Carta a Noah
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Carta a Noah
Carta a Noah
Querido Noah:
Escribo estas líneas a la luz de las velas, mientras tú duermes en la habitación que hemos compartido desde el día de nuestra boda. Aunque no alcanzo a oír tu respiración, sé que estás ahí, y que pronto me acostaré a tu lado, como siempre. Sentiré tu calor, el bendito consuelo de tu proximidad, y tu respiración me guiará lentamente hasta el lugar donde sueño contigo, con lo maravilloso que eres.
La llama de la vela me recuerda a un fuego del pasado, que contemplé vestida con tu camisa y tus vaqueros. Entonces ya sabía que estaríamos juntos para siempre, aunque al día siguiente titubeara. Un poeta sureño me había capturado, robándome el corazón, y en lo más profundo de mi ser, supe que siempre había sido tuya. ¿Quién era yo para cuestionar un amor que cabalgaba sobre las estrellas fugaces y rugía como las olas del mar? Así era entonces, y así es ahora.
Recuerdo que al día siguiente, el día de la visita de mi madre, volví contigo. Estaba asustada, como nunca en mi vida, porque temía que no me perdonaras que te hubiera dejado. Cuando bajé del coche, temblaba, pero tú sonreiste y me extendiste los brazos, ahuyentando todos mis temores. "¿Te apetece un café?", dijiste simplemente. Y nunca volviste a sacar el tema. Ni una sola vez en todos los años que hemos vivido juntos.
Tampoco protestabas cuando, en los días siguientes, salía a caminar sola. Y si regresaba con lágrimas en los ojos, siempre sabías cuándo debías abrazarme y cuándo dejarme sola. No sé cómo lo sabías, pero lo hacías, y con ello me facilitaste las cosas. Más adelante, cuando fuimos a la pequeña capilla e intercambiamos anillos y votos, te miré a los ojos y comprendí que había tomado la decisión correcta. Más aún, comprendí que era una tonta por haber dudado. Desde entonces, no me he arrepentido ni una sola vez.
Nuestra convivencia ha sido maravillosa, y ahora pienso mucho en ella. A veces cierro los ojos y te veo con hebras de plata en la cabeza, sentado en el porche, tocando la guitarra, rodeado de niños que juegan y baten palmas al ritmo de la música que has creado. Tu ropa está sucia después de una jornada de trabajo, y estás agotado, pero aunque te sugiero que descanses un poco, sonríes y dices: "Es lo que estoy haciendo ". Tu amor por los niños me parece sensual y apasionante. "Eres mejor padre de lo que crees", te digo más tarde, cuando los niños duermen. Poco después, nos desnudamos, nos besamos y estamos a punto de perder la cabeza antes de meternos entre las sábanas de franela.
Te quiero por muchas razones, pero sobre todo por tus pasiones, que siempre han sido las cosas más maravillosas de la vida. El amor, la poesía, la paternidad, la amistad, la belleza y la naturaleza. Y me alegro de que hayas inculcado esos sentimientos a nuestros hijos, porque sin lugar a dudas enriquecerán sus vidas. Siempre hablan de cuánto significas para ellos, y entonces me siento la mujer más afortunada del mundo.
También a mí me has enseñado muchas cosas, me has inspirado, y nunca sabrás cuánto significó para mí que me animaras a pintar. Ahora mis obras están en museos y colecciones privadas de todo el mundo, y aunque muchas veces me he sentido cansada o aturdida por exposiciones y críticos, tú siempre me alentabas con palabras amables.
Comprendiste que necesitaba un estudio, un espacio propio, y no te preocupabas por las manchas de pintura en mi ropa, en mi pelo o incluso en los muebles. Sé que no fue fácil. Sólo un hombre de verdad puede soportar algo así. Y tú lo eres. Lo has sido durante cuarenta y cinco maravillosos años.
Además de mi amante, eres mi mejor amigo, y no sabría decir qué faceta de ti me gusta más. Adoro las dos, como he adorado nuestra vida en común. Tú tienes algo, Noah, algo maravilloso y poderoso. Cuando te miro veo bondad, lo mismo que todo el mundo ve en ti. Bondad. Eres el hombre más indulgente y sereno que he conocido. Dios está contigo. Tiene que estarlo, porque eres lo más parecido a un ángel que he visto en mi vida.
Sé que me tomaste por loca cuando te pedí que escribieras nuestra historia antes de marcharnos de casa, pero tengo mis razones, y agradezco tu paciencia. Y aunque nunca respondía tus preguntas, creo que ya es hora de que sepas la verdad.
Hemos tenido una vida que la mayoría de las parejas no conocerá nunca, y sin embargo, cada vez que te miro, siento miedo porque sé que todo acabará muy pronto. Los dos conocemos el diagnóstico de mi enfermedad y sabemos lo que significa. Te veo llorar, y me preocupo más por ti que por mí, porque sé que compartirás mis sufrimientos. No encuentro palabras para expresar mi dolor.
Te quiero tanto, tan apasionadamente, que hallaré una forma de volver a ti a pesar de mi enfermedad. Te lo prometo. Y por eso te he pedido que escribieras nuestra historia. Cuando esté sola y perdida, léemela —tal como se la contaste a nuestros hijos— y sé que de algún modo comprenderé que habla de nosotros. Entonces, quizá, sólo quizá, encontremos la manera de estar juntos otra vez.
Por favor, no te enfades conmigo los días en que no te reconozca. Los dos sabemos que llegarán. Piensa que te quiero, que siempre te querré, y que ocurra lo que ocurra, habré tenido la mejor vida posible. Una vida contigo.
Si has conservado esta carta y la relees, cree que lo que digo vale también ahora. Noah, dondequiera que estés y cuando quiera que leas esto, te quiero. Te quiero mientras escribo estas líneas, y te querré cuando las leas. Y lamentaré no poder decírtelo en persona. Te quiero con toda el alma, marido mío. Eres, y has sido, lo que siempre he soñado.
Allie
Nicholas Sparks, "El Cuaderno de Noah"
Querido Noah:
Escribo estas líneas a la luz de las velas, mientras tú duermes en la habitación que hemos compartido desde el día de nuestra boda. Aunque no alcanzo a oír tu respiración, sé que estás ahí, y que pronto me acostaré a tu lado, como siempre. Sentiré tu calor, el bendito consuelo de tu proximidad, y tu respiración me guiará lentamente hasta el lugar donde sueño contigo, con lo maravilloso que eres.
La llama de la vela me recuerda a un fuego del pasado, que contemplé vestida con tu camisa y tus vaqueros. Entonces ya sabía que estaríamos juntos para siempre, aunque al día siguiente titubeara. Un poeta sureño me había capturado, robándome el corazón, y en lo más profundo de mi ser, supe que siempre había sido tuya. ¿Quién era yo para cuestionar un amor que cabalgaba sobre las estrellas fugaces y rugía como las olas del mar? Así era entonces, y así es ahora.
Recuerdo que al día siguiente, el día de la visita de mi madre, volví contigo. Estaba asustada, como nunca en mi vida, porque temía que no me perdonaras que te hubiera dejado. Cuando bajé del coche, temblaba, pero tú sonreiste y me extendiste los brazos, ahuyentando todos mis temores. "¿Te apetece un café?", dijiste simplemente. Y nunca volviste a sacar el tema. Ni una sola vez en todos los años que hemos vivido juntos.
Tampoco protestabas cuando, en los días siguientes, salía a caminar sola. Y si regresaba con lágrimas en los ojos, siempre sabías cuándo debías abrazarme y cuándo dejarme sola. No sé cómo lo sabías, pero lo hacías, y con ello me facilitaste las cosas. Más adelante, cuando fuimos a la pequeña capilla e intercambiamos anillos y votos, te miré a los ojos y comprendí que había tomado la decisión correcta. Más aún, comprendí que era una tonta por haber dudado. Desde entonces, no me he arrepentido ni una sola vez.
Nuestra convivencia ha sido maravillosa, y ahora pienso mucho en ella. A veces cierro los ojos y te veo con hebras de plata en la cabeza, sentado en el porche, tocando la guitarra, rodeado de niños que juegan y baten palmas al ritmo de la música que has creado. Tu ropa está sucia después de una jornada de trabajo, y estás agotado, pero aunque te sugiero que descanses un poco, sonríes y dices: "Es lo que estoy haciendo ". Tu amor por los niños me parece sensual y apasionante. "Eres mejor padre de lo que crees", te digo más tarde, cuando los niños duermen. Poco después, nos desnudamos, nos besamos y estamos a punto de perder la cabeza antes de meternos entre las sábanas de franela.
Te quiero por muchas razones, pero sobre todo por tus pasiones, que siempre han sido las cosas más maravillosas de la vida. El amor, la poesía, la paternidad, la amistad, la belleza y la naturaleza. Y me alegro de que hayas inculcado esos sentimientos a nuestros hijos, porque sin lugar a dudas enriquecerán sus vidas. Siempre hablan de cuánto significas para ellos, y entonces me siento la mujer más afortunada del mundo.
También a mí me has enseñado muchas cosas, me has inspirado, y nunca sabrás cuánto significó para mí que me animaras a pintar. Ahora mis obras están en museos y colecciones privadas de todo el mundo, y aunque muchas veces me he sentido cansada o aturdida por exposiciones y críticos, tú siempre me alentabas con palabras amables.
Comprendiste que necesitaba un estudio, un espacio propio, y no te preocupabas por las manchas de pintura en mi ropa, en mi pelo o incluso en los muebles. Sé que no fue fácil. Sólo un hombre de verdad puede soportar algo así. Y tú lo eres. Lo has sido durante cuarenta y cinco maravillosos años.
Además de mi amante, eres mi mejor amigo, y no sabría decir qué faceta de ti me gusta más. Adoro las dos, como he adorado nuestra vida en común. Tú tienes algo, Noah, algo maravilloso y poderoso. Cuando te miro veo bondad, lo mismo que todo el mundo ve en ti. Bondad. Eres el hombre más indulgente y sereno que he conocido. Dios está contigo. Tiene que estarlo, porque eres lo más parecido a un ángel que he visto en mi vida.
Sé que me tomaste por loca cuando te pedí que escribieras nuestra historia antes de marcharnos de casa, pero tengo mis razones, y agradezco tu paciencia. Y aunque nunca respondía tus preguntas, creo que ya es hora de que sepas la verdad.
Hemos tenido una vida que la mayoría de las parejas no conocerá nunca, y sin embargo, cada vez que te miro, siento miedo porque sé que todo acabará muy pronto. Los dos conocemos el diagnóstico de mi enfermedad y sabemos lo que significa. Te veo llorar, y me preocupo más por ti que por mí, porque sé que compartirás mis sufrimientos. No encuentro palabras para expresar mi dolor.
Te quiero tanto, tan apasionadamente, que hallaré una forma de volver a ti a pesar de mi enfermedad. Te lo prometo. Y por eso te he pedido que escribieras nuestra historia. Cuando esté sola y perdida, léemela —tal como se la contaste a nuestros hijos— y sé que de algún modo comprenderé que habla de nosotros. Entonces, quizá, sólo quizá, encontremos la manera de estar juntos otra vez.
Por favor, no te enfades conmigo los días en que no te reconozca. Los dos sabemos que llegarán. Piensa que te quiero, que siempre te querré, y que ocurra lo que ocurra, habré tenido la mejor vida posible. Una vida contigo.
Si has conservado esta carta y la relees, cree que lo que digo vale también ahora. Noah, dondequiera que estés y cuando quiera que leas esto, te quiero. Te quiero mientras escribo estas líneas, y te querré cuando las leas. Y lamentaré no poder decírtelo en persona. Te quiero con toda el alma, marido mío. Eres, y has sido, lo que siempre he soñado.
Allie
Nicholas Sparks, "El Cuaderno de Noah"
Armando Lopez- Moderador General
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