Ocho Ojos Simples
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Ocho Ojos Simples
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Sé que me han infectado; sé que no me queda mucho tiempo; los mareos, las nauseas, los vómitos y la fiebre dan buena cuenta de ello. Pese a todo, el parte médico sólo diagnostica una aguda inflamación en el estómago y el intestino grueso (Inflamación causada por una disminución en el pH del jugo gástrico como consecuencia de un aumento en la concentración del ácido clorhídrico). Son hojas y hojas que revisan el contenido de mi sangre, y análisis y análisis que forman el grueso, sin dejar lugar a dudas, de porqué la medicina aún sigue estando tan atrasada. Dice mi informe, además, que atravieso un episodio psicótico post-traumático con tendencias alucinógenas y delirios a causa de una fiebre provocada por la ingestión de alimentos en pésimas condiciones. Se atreven a dictaminar que Cristina Mateo, mi prometida, murió a causa de la perforación e infección del intestino grueso. Dicen, dicen, dicen… pero nadie cree mi historia. El caso es que sigo aquí encerrado, en esta blanca habitación de hospital bajo cuidados intensivos, esperando a que la muerte, que vaga por los pasillos, encuentre y se fije en mi puerta al pasar.
Todo comenzó en un largo fin de semana que escapamos al campo con un par de bien merecidos días de vacaciones…
Cris y yo somos muy aficionados a acampar en plena montaña. El verde, el aire, los pájaros, los arroyos y ríos, la niebla matutina, el silencio; todo nos encandila cuando nos tumbamos sobre el terroso y verde suelo para contemplar las estrellas o las nubes al pasar. Ésta vez, elegimos el pantano de “Chera” para pasar unos días en plena naturaleza. Su situación geográfica es magnífica: un generoso lago alimentado por un silencioso río, prominentes montañas en cualquier dirección, grandes pinos y carrascas por doquier, laderas de escasa pendiente frente al río y enormes parajes por donde perderse y disfrutar de un mundo alejado de la civilización y el progreso. Con catorce piquetas, dos lonas, tres cuerdas, un poco de maña y algo más de paciencia dimos por edificada nuestra tienda de campaña; no albergaba ningún lujo ni las mejores condiciones, pero tampoco habíamos venido con intención similar. El largo fin de semana, de viernes a martes, acababa de comenzar. La tarde siguió al tranquilo medio día, y la noche a la apacible tarde. No había nadie por las inmediaciones, así que gozábamos de toda la intimidad que precisáramos en cada momento. En unos cenadores que allí había, preparábamos la carne asada o calentábamos el agua para cocer la pasta, el caso es que siempre tratábamos el fuego con el mayor respeto posible y nunca todas las precauciones eran suficientes. El caso es que cenamos un buen asado de carne y después reposamos la cena perdidos en la inmensidad de un cielo sin nubes y plagado de estrellas: allí Deneb a la cabeza del cisne simbolizando la perpetua amistad entre éste y Faetón en la llamada cruz del norte, allí la osa mayor en un baile en perpetua unión de amor entre los siete hermanos indios y las Pléyades, y allí, como un ojo brillante que vigila todo lo que les ocurre a sus hermanos más pequeños está Arturo, la estrella más brillante del firmamento, y mi estrella preferida. Qué decir más que tras las caricias caímos dormidos por un apacible sueño enroscados bajo el firmamento. ¡Y es en aquel momento donde acabó el sueño y comenzó la pesadilla!, ¡Jamás hubiera pensado que una noche en el campo acabara así!, ¡Jamás sufrí ni sufriré semejante pesadilla!, ¡Nadie está a salvo bajo el cobijo de los árboles! ¿Quién sabe cuantas de esas criaturas aguardan en la oscuridad a la espera de víctimas como nosotros?...
Me desperté por el frío, me había quedado destemplado y el cuello y la cabeza ya me pasaban factura por estar apoyados tanto rato sobre las piedras. La luna brillaba en lo más alto del firmamento. Una luna llena que iluminaba en su totalidad el paisaje con su luz mortecina. Me incorporé lentamente para despertar a Cris con un beso, y un grito ahogado de terror quedó sofocado en mi garganta. Cris estaba inmóvil en el suelo, petrificada, con los ojos desorbitados mirando el cielo; le cubría un espeso velo de sudor, temblaba considerablemente mientras tenía aquel “ser” sobre su cabeza. Movía su abdomen lentamente acorde a los cuatro pares de patas que se deslizaban con un sigilo increíble, estaba cubierto por un denso pelaje negro y nos miraba desde sus ocho ojos simples mientras su boca y abdomen dejaban un ligero rastro de una sustancia vomitiva sobre el cuello de Cris. ¡No tuve valor para reaccionar, odio a las arañas, les tengo un pánico indecible!, ¡Todo hubiera cambiado si la hubiera cogido y lanzado lejos de allí!, pero no tuve valor y por ello espero la muerte para reunirme y pedirle perdón a mi amada. La araña, la salvaje y descomunal araña, se deslizó al interior de la boca de Cris y desapareció por su garganta. Sólo supe que gritar y arañarme la cara mientras contemplaba una escena semejante. Cris estaba en estado de shock: apenas respiraba, estaba de un blanco difunto, sus ojos totalmente dilatados, casi no tenía pulso… La levanté en brazos y corrí hacia el todo terreno. La intenté acomodar como mejor pude en los asientos traseros y arranqué el motor para ir al hospital más cercano. ¡Corría demasiado!, ¡Aquella fue mi perdición! En la primera curva, la gravilla lateral del camino desestabilizó el vehículo y quedé empotrado con la dirección totalmente rota contra un pino al borde del mismo. La pesadilla sólo había comenzado…
Así pasaron los tres días siguientes. Recogí a Cris, y caminando la devolví a la tienda, me pasé todo el tiempo en vela, vigilando por su seguridad, trayéndole paños mojados para refrescar su frente, dándole aspirinas en sus escasos ratos de conciencia, despertándola en sus sueños y en sus delirios con arañas; y siempre sin dejar de llamar al número de emergencia, pero el móvil no recogía cobertura. Comía escasamente, algo de fruta y seguidamente la vomitaba. No sabía que hacer, no había nadie cerca para ayudarnos. No podía irme a buscar ayuda y dejarla allí sola, las lágrimas acudían a mis ojos ante aquella situación, era desesperante. La noche del lunes fue la que mejor pasó, la fiebre remitió, remitieron los sudores y escalofríos, y, por fin, pude conciliar el sueño. Soñé con las arañas, con la araña que se introducía en la boca de mi futura mujer, soñé con sus ojos, y sus peludas patas… El sueño era inaguantable, la pesadilla me estaba desviviendo y entonces desperté. Desperté paralizado por el frío, no podía moverme, apenas lograba respirar, el corazón me iba a estallar y la cabeza sólo me daba vueltas. Mi mujer yacía muerta sobre mi vientre, con la boca abierta y un sinfín de arañas brotando de su garganta…
Ayer desperté en el hospital. No recuerdo al guardia forestal que nos encontró y trajo hasta aquí, no recuerdo como llegué; sólo conservo el recuerdo de aquel arácnido mirándome fijamente y la impresión desgarradora de cómo se abría paso por mi garganta… Sé que estas blancas sábanas que me cubren tardarán escaso tiempo en mancharse de rojo sangre. Mis tripas me arden victima de la plaga que subyace en ellas y que los Rayos X no son capaces de detectar. Sólo pido a Dios, que en mi muerte no contagie a nadie y todas esas malsanas y aborrecibles criaturas puedan ser exterminadas.
Autor: Haissen
Sé que me han infectado; sé que no me queda mucho tiempo; los mareos, las nauseas, los vómitos y la fiebre dan buena cuenta de ello. Pese a todo, el parte médico sólo diagnostica una aguda inflamación en el estómago y el intestino grueso (Inflamación causada por una disminución en el pH del jugo gástrico como consecuencia de un aumento en la concentración del ácido clorhídrico). Son hojas y hojas que revisan el contenido de mi sangre, y análisis y análisis que forman el grueso, sin dejar lugar a dudas, de porqué la medicina aún sigue estando tan atrasada. Dice mi informe, además, que atravieso un episodio psicótico post-traumático con tendencias alucinógenas y delirios a causa de una fiebre provocada por la ingestión de alimentos en pésimas condiciones. Se atreven a dictaminar que Cristina Mateo, mi prometida, murió a causa de la perforación e infección del intestino grueso. Dicen, dicen, dicen… pero nadie cree mi historia. El caso es que sigo aquí encerrado, en esta blanca habitación de hospital bajo cuidados intensivos, esperando a que la muerte, que vaga por los pasillos, encuentre y se fije en mi puerta al pasar.
Todo comenzó en un largo fin de semana que escapamos al campo con un par de bien merecidos días de vacaciones…
Cris y yo somos muy aficionados a acampar en plena montaña. El verde, el aire, los pájaros, los arroyos y ríos, la niebla matutina, el silencio; todo nos encandila cuando nos tumbamos sobre el terroso y verde suelo para contemplar las estrellas o las nubes al pasar. Ésta vez, elegimos el pantano de “Chera” para pasar unos días en plena naturaleza. Su situación geográfica es magnífica: un generoso lago alimentado por un silencioso río, prominentes montañas en cualquier dirección, grandes pinos y carrascas por doquier, laderas de escasa pendiente frente al río y enormes parajes por donde perderse y disfrutar de un mundo alejado de la civilización y el progreso. Con catorce piquetas, dos lonas, tres cuerdas, un poco de maña y algo más de paciencia dimos por edificada nuestra tienda de campaña; no albergaba ningún lujo ni las mejores condiciones, pero tampoco habíamos venido con intención similar. El largo fin de semana, de viernes a martes, acababa de comenzar. La tarde siguió al tranquilo medio día, y la noche a la apacible tarde. No había nadie por las inmediaciones, así que gozábamos de toda la intimidad que precisáramos en cada momento. En unos cenadores que allí había, preparábamos la carne asada o calentábamos el agua para cocer la pasta, el caso es que siempre tratábamos el fuego con el mayor respeto posible y nunca todas las precauciones eran suficientes. El caso es que cenamos un buen asado de carne y después reposamos la cena perdidos en la inmensidad de un cielo sin nubes y plagado de estrellas: allí Deneb a la cabeza del cisne simbolizando la perpetua amistad entre éste y Faetón en la llamada cruz del norte, allí la osa mayor en un baile en perpetua unión de amor entre los siete hermanos indios y las Pléyades, y allí, como un ojo brillante que vigila todo lo que les ocurre a sus hermanos más pequeños está Arturo, la estrella más brillante del firmamento, y mi estrella preferida. Qué decir más que tras las caricias caímos dormidos por un apacible sueño enroscados bajo el firmamento. ¡Y es en aquel momento donde acabó el sueño y comenzó la pesadilla!, ¡Jamás hubiera pensado que una noche en el campo acabara así!, ¡Jamás sufrí ni sufriré semejante pesadilla!, ¡Nadie está a salvo bajo el cobijo de los árboles! ¿Quién sabe cuantas de esas criaturas aguardan en la oscuridad a la espera de víctimas como nosotros?...
Me desperté por el frío, me había quedado destemplado y el cuello y la cabeza ya me pasaban factura por estar apoyados tanto rato sobre las piedras. La luna brillaba en lo más alto del firmamento. Una luna llena que iluminaba en su totalidad el paisaje con su luz mortecina. Me incorporé lentamente para despertar a Cris con un beso, y un grito ahogado de terror quedó sofocado en mi garganta. Cris estaba inmóvil en el suelo, petrificada, con los ojos desorbitados mirando el cielo; le cubría un espeso velo de sudor, temblaba considerablemente mientras tenía aquel “ser” sobre su cabeza. Movía su abdomen lentamente acorde a los cuatro pares de patas que se deslizaban con un sigilo increíble, estaba cubierto por un denso pelaje negro y nos miraba desde sus ocho ojos simples mientras su boca y abdomen dejaban un ligero rastro de una sustancia vomitiva sobre el cuello de Cris. ¡No tuve valor para reaccionar, odio a las arañas, les tengo un pánico indecible!, ¡Todo hubiera cambiado si la hubiera cogido y lanzado lejos de allí!, pero no tuve valor y por ello espero la muerte para reunirme y pedirle perdón a mi amada. La araña, la salvaje y descomunal araña, se deslizó al interior de la boca de Cris y desapareció por su garganta. Sólo supe que gritar y arañarme la cara mientras contemplaba una escena semejante. Cris estaba en estado de shock: apenas respiraba, estaba de un blanco difunto, sus ojos totalmente dilatados, casi no tenía pulso… La levanté en brazos y corrí hacia el todo terreno. La intenté acomodar como mejor pude en los asientos traseros y arranqué el motor para ir al hospital más cercano. ¡Corría demasiado!, ¡Aquella fue mi perdición! En la primera curva, la gravilla lateral del camino desestabilizó el vehículo y quedé empotrado con la dirección totalmente rota contra un pino al borde del mismo. La pesadilla sólo había comenzado…
Así pasaron los tres días siguientes. Recogí a Cris, y caminando la devolví a la tienda, me pasé todo el tiempo en vela, vigilando por su seguridad, trayéndole paños mojados para refrescar su frente, dándole aspirinas en sus escasos ratos de conciencia, despertándola en sus sueños y en sus delirios con arañas; y siempre sin dejar de llamar al número de emergencia, pero el móvil no recogía cobertura. Comía escasamente, algo de fruta y seguidamente la vomitaba. No sabía que hacer, no había nadie cerca para ayudarnos. No podía irme a buscar ayuda y dejarla allí sola, las lágrimas acudían a mis ojos ante aquella situación, era desesperante. La noche del lunes fue la que mejor pasó, la fiebre remitió, remitieron los sudores y escalofríos, y, por fin, pude conciliar el sueño. Soñé con las arañas, con la araña que se introducía en la boca de mi futura mujer, soñé con sus ojos, y sus peludas patas… El sueño era inaguantable, la pesadilla me estaba desviviendo y entonces desperté. Desperté paralizado por el frío, no podía moverme, apenas lograba respirar, el corazón me iba a estallar y la cabeza sólo me daba vueltas. Mi mujer yacía muerta sobre mi vientre, con la boca abierta y un sinfín de arañas brotando de su garganta…
Ayer desperté en el hospital. No recuerdo al guardia forestal que nos encontró y trajo hasta aquí, no recuerdo como llegué; sólo conservo el recuerdo de aquel arácnido mirándome fijamente y la impresión desgarradora de cómo se abría paso por mi garganta… Sé que estas blancas sábanas que me cubren tardarán escaso tiempo en mancharse de rojo sangre. Mis tripas me arden victima de la plaga que subyace en ellas y que los Rayos X no son capaces de detectar. Sólo pido a Dios, que en mi muerte no contagie a nadie y todas esas malsanas y aborrecibles criaturas puedan ser exterminadas.
Autor: Haissen
Armando Lopez- Moderador General
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Re: Ocho Ojos Simples
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Juraría que toco el piano cuando escribo poesía lo curioso es... que no sé tocar el piano. Eurídice Canova
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