ODAS DE HORACIO- LIBRO II- VIII A BARINE
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ODAS DE HORACIO- LIBRO II- VIII A BARINE
VIII A BARINE
Te daría crédito, Barine, si alguna vez hubieses sufrido la pena que merecen tus perjurios, ennegreciéndose un solo diente de tu boca o una sola uña de tu mano. Pero tú, apenas acabas de obligarte con pérfidos juramentos, resplandeces mucho más hermosa, y eres el ídolo público de la juventud.
Bien puedes jurar por las cenizas de tu madre, encerradas en la urna fatal, por los astros silenciosos de la noche que fulguran en el cielo, y por los dioses no sujetos al rigor helado de la muerte.
La misma Venus se ríe de tus promesas, se ríen las candorosas Ninfas y el fiero Cupido, que aguza sin descanso sus agudas saetas en una piedra ensangrentada.
Para ofrecerte su amor crecen todos nuestros jóvenes, esclavos nuevos de tus hechizos; y los antiguos amantes, mil veces amenazados [por tu desvío], se resisten a abandonar el techo de su cruel enemiga.
Las madres te temen por sus hijos, te temen los viejos avaros, y aun temen más las miseras doncellas recién casadas que el ámbar de tu aliento detenga a sus maridos en tus umbrales.
Te daría crédito, Barine, si alguna vez hubieses sufrido la pena que merecen tus perjurios, ennegreciéndose un solo diente de tu boca o una sola uña de tu mano. Pero tú, apenas acabas de obligarte con pérfidos juramentos, resplandeces mucho más hermosa, y eres el ídolo público de la juventud.
Bien puedes jurar por las cenizas de tu madre, encerradas en la urna fatal, por los astros silenciosos de la noche que fulguran en el cielo, y por los dioses no sujetos al rigor helado de la muerte.
La misma Venus se ríe de tus promesas, se ríen las candorosas Ninfas y el fiero Cupido, que aguza sin descanso sus agudas saetas en una piedra ensangrentada.
Para ofrecerte su amor crecen todos nuestros jóvenes, esclavos nuevos de tus hechizos; y los antiguos amantes, mil veces amenazados [por tu desvío], se resisten a abandonar el techo de su cruel enemiga.
Las madres te temen por sus hijos
Roana Varela- Moderadora
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