ODAS DE HORACIO- LIBRO III- XXIV CONTRA LOS AVAROS
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ODAS DE HORACIO- LIBRO III- XXIV CONTRA LOS AVAROS
XXIV CONTRA LOS AVAROS
Aunque sobrepujes en tu opulencia los tesoros no explotados de los árabes o las riquezas de los indios, y ocupen tus edificaciones el mar Tirreno y de Apulia, si la cruel necesidad fija sus clavos de diamante en los techos artesonados de tu mansión, ni tu alma se librará del miedo ni de los lazos de la muerte tu cabeza.
Mejor viven los labriegos escitas, que trasladan en carros adondequier sus mudables casas, y los fieros getas, que en campos sin límites recogen mieses comunes con toda especie de frutos; no prolongan el cultivo más de un año, y así que terminan su labor, otros los reemplazan, que a su vez son sustituidos al año siguiente.
Allí la segunda esposa mima con gran cariño a los hijos huérfanos de madre, y no hay mujer que, orgullosa de su dote, gobierne al marido o se entregue a la seducción del adúltero. La virtud de los padres es prenda tan estimada como la castidad, temerosa de romper las alianzas legítimas en brazos de otro varón; la infidelidad es un crimen y su castigo la muerte.
¡Ah! Quien quiera poner fin a las impías matanzas, a las discordias intestinas y que se grabe al pie de sus estatuas el título de padre de la patria, atrévase a refrenar la escandalosa licencia de nuestros días, y su nombre será famoso entre los venideros; ya que nosotros, ¡oh baldón!, aborrecemos a los patricios integérrimos mientras viven, y sólo ensalzamos sus virtudes cuando desaparecen de nuestros ojos.
¿A qué vienen las tristes lamentaciones si el suplicio no desarraiga los crímenes? ¿Qué aprovechan las vanas leyes sin las costumbres, cuando ni aquella parte del mundo que abrasa un calor sofocante, ni las frías regiones tapizadas de nieve, que el Bóreas convierte en duro hielo, asustan al mercader? La audacia del navegante triunfa de las tormentas alborotadas, y la pobreza, que es considerada el mayor oprobio, ordena emprender todas las empresas de lucro, sufrir todas las adversidades y abandonar los senderos escabrosos de la virtud.
Arrojemos al fondo del mar próximo o llevemos al Capitolio, adonde nos llaman los gritos de las turbas que favorecen nuestros intentos, las alhajas, las piedras preciosas y el oro inútil, fuente de infinitos males. Si realmente nos avergonzamos de nuestra maldad, arranquemos de raíz los gérmenes de las viles pasiones y templemos en ásperos trabajos los ánimos harto delicados. El joven de hoy, incapaz de sostenerse a caballo, aborrece el ejercicio do la caza, y es más diostro en manejar el disco de los griegos o los dados prohibidos por las leyes.
La mala fe del padre engaña al amigo, al consocio y al huésped, y reúne con rapidez los caudales que ha de legar a un indigno heredero. Así crecen cada día las riquezas mal ganadas; sin embargo, no se qué les falta siempre que nunca el avaro se harta de aumentarlas.
Aunque sobrepujes en tu opulencia los tesoros no explotados de los árabes o las riquezas de los indios, y ocupen tus edificaciones el mar Tirreno y de Apulia, si la cruel necesidad fija sus clavos de diamante en los techos artesonados de tu mansión, ni tu alma se librará del miedo ni de los lazos de la muerte tu cabeza.
Mejor viven los labriegos escitas, que trasladan en carros adondequier sus mudables casas, y los fieros getas, que en campos sin límites recogen mieses comunes con toda especie de frutos; no prolongan el cultivo más de un año, y así que terminan su labor, otros los reemplazan, que a su vez son sustituidos al año siguiente.
Allí la segunda esposa mima con gran cariño a los hijos huérfanos de madre, y no hay mujer que, orgullosa de su dote, gobierne al marido o se entregue a la seducción del adúltero. La virtud de los padres es prenda tan estimada como la castidad, temerosa de romper las alianzas legítimas en brazos de otro varón; la infidelidad es un crimen y su castigo la muerte.
¡Ah! Quien quiera poner fin a las impías matanzas, a las discordias intestinas y que se grabe al pie de sus estatuas el título de padre de la patria, atrévase a refrenar la escandalosa licencia de nuestros días, y su nombre será famoso entre los venideros; ya que nosotros, ¡oh baldón!, aborrecemos a los patricios integérrimos mientras viven, y sólo ensalzamos sus virtudes cuando desaparecen de nuestros ojos.
¿A qué vienen las tristes lamentaciones si el suplicio no desarraiga los crímenes? ¿Qué aprovechan las vanas leyes sin las costumbres, cuando ni aquella parte del mundo que abrasa un calor sofocante, ni las frías regiones tapizadas de nieve, que el Bóreas convierte en duro hielo, asustan al mercader? La audacia del navegante triunfa de las tormentas alborotadas, y la pobreza, que es considerada el mayor oprobio, ordena emprender todas las empresas de lucro, sufrir todas las adversidades y abandonar los senderos escabrosos de la virtud.
Arrojemos al fondo del mar próximo o llevemos al Capitolio, adonde nos llaman los gritos de las turbas que favorecen nuestros intentos, las alhajas, las piedras preciosas y el oro inútil, fuente de infinitos males. Si realmente nos avergonzamos de nuestra maldad, arranquemos de raíz los gérmenes de las viles pasiones y templemos en ásperos trabajos los ánimos harto delicados. El joven de hoy, incapaz de sostenerse a caballo, aborrece el ejercicio do la caza, y es más diostro en manejar el disco de los griegos o los dados prohibidos por las leyes.
La mala fe del padre engaña al amigo, al consocio y al huésped, y reúne con rapidez los caudales que ha de legar a un indigno heredero. Así crecen cada día las riquezas mal ganadas; sin embargo, no se qué les falta siempre que nunca el avaro se harta de aumentarlas.
Roana Varela- Moderadora
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