EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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ODAS DE HORACIO- LIBRO III- IV A CALÍOPE

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ODAS DE HORACIO- LIBRO III-     IV A CALÍOPE Empty ODAS DE HORACIO- LIBRO III- IV A CALÍOPE

Mensaje por Roana Varela Lun Dic 23, 2013 5:30 am

IV A CALÍOPE

Desciende del cielo, soberana Calíope, y acompaña con tu flauta mi canto heroico , si no prefieres que suene tu divina voz sola o al compás de las cuerdas y la cítara de Apolo.
¿La oís, o es una ilusión deliciosa que me engaña? La oigo, y la veo errar por los bosques sagrados, que bañan los arroyos y perfuman las auras.
Las palomas mensajeras de Venus me cubrieron de hojas frescas y recientes un día que el cansancio del juego me rindió dormido en el monte Vúltur, a la falda que se extiende más allá de la Apulia, mi país natal: prodigio que admiraron cuantos habitan como en nidos las rocas de Aceruntia, los bosques de Bantia y los fértiles valles del humilde Forento.
Niño animoso con el favor de los dioses, dormía seguro de las garras de los osos y la ponzoña de las víboras sobre hojas de laurel sagrado y fresco mirto.
Vuestro favor, ¡oh Musas!, vuestro favor me ensalza a las cumbres de los montes sabinos, dirige mis pasos a la fría Preneste, a las colinas de Tíbur o a las risueñas costas de Bayas.
Por haber amado vuestras fuentes y vuestros coros no perecí en el desastroso combate de Filipos, ni a la caída de un árbol funesto, ni en los escollos de Palinuro, que azota el mar de Sicilia.
Como atrevido piloto no vacilaré, siempre que me hagáis compañía, en arrostrar las tempestades del Bósforo, ni en pisar como viajero las ardientes arenas de las playas asirias.
Visitaré indemne al britano tan cruel con el extranjero, al concano que se abreva alegremente en la sangre de sus caballos, al gelono armado de su aljaba y el río de la Escitia.
Vosotras recreáis en la gruta Pieria al gran César cuando busca descanso a sus trabajos, y reconcentra en las ciudades sus cohortes fatigadas de tantas guerras; vosotras <, bienhechoras,> le dais consejos de clemencia, y os regocijáis de habérselos dado. Bien sabemos cómo aniquiló con el rayo destructor a los impíos Titanes y sus horrendos secuaces el dios único que gobierna con magnánima equidad la tierra inmóvil, el mar tumultuoso, el reino de las sombras, las ciudades, los Númenes y las turbas de los mortales.
Había infundido gran terror en el ánimo de Jove la audacia de aquella juventud, que intentaba con la fuerza de sus brazos colocar el Pelión sobre las cumbres del Olimpo; ¿mas qué podían Tifeo y el robusto Mimante, Reto, Porfirión el de estatura colosal, y Encélado, que por dardos vibraba troncos arrancados de cuajo, contra la égida resonante de Palas? Allí peleó Vulcano ávido de sangre, la matrona Juno y Apolo venerado en Pátara y Delos, que nunca suelta el arco de los hombros, que lava sus hermosos cabellos en las puras ondas de Castalia, y habita en las montañas de Licia las selvas que le vieron nacer.
La fuerza que no guía el consejo se precipita por su propio peso. Los Númenes robustecen la fuerza que dirige la prudencia, y odian la que impulsa a los hombres a cometer toda maldad.
Testigos de mis asertos son Giges , el de los cien brazos, y el infame Oríon, que atentó a la castidad de Minerva, cayendo derribado por las saetas de la virgen.

La tierra se conduele de los monstruos que abortó y llora la suerte de sus hijos lanzados por el rayo a las tinieblas del Orco. Ni Ias llamas que Encélado vomita devoran su prisión del Etna, ni el buitre
que castiga la maldad del incontinente Titio deja nunca de roerle las entrañas, y trescientas cadenas sujetan a Pirítoo, el amante de Prosérpina.
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