ODAS DE HORACIO- LIBRO IV- II A JULO ANTONIO
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ODAS DE HORACIO- LIBRO IV- II A JULO ANTONIO
II A JULO ANTONIO
El que pretende, Julo, rivalizar con Píndaro, se confía en las céreas alas que Dédalo inventó, para dar su nombre a las cristalinas olas.
Como río que se despeña del monte y engrosado por las lluvias extiende sus riberas, el gran Píndaro hierve y se precipita con raudal profundo; siempre digno del laurel de Apolo, ya siembre de voces nuevas sus audaces ditirambos en estrofas libres de toda ley, ya ensalce a los dioses o a los reyes, progenie divina, por cuyo valor fueron derribados los Centauros con justa muerte y apagadas las llamas de la espantosa Quimera.
Ya cante al atleta o al caballo vencedor, a quienes la palma de Elea equipara a los inmortales, glorificándolos más que cien estatuas; ya llore la suerte del joven arrebatado a la doliente esposa, y eleve a los cielos la fuerza, el valor y las puras costumbres que las sombras del Orco son impotentes a oscurecer.
El cisne Dirceo en su pujante vuelo, ¡oh Antonio!, consigue remontarse por encima de las nubes; yo, al modo do la abeja de Matina, que liba con afán solícito el oloroso tomillo, forjo humilde y laboriosamente mis canciones cerca del bosque o los húmedos arroyos de Tíbur.
Tú cantarás con briosa inspiración las glorias de César cuando ceñido de laureles conduzca los feroces sigambros por la cuesta sagrada del Capitolio; nunca los destinos ni los benévolos dioses han concedido a la tierra príncipe tan excelso y tan justo, ni podrían dárnoslo, aunque tornásemos a la edad de oro.
Después cantarás los días venturosos y el júbilo inmenso de la ciudad, con el foro cerrado a los procesos por la vuelta tan deseada del invencible Augusto.
Entonces, si mi voz merece ser oída, se unirá con gusto a tus acentos, exclamando: «¡Oh día hermoso, día inolvidable que nos devuelves a César!» y durante su marcha solemne los ciudadanos alborozados prorrumpirán conmigo «¡Triunfo, triunfo!», y levaremos nubes de incienso a los benignos dioses.
Tú inmolarás diez toros y otras tantas vacas, yo me desligaré de mis votos sacrificándole un tierno novillo, que ya separado de su madre crece en los viciosos pastos; su frente imita los cuernos encendidos de la luna al tercer día de su nacimiento, y muestra una mancha blanca como la nieve; el resto de su cuerpo es de color rojo.
El que pretende, Julo, rivalizar con Píndaro, se confía en las céreas alas que Dédalo inventó, para dar su nombre a las cristalinas olas.
Como río que se despeña del monte y engrosado por las lluvias extiende sus riberas, el gran Píndaro hierve y se precipita con raudal profundo; siempre digno del laurel de Apolo, ya siembre de voces nuevas sus audaces ditirambos en estrofas libres de toda ley, ya ensalce a los dioses o a los reyes, progenie divina, por cuyo valor fueron derribados los Centauros con justa muerte y apagadas las llamas de la espantosa Quimera.
Ya cante al atleta o al caballo vencedor, a quienes la palma de Elea equipara a los inmortales, glorificándolos más que cien estatuas; ya llore la suerte del joven arrebatado a la doliente esposa, y eleve a los cielos la fuerza, el valor y las puras costumbres que las sombras del Orco son impotentes a oscurecer.
El cisne Dirceo en su pujante vuelo, ¡oh Antonio!, consigue remontarse por encima de las nubes; yo, al modo do la abeja de Matina, que liba con afán solícito el oloroso tomillo, forjo humilde y laboriosamente mis canciones cerca del bosque o los húmedos arroyos de Tíbur.
Tú cantarás con briosa inspiración las glorias de César
Después cantarás los días venturosos y el júbilo inmenso de la ciudad, con el foro cerrado a los procesos por la vuelta tan deseada del invencible Augusto.
Entonces, si mi voz merece ser oída, se unirá con gusto a tus acentos, exclamando: «¡Oh día hermoso, día inolvidable que nos devuelves a César!» y durante su marcha solemne los ciudadanos alborozados prorrumpirán conmigo «¡Triunfo, triunfo!», y levaremos nubes de incienso a los benignos dioses.
Tú inmolarás diez toros y otras tantas vacas, yo me desligaré de mis votos sacrificándole un tierno novillo, que ya separado de su madre crece en los viciosos pastos; su frente imita los cuernos encendidos de la luna al tercer día de su nacimiento, y muestra una mancha blanca como la nieve; el resto de su cuerpo es de color rojo.
Roana Varela- Moderadora
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