que es una loca que no tiene nada más interesante que hacer. Pero es mejor conocer su historia.
Para todos Marta Fernández es uno más de esos tantos y tantos personajes que cada día van a la peatonal de Córdoba a ganarse la vida de una y otra manera, pero para otros Marta ya es un ser querido y porque no, mimado. Hace ya bastante tiempo que se la ve entreteniendo a la gente con sus cantos, que la mayoría de las veces son del cantante apodado” la Mona Giménez”. Marta es así, ella hace reír hasta al más agrío, a todos les saca una sonrisa. Si no es con el canto es con alguna ocurrencia loca que tiene, como por ejemplo cuando reta a los demás puesteros de la peatonal por hacerse el vivo con ella o cuando reta a su propio público cuando en lugar de darle billetes le da monedas.
Cualquiera que la ve puede pensar que está loca, pero en realidad ella está más despierta que nunca y no se olvida de aquel trágico día que cambio su vida, así como tampoco olvida aquel objetivo por el que ella está luchando.
Marta tuvo una vida difícil: Al nacer, la abandonaron en una caja de manzanas en las puertas de la Casa Cuna. Creció en un hogar para niños huérfanos y cuando cumplió 13 años la trasladaron a un hogar de monjas. Más tarde comenzó a trabajar cama-adentro en casas de familia, conoció a su primer marido, con el que tuvo dos niñas. El tipo era golpeador y murió ajusticiado en un baile. Su segundo marido también era violento: se emborrachaba y echaba a Marta y a las niñas a la calle. Un día la justicia intervino, le quitó a Marta las nenas y las dieron en guarda judicial. “Marta nunca quiso firmar los papeles de adopción y hoy clama por ellas: Quiero hablarles algún día y explicarles que yo no las abandoné, repite todo el tiempo. El tipo un día regresó, con la promesa de ayudarle a recuperar las nenas, pero volvió la pesadilla: se hizo el bueno por un tiempo, volvió a golpearla y la abandono dejándola embarazada. De esa unión nació su hijo más pequeño, Jota.
Tiempo después, Marta conoció a Roberto Ibáñez, su tercer y última pareja, diez años menor que ella. El trabajaba en un taller, que cerró por la crisis del 2001. Entonces empezó a cantonear, mientras Marta iba a la “cortada de Israel” (una calle de la zona de negocios con venta mayorista del Mercado Sud de la ciudad) donde compraba shampoo para venderlo en la peatonal. Hasta que sucedió lo que sucedió.
“Él tenía con la mano y daba vuelta y hacía así, entonces yo cruzo la calle. Empecé a correr, él gritaba desesperado, y yo justo lo toco con esta mano ¿para qué lo toqué? Reventó la bomba y me hizo volar en medio de la calle, y me reventó el ojo, siiiiiiii, y ahí lo mató, pobrecito. Lo mató. Él era mi amor” - dice Marta.
Marta y Roberto estaban en barrio Los Naranjos revolviendo bolsas y cestos de basura. Ya era la madrugada del sábado 25 de enero. Roberto tomó la delantera mientras Marta venía atrás distraída con las revistas viejas. Hasta que Roberto encuentra algo extraño y la llama, “Vení Marta, vení”. Es lo último que ella alcanza a escuchar. Una explosión la frena y la expulsa lejos. Esa cosa extraña que explotó era una granada de alto poder destructivo. Una EAM-5, de origen español, dirían luego los expertos. “El hombre quedó como sentado sin manos y con la parte delantera del cuerpo desgarrada”, apunta Patricia, dueña hoy de la farmacia ubicada en Pedro Goyena y Héctor Paniza, la trágica esquina. En el sumario policial, las fotos de la Policía Judicial lo muestran a Ibáñez con la parte delantera del cuerpo desgarrada. “Había pedazos de dentadura, pelos con sangre y carne quemada desparramada”, recuerda Luisa, otra vecina. Todavía hoy, la mancha de pólvora sigue adherida a la piedra bola de una casa.
Esa noche esa bomba mato físicamente a Roberto, y a Marta le destruyo su vida. Ella fue derivada, primero al hospital de Urgencias, para recibir las primeras curaciones y luego, al hospital Córdoba, para el servicio oftalmológico: tenía los dos ojos hechos trizas. “Estallido de globo ocular con pérdida de cristalino, urea y vítreo, en el ojo derecho, y traumatismo perforante, en ojo izquierdo”, dice la historia clínica. Después de estar ahí dos meses le dieron el alta "ya podés irte a tu casa" le dijeron. Pero marta estaba totalmente fuera de órbita: no sabía adónde ir ni cómo hacerlo. No veía. No sólo no había nadie esperándola; sino que regresaba a la vida ciega.
Se reencontró con su hijo. Hubo abrazos y llantos y la decisión de volver al lugar abandonado en el que vivían para buscar las pertenencias. Les habían robado todo. Allí empezó el peregrinar por distintos hogares y refugios como el Padre Aguilera, el Portal de Belén y el Remar, entre otros. Del hogar del Padre AguileraCáritas. La distraen con una entrevista mientras le llevan el hijo. Ella sale corriendo como puede. Tropieza con la escalera y pierde parte de la dentadura. A Jota lo internan en un hogar para niños. A falta de refugios donde llevarla, a Marta la alojan en el Remar, un centro de rehabilitación para adictos. Pero éste cierra y Marta queda en la calle.
Hoy, la situación de Marta no ha variado demasiado. Mientras, su hijo, pasa sus días, tardes y noches en un hogar de tránsito, ( Hasta hace unos días estaba en el hogar evangélico Granja Pía, en San Agustín, un pueblo ubicado 70 kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba. Pero por decisión de la justicia lo habrían trasladado a Córdoba, al Ceferino Namuncurá) Marta implora, llorando, de que lo trasladen porque en la Granja no recibía apoyo escolar. “Lo hacen trabajar en vez de llevarlo a la escuela”, dice.
En una mochila que la acompaña adonde vaya, Marta guarda un cuaderno Gloria con anotaciones de Jota, en su paso por distintos institutos y albergues. Por ejemplo, de su estadía en Los Hermanitos, Jota cuenta en letras de imprenta: “Cuando estuve hogar de Hermanito Cristina me daba el remedio se le caía más de una gota por eso el tiempo pasaba. Me estoy dando cuenta que me sentía mal y también a Ricardo se le escapaba la gota. Yo le conté al doctor que se hinchaba el pechito y me cambiaron el remedio y ahora me siento maso o meno con el remedio que tomo. Se llama Midax y Rivotril en pastillas y me gustaría que me lo saquen”. En otra hoja del cuaderno se lee: “Necesito ayuda e ir a la escuela y quiero seguir yendo al Cabred y me gustaría hacer la comunión y la confirmación. Mamá no te olvido. Conseguí una casa mamá. Te quiero mucho”.
Así vive Marta, intentado recuperar a sus tres hijos que hoy están en poder de la justicia. Y mientras deambula por las calles cordobesas intentando juntar algo de dinero para poder subsistir. Ella tiene un sueño: cantar con su ídolo, la Mona Gimenez, para juntar mucha plata y así demostrarle al Estado que va a poder salir adelante con sus hijos.
Marta no es una loca más, ella es una mujer a la cual la vida se la hizo difícil.
Agustina
La vi por primera vez en una calurosa tarde de verano. Recuerdo verla parada al costado del cabildo de la ciudad de Córdoba y con una cajita en el suelo que esperaba llenarse de monedas y billetes. Ella cantaba y su público la aplaudía, pero más de uno se reía de ella. Tengo que reconocer que es un espectáculo callejero de esos que dan gracia, de esos que te detienen en el lugar y que te hacen creer que el artista es "un loco de remate". Eso cree la gente de "la Martita", todos piensan que es una loca que no tiene nada más interesante que hacer. Pero es mejor conocer su historia.
Para todos Marta Fernández es uno más de esos tantos y tantos personajes que cada día van a la peatonal de Córdoba a ganarse la vida de una y otra manera, pero para otros Marta ya es un ser querido y porque no, mimado. Hace ya bastante tiempo que se la ve entreteniendo a la gente con sus cantos, que la mayoría de las veces son del cantante apodado” la Mona Giménez”. Marta es así, ella hace reír hasta al más agrío, a todos les saca una sonrisa. Si no es con el canto es con alguna ocurrencia loca que tiene, como por ejemplo cuando reta a los demás puesteros de la peatonal por hacerse el vivo con ella o cuando reta a su propio público cuando en lugar de darle billetes le da monedas.
Cualquiera que la ve puede pensar que está loca, pero en realidad ella está más despierta que nunca y no se olvida de aquel trágico día que cambio su vida, así como tampoco olvida aquel objetivo por el que ella está luchando.
Marta tuvo una vida difícil: Al nacer, la abandonaron en una caja de manzanas en las puertas de la Casa Cuna. Creció en un hogar para niños huérfanos y cuando cumplió 13 años la trasladaron a un hogar de monjas. Más tarde comenzó a trabajar cama-adentro en casas de familia, conoció a su primer marido, con el que tuvo dos niñas. El tipo era golpeador y murió ajusticiado en un baile. Su segundo marido también era violento: se emborrachaba y echaba a Marta y a las niñas a la calle. Un día la justicia intervino, le quitó a Marta las nenas y las dieron en guarda judicial. “Marta nunca quiso firmar los papeles de adopción y hoy clama por ellas: Quiero hablarles algún día y explicarles que yo no las abandoné, repite todo el tiempo. El tipo un día regresó, con la promesa de ayudarle a recuperar las nenas, pero volvió la pesadilla: se hizo el bueno por un tiempo, volvió a golpearla y la abandono dejándola embarazada. De esa unión nació su hijo más pequeño, Jota.
Tiempo después, Marta conoció a Roberto Ibáñez, su tercer y última pareja, diez años menor que ella. El trabajaba en un taller, que cerró por la crisis del 2001. Entonces empezó a cantonear, mientras Marta iba a la “cortada de Israel” (una calle de la zona de negocios con venta mayorista del Mercado Sud de la ciudad) donde compraba shampoo para venderlo en la peatonal. Hasta que sucedió lo que sucedió.
“Él tenía con la mano y daba vuelta y hacía así, entonces yo cruzo la calle. Empecé a correr, él gritaba desesperado, y yo justo lo toco con esta mano ¿para qué lo toqué? Reventó la bomba y me hizo volar en medio de la calle, y me reventó el ojo, siiiiiiii, y ahí lo mató, pobrecito. Lo mató. Él era mi amor” - dice Marta.
Marta y Roberto estaban en barrio Los Naranjos revolviendo bolsas y cestos de basura. Ya era la madrugada del sábado 25 de enero. Roberto tomó la delantera mientras Marta venía atrás distraída con las revistas viejas. Hasta que Roberto encuentra algo extraño y la llama, “Vení Marta, vení”. Es lo último que ella alcanza a escuchar. Una explosión la frena y la expulsa lejos. Esa cosa extraña que explotó era una granada de alto poder destructivo. Una EAM-5, de origen español, dirían luego los expertos. “El hombre quedó como sentado sin manos y con la parte delantera del cuerpo desgarrada”, apunta Patricia, dueña hoy de la farmacia ubicada en Pedro Goyena y Héctor Paniza, la trágica esquina. En el sumario policial, las fotos de la Policía Judicial lo muestran a Ibáñez con la parte delantera del cuerpo desgarrada. “Había pedazos de dentadura, pelos con sangre y carne quemada desparramada”, recuerda Luisa, otra vecina. Todavía hoy, la mancha de pólvora sigue adherida a la piedra bola de una casa.
Esa noche esa bomba mato físicamente a Roberto, y a Marta le destruyo su vida. Ella fue derivada, primero al hospital de Urgencias, para recibir las primeras curaciones y luego, al hospital Córdoba, para el servicio oftalmológico: tenía los dos ojos hechos trizas. “Estallido de globo ocular con pérdida de cristalino, urea y vítreo, en el ojo derecho, y traumatismo perforante, en ojo izquierdo”, dice la historia clínica. Después de estar ahí dos meses le dieron el alta "ya podés irte a tu casa" le dijeron. Pero marta estaba totalmente fuera de órbita: no sabía adónde ir ni cómo hacerlo. No veía. No sólo no había nadie esperándola; sino que regresaba a la vida ciega.
Se reencontró con su hijo. Hubo abrazos y llantos y la decisión de volver al lugar abandonado en el que vivían para buscar las pertenencias. Les habían robado todo. Allí empezó el peregrinar por distintos hogares y refugios como el Padre Aguilera, el Portal de Belén y el Remar, entre otros. Del hogar del Padre AguileraCáritas. La distraen con una entrevista mientras le llevan el hijo. Ella sale corriendo como puede. Tropieza con la escalera y pierde parte de la dentadura. A Jota lo internan en un hogar para niños. A falta de refugios donde llevarla, a Marta la alojan en el Remar, un centro de rehabilitación para adictos. Pero éste cierra y Marta queda en la calle.
Hoy, la situación de Marta no ha variado demasiado. Mientras, su hijo, pasa sus días, tardes y noches en un hogar de tránsito, ( Hasta hace unos días estaba en el hogar evangélico Granja Pía, en San Agustín, un pueblo ubicado 70 kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba. Pero por decisión de la justicia lo habrían trasladado a Córdoba, al Ceferino Namuncurá) Marta implora, llorando, de que lo trasladen porque en la Granja no recibía apoyo escolar. “Lo hacen trabajar en vez de llevarlo a la escuela”, dice.
En una mochila que la acompaña adonde vaya, Marta guarda un cuaderno Gloria con anotaciones de Jota, en su paso por distintos institutos y albergues. Por ejemplo, de su estadía en Los Hermanitos, Jota cuenta en letras de imprenta: “Cuando estuve hogar de Hermanito Cristina me daba el remedio se le caía más de una gota por eso el tiempo pasaba. Me estoy dando cuenta que me sentía mal y también a Ricardo se le escapaba la gota. Yo le conté al doctor que se hinchaba el pechito y me cambiaron el remedio y ahora me siento maso o meno con el remedio que tomo. Se llama Midax y Rivotril en pastillas y me gustaría que me lo saquen”. En otra hoja del cuaderno se lee: “Necesito ayuda e ir a la escuela y quiero seguir yendo al Cabred y me gustaría hacer la comunión y la confirmación. Mamá no te olvido. Conseguí una casa mamá. Te quiero mucho”.
Así vive Marta, intentado recuperar a sus tres hijos que hoy están en poder de la justicia. Y mientras deambula por las calles cordobesas intentando juntar algo de dinero para poder subsistir. Ella tiene un sueño: cantar con su ídolo, la Mona Gimenez, para juntar mucha plata y así demostrarle al Estado que va a poder salir adelante con sus hijos.
Marta no es una loca más, ella es una mujer a la cual la vida se la hizo difícil.
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Fecha de inscripción : 18/03/2012
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