No regresará
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No regresará
No regresará
¿Por qué esperar?
En la mente le apetecía llenar el caldero con esa gorda gallina que había engordado por tanto tiempo.
Sacó del saco unas papas y las peló. Para el medio día tenía listo ya el humeante caldo de gallina criolla.
Ella entró por la puerta de atrás y gritó: ¡Amor ya llegué!
Él se limitó a probar un cucharón más… no estaba seguro que tuviera la cantidad adecuada de sal, ya que al probar mucho algo, se le pierde el gusto real.
Cuando le iba a dar un beso como saludo, él le acercó un cucharón: ¡Pruébalo! Dime si tiene suficiente sal… lo sopló… la miró detenidamente para que no fuera a mentirle y reconocer su reacción por su cara, y le afirmó: Sabía que necesitaba ponerle un poco más de pimienta.
2
Llegadas las seis, notó sin pena ni prisa que no llegaba, pero era común. Siempre había algo que la distraía.
Su caso era uno de esos raros, donde el hombre es el amo de casa y la mujer se parte el lomo en el trabajo de oficina. Llega, cuelga sus pies al sofá y espera a que él le sirva más café.
Estaba lista ya la cena, ¿cuándo en su memoria ha fallado este hombre con el cumplimiento de sus deberes?
El conteo del reloj continuaba, pero todo era normal… sí, normal.
Él mantenía a fuego lento la olla de donde pronto serviría el gran plato de espagueti. Ella era uno de esos escasos casos femeninos que comen de todo sin preocuparse por la dieta, ya que nunca suben ni una libra, aun comiendo más que un cerdo (si es que un cerdo come tanto).
Los tamales ya casi tiesos, decidió mejor sacarlos del comal, sabía que los odiaba quemados, pero le gustaban tostados.
Mientras, dejaba eso por un momento, decidió ir al baño, al salir con pulcridad lavó sus manos, como siempre lo hacía, y fue por un lápiz al dormitorio. No recordaba para qué quería uno, hasta que llegó a la cocina y recordó que tenía sueño. Dejaría una nota para cuando llegare que se sirviera la cena o que lo despertare para servírsela él, como fuere estaría bien.
En cama, esperó unos minutos más, no fuere a aparecer su mujer en su principio de sueño, cuando no se quiere despertar. Pero después cayó rendido.
Al despertar notó la ausencia de su mujer, su lado de la cama seguía intacto lo que significaba que no llegó a dormir. Revisó el sofá por aquello de que le hubiese tomado de malas la luna y hubiese decidido dormir allí.
Nada.
Preparó el desayuno, como siempre para dos. (A veces uno se habitúa a tales cosas)
3
Después de varios días continuaba preparando comida para dos. No sabía si lo hacía por costumbre o por ese miedo patético a las reacciones de las personas, o a afrontar esas reacciones. Lo cierto es que esperaba cada tiempo, con la porción extra grande que le correspondía; pero como era de esperar nunca llegó.
No buscó en los hospitales, ni en las morgues como hacen muchos, ni tampoco dio parte a la policía, pues conocía sobremanera a su amada esposa. Sabía que de morir o sufrir una tragedia nunca lo haría en silencio, y hasta estaba seguro de que si muriere lo despertaría una noche con el suspiro tétrico de los muertos. De sólo pensarlo se le erizaban los pelos.
Con el pasar de los meses, dejó de preparar dos porciones, pero seguía poniendo dos platos a la mesa.
Estaba ya decidido. Si ella volviere no habría preguntas, ni reclamos, ni esos arranques estúpidos de celos que suelen tener las parejas jóvenes.
Algo importante que mencionar en esta relación era la diferencia de edades. Él le llevaba veinte años de diferencia. Podría ser su padre le reclamaba ella cada vez que tenían pleitos conyugales. Le había robado su juventud.
Lo que había olvidado es que un jueves lluvioso de esos que hay en septiembre, sobre ese sofá donde dormía cuando estaba furiosa; ella joven e inocente, casi lo mata de deshidratación después de una violación errante y sádica. Ella juvenil, supuesta hija del podría ser, le succionó hasta el alma al pobre varón que no conocía vampiresa tal hasta aquel jueves en que una pobre inmatura le mostró los placeres de la juventud moderna.
Otro importante detalle es, que desde el principio ese amor se basó en mero deseo carnal. La voracidad con que ella devoraba sus carnes por las noches, era lo que lo alentaba a prepararle los más amorosos platillos. Pero como todo en esta vida, él envejeció y no pudo satisfacerle más sus desmanes amorosos. Ella comenzó a contemplar otros sitios para jugar. (Aunque yo los definiría como lugares de matanza)
Se conformó poco a poco con solo mirar su cuerpo desnudo por las noches mientras se desvestía, o suspirar con añoranzas aquellos desquites, mientras se duchaba, u oler su cuerpo bestialmente sexual al dormir.
Se convirtió día a día en el más deseoso de sus muebles, y en su sirviente incansable.
4
Varios años luego de aquel día, sentado en la mesa, solo, sin ningún plato extra (puesto que había desistido); comiendo la misma sopa espesa de gallina criolla que había preparado aquel día. Dio con el hecho de que ese día en la cama ella se rozaba sobre su pierna con fines de auto satisfacción. Él fingiendo estar dormido, se hundió en el placer que le causaba aquella mujer tan sensual haciéndole el amor a su cuerpo rígido. El hecho era que había tenido una erección, pero ella estaba tan acostumbrada a no conseguirlas, que ni siquiera la notó. Y hoy, habiendo pasado tantos años, lo recordó.
Estaba avergonzado, melancólico. ¿Por qué no le hizo el amor esa noche? ¿Por qué no le devolvió el abrazo?
Tal vez tenía miedo al fracaso, tal vez era sólo que en realidad se había acostumbrado tanto a desearla, que disfrutó más teniéndola así, poseyéndole en el silencio, en el vacío.
Pero… ¡Qué importaba ya! Era demasiado tarde.
Se levantó de la silla, dejó el plato en el lavadero, se resistió a lavarlo y se dirigió a su cama.
Cuando subía hacía el dormitorio, por las viejas e inclinadas gradas, recordó una carta que le había dejado la noche en que partió, él tan poco emocional (ni dramático (¡gracias a Dios!)), no quiso leerla. Pero esta noche, ésta que tanto le había costado trasladar su vejez hacía el segundo nivel, estaba listo para hacerlo. Dobló un pie, giró sobre el otro y al terminar de dar vuelta se atoró contra su propia pantufla y rodó por las escaleras, se golpeó la nuca, se quebró el cuello y murió.
A sus sesentaicinco años, sólo supo una última cosa acerca de su mujer, NUNCA REGRESARÍA.
VagOHEMIO
¿Por qué esperar?
En la mente le apetecía llenar el caldero con esa gorda gallina que había engordado por tanto tiempo.
Sacó del saco unas papas y las peló. Para el medio día tenía listo ya el humeante caldo de gallina criolla.
Ella entró por la puerta de atrás y gritó: ¡Amor ya llegué!
Él se limitó a probar un cucharón más… no estaba seguro que tuviera la cantidad adecuada de sal, ya que al probar mucho algo, se le pierde el gusto real.
Cuando le iba a dar un beso como saludo, él le acercó un cucharón: ¡Pruébalo! Dime si tiene suficiente sal… lo sopló… la miró detenidamente para que no fuera a mentirle y reconocer su reacción por su cara, y le afirmó: Sabía que necesitaba ponerle un poco más de pimienta.
2
Llegadas las seis, notó sin pena ni prisa que no llegaba, pero era común. Siempre había algo que la distraía.
Su caso era uno de esos raros, donde el hombre es el amo de casa y la mujer se parte el lomo en el trabajo de oficina. Llega, cuelga sus pies al sofá y espera a que él le sirva más café.
Estaba lista ya la cena, ¿cuándo en su memoria ha fallado este hombre con el cumplimiento de sus deberes?
El conteo del reloj continuaba, pero todo era normal… sí, normal.
Él mantenía a fuego lento la olla de donde pronto serviría el gran plato de espagueti. Ella era uno de esos escasos casos femeninos que comen de todo sin preocuparse por la dieta, ya que nunca suben ni una libra, aun comiendo más que un cerdo (si es que un cerdo come tanto).
Los tamales ya casi tiesos, decidió mejor sacarlos del comal, sabía que los odiaba quemados, pero le gustaban tostados.
Mientras, dejaba eso por un momento, decidió ir al baño, al salir con pulcridad lavó sus manos, como siempre lo hacía, y fue por un lápiz al dormitorio. No recordaba para qué quería uno, hasta que llegó a la cocina y recordó que tenía sueño. Dejaría una nota para cuando llegare que se sirviera la cena o que lo despertare para servírsela él, como fuere estaría bien.
En cama, esperó unos minutos más, no fuere a aparecer su mujer en su principio de sueño, cuando no se quiere despertar. Pero después cayó rendido.
Al despertar notó la ausencia de su mujer, su lado de la cama seguía intacto lo que significaba que no llegó a dormir. Revisó el sofá por aquello de que le hubiese tomado de malas la luna y hubiese decidido dormir allí.
Nada.
Preparó el desayuno, como siempre para dos. (A veces uno se habitúa a tales cosas)
3
Después de varios días continuaba preparando comida para dos. No sabía si lo hacía por costumbre o por ese miedo patético a las reacciones de las personas, o a afrontar esas reacciones. Lo cierto es que esperaba cada tiempo, con la porción extra grande que le correspondía; pero como era de esperar nunca llegó.
No buscó en los hospitales, ni en las morgues como hacen muchos, ni tampoco dio parte a la policía, pues conocía sobremanera a su amada esposa. Sabía que de morir o sufrir una tragedia nunca lo haría en silencio, y hasta estaba seguro de que si muriere lo despertaría una noche con el suspiro tétrico de los muertos. De sólo pensarlo se le erizaban los pelos.
Con el pasar de los meses, dejó de preparar dos porciones, pero seguía poniendo dos platos a la mesa.
Estaba ya decidido. Si ella volviere no habría preguntas, ni reclamos, ni esos arranques estúpidos de celos que suelen tener las parejas jóvenes.
Algo importante que mencionar en esta relación era la diferencia de edades. Él le llevaba veinte años de diferencia. Podría ser su padre le reclamaba ella cada vez que tenían pleitos conyugales. Le había robado su juventud.
Lo que había olvidado es que un jueves lluvioso de esos que hay en septiembre, sobre ese sofá donde dormía cuando estaba furiosa; ella joven e inocente, casi lo mata de deshidratación después de una violación errante y sádica. Ella juvenil, supuesta hija del podría ser, le succionó hasta el alma al pobre varón que no conocía vampiresa tal hasta aquel jueves en que una pobre inmatura le mostró los placeres de la juventud moderna.
Otro importante detalle es, que desde el principio ese amor se basó en mero deseo carnal. La voracidad con que ella devoraba sus carnes por las noches, era lo que lo alentaba a prepararle los más amorosos platillos. Pero como todo en esta vida, él envejeció y no pudo satisfacerle más sus desmanes amorosos. Ella comenzó a contemplar otros sitios para jugar. (Aunque yo los definiría como lugares de matanza)
Se conformó poco a poco con solo mirar su cuerpo desnudo por las noches mientras se desvestía, o suspirar con añoranzas aquellos desquites, mientras se duchaba, u oler su cuerpo bestialmente sexual al dormir.
Se convirtió día a día en el más deseoso de sus muebles, y en su sirviente incansable.
4
Varios años luego de aquel día, sentado en la mesa, solo, sin ningún plato extra (puesto que había desistido); comiendo la misma sopa espesa de gallina criolla que había preparado aquel día. Dio con el hecho de que ese día en la cama ella se rozaba sobre su pierna con fines de auto satisfacción. Él fingiendo estar dormido, se hundió en el placer que le causaba aquella mujer tan sensual haciéndole el amor a su cuerpo rígido. El hecho era que había tenido una erección, pero ella estaba tan acostumbrada a no conseguirlas, que ni siquiera la notó. Y hoy, habiendo pasado tantos años, lo recordó.
Estaba avergonzado, melancólico. ¿Por qué no le hizo el amor esa noche? ¿Por qué no le devolvió el abrazo?
Tal vez tenía miedo al fracaso, tal vez era sólo que en realidad se había acostumbrado tanto a desearla, que disfrutó más teniéndola así, poseyéndole en el silencio, en el vacío.
Pero… ¡Qué importaba ya! Era demasiado tarde.
Se levantó de la silla, dejó el plato en el lavadero, se resistió a lavarlo y se dirigió a su cama.
Cuando subía hacía el dormitorio, por las viejas e inclinadas gradas, recordó una carta que le había dejado la noche en que partió, él tan poco emocional (ni dramático (¡gracias a Dios!)), no quiso leerla. Pero esta noche, ésta que tanto le había costado trasladar su vejez hacía el segundo nivel, estaba listo para hacerlo. Dobló un pie, giró sobre el otro y al terminar de dar vuelta se atoró contra su propia pantufla y rodó por las escaleras, se golpeó la nuca, se quebró el cuello y murió.
A sus sesentaicinco años, sólo supo una última cosa acerca de su mujer, NUNCA REGRESARÍA.
VagOHEMIO
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