Cháchara de horas de Emilia Pardo Bazán
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Cháchara de horas de Emilia Pardo Bazán
Cháchara de horas de Emilia Pardo Bazán
El grupo de las veinticuatro hermanas se ha detenido delante de la puerta por la cual va a salir el Nuevo Año. Charlan y se miran con curiosidad, pues como nunca están reunidas, dijérase que apenas se conocen.
Las doce de la noche. (Morena ya algo madura, fresca todavía, vestida de morado oscuro, y que empuña una escoba).- Yo, hermanas mías, más he perdido que ganado con los adelantos de la civilización. Antes era la hora de las orgías, de la magia, de la citas apasionadas y de los crímenes aromáticos. Antes, mis doce campanadas hacían alzarse a los espectros de sus tumbas, y a las hechiceras, barnizadas de untos fríos, salir como cohetes, cabalgando en esta escoba, por la chimenea. Ahora no soy la hora romántica, sino la burguesa, en la cual nada de particular sucede... Ya las orgías son juergas; ya no hay magia, sino telepatía; los crímenes se cometen a la luz del sol; las citas... se dan a cualquier hora. Y en cuanto a las brujas... ¡Pobres mujeres! Las llaman histéricas y las someten a tratamiento en las clínicas...
La una de la madrugada.- Pues ¿y yo? A mí sí que se me ha anulado. Mi hermana las doce habrá perdido en categoría; yo en vida. Antes me alumbraban las candilejas de la escena. Ahora, a las doce y media no queda sobre las tablas un farsante. La espada de la multa les corta los parlamentos. Y yo llego cuando los últimos coches ruedan llevando a sus casas a los últimos trasnochadores.
Las dos.- Vedme a mí. Me han envenenado con beleño. Sólo los gatos me eligen para sus rondas nocturnas. De ser hora de desvelo febril y gozoso, en que los nervios vibran y la fantasía enciende sus farolillos de colores; de ser la hora en que las estrofas acuden aladas al llamamiento de los poetas, y el champagne bulle en las copas cristalinas, alegrando por un momento el plomizo sueño de la vida, he venido a ser la hora en que se ronca; ¡una hora con gorro de algodón y camisón amplio!
Las tres.- Peor es mi caso. Soy una hora inoportuna. Ni pez ni rana. Ni pertenezco al placer ni al reposo. Pocos me oyen sonar estando despiertos. Muchos comienzan a soñar que deben despertarse pronto, porque han de madrugar.
Las cuatro. (Llevando en una mano un farol del alumbrado público y en la frente un reflejo de sol naciente, apenas visible).- ¡A mí se me echan infinitas maldiciones! Los pobres trabajadores que tienen que alzarse en lo mejor del sueño y pensar en matar el gusanillo y salir cargados con la herramienta reniegan de mí.
Las cinco. (Envuelta en los claros velos de la aurora, sacudiendo perlas de rocío, con unos dedos que parecen hechos de rosas y rodeada de un enjambre de pajarillos de arpada lengua, que revolotean trinando).- ¡A mí sí que me mandan a todos los demonios! Tú aún consientes que se dé una vuelta en la cama y se diga: «Es temprano». Yo abro con insolencia las ventanas del Oriente; yo, traigo al rubicundo Febo asido de las mil hebras de oro de su cabellera luminosa.
Las seis.- Yo espanto las postreras perezas con la esquila argentina de mis burras de leche.
Las siete.- Tus burras son remedio de viejas, desacreditado.
Las ocho.- Mejor sienta mi café, con leche también..., probablemente de cabra. La de vaca, pura y cremosa, es uno de esos bellos mitos que la antigüedad creó para adornar el otro mito de las Filidas y las Galateas.
Las nueve.- Hermanas diurnas y nocturnas, saludadme. Vosotras habéis bajado y yo he subido. Como la gente se acuesta más temprano, a las nueve nadie permanece entre las ociosas plumas. Las nueve verdaderamente inician al día.
Las diez.- Yo desempeño un papel triste. Soy la hora en que pretendientes, acreedores y sablistas se ponen en campaña, a fin de «coger en casa» a sus víctimas.
Las once.- Mejor es eso que ser hora de entrada en las oficinas, como yo.
Las doce.- O de la gazuza, como yo... El que a las doce no almuerza, por lo menos abre la boca y se para embobado ante los escaparates de Tournié y Lhardy.
La una.- Hermanas mías, vosotras no habéis sabido salir de la clase media. Yo soy la hora del almuerzo elegante, con trufas y buisson d’ecrevisses.
Las dos.- Conmigo empieza la verdadera vida, la vida aristocrática. Las bellas perezosas se deciden a las dos a existir.
Las tres.- Y conmigo la vida intensa, la vida parlamentaria, las sesiones del Senado, del Congreso...
Las cuatro.- Yo toco el clarín y doy salida al astado bruto. En mí suenan cascabeles, relucen bordados de oro, se agitan abanicos.
Las cinco.- ¡Pobres cursis! Yo soy miss five o’clock.
Las seis.- Sí, ponte moños... En España el five o’clock lo hemos convertido en six o’clock, y como en eso el Gobierno no puede intervenir, la verdadera hora del té y de la murmuración soy yo misma.
Las siete.- Yo soy una hora humanitaria. Ya nadie trabaja. ¡Al vermouth! La escarola y las patatas guisadas esperan en su hogar a la gente laboriosa.
Las ocho.- Yo destapo la sopera de plata de los ricos.
Las nueve.- Si el género humano tuviese cordura, yo reinaría sobre los durmientes.
Las diez.- ¡Pues y yo!
Las once.- Callad, charlatanas... El Año Nuevo está a la puerta. Él traerá en sus manitas la reforma de costumbres, usos y abusos.
Las doce (otra vez).- ¡Chist! ¡Ahí le tenemos! ¡Ya viene!
(Por la inmensa puerta sale, titubeando graciosamente, un chiquitín rubio, fresco. En el mismo umbral tropieza y cae de bruces, llorando).
Las horas (a una voz).- ¡Ay! ¡Igual que todos los años! ¡Ha tropezado en la misma piedra!
El grupo de las veinticuatro hermanas se ha detenido delante de la puerta por la cual va a salir el Nuevo Año. Charlan y se miran con curiosidad, pues como nunca están reunidas, dijérase que apenas se conocen.
Las doce de la noche. (Morena ya algo madura, fresca todavía, vestida de morado oscuro, y que empuña una escoba).- Yo, hermanas mías, más he perdido que ganado con los adelantos de la civilización. Antes era la hora de las orgías, de la magia, de la citas apasionadas y de los crímenes aromáticos. Antes, mis doce campanadas hacían alzarse a los espectros de sus tumbas, y a las hechiceras, barnizadas de untos fríos, salir como cohetes, cabalgando en esta escoba, por la chimenea. Ahora no soy la hora romántica, sino la burguesa, en la cual nada de particular sucede... Ya las orgías son juergas; ya no hay magia, sino telepatía; los crímenes se cometen a la luz del sol; las citas... se dan a cualquier hora. Y en cuanto a las brujas... ¡Pobres mujeres! Las llaman histéricas y las someten a tratamiento en las clínicas...
La una de la madrugada.- Pues ¿y yo? A mí sí que se me ha anulado. Mi hermana las doce habrá perdido en categoría; yo en vida. Antes me alumbraban las candilejas de la escena. Ahora, a las doce y media no queda sobre las tablas un farsante. La espada de la multa les corta los parlamentos. Y yo llego cuando los últimos coches ruedan llevando a sus casas a los últimos trasnochadores.
Las dos.- Vedme a mí. Me han envenenado con beleño. Sólo los gatos me eligen para sus rondas nocturnas. De ser hora de desvelo febril y gozoso, en que los nervios vibran y la fantasía enciende sus farolillos de colores; de ser la hora en que las estrofas acuden aladas al llamamiento de los poetas, y el champagne bulle en las copas cristalinas, alegrando por un momento el plomizo sueño de la vida, he venido a ser la hora en que se ronca; ¡una hora con gorro de algodón y camisón amplio!
Las tres.- Peor es mi caso. Soy una hora inoportuna. Ni pez ni rana. Ni pertenezco al placer ni al reposo. Pocos me oyen sonar estando despiertos. Muchos comienzan a soñar que deben despertarse pronto, porque han de madrugar.
Las cuatro. (Llevando en una mano un farol del alumbrado público y en la frente un reflejo de sol naciente, apenas visible).- ¡A mí se me echan infinitas maldiciones! Los pobres trabajadores que tienen que alzarse en lo mejor del sueño y pensar en matar el gusanillo y salir cargados con la herramienta reniegan de mí.
Las cinco. (Envuelta en los claros velos de la aurora, sacudiendo perlas de rocío, con unos dedos que parecen hechos de rosas y rodeada de un enjambre de pajarillos de arpada lengua, que revolotean trinando).- ¡A mí sí que me mandan a todos los demonios! Tú aún consientes que se dé una vuelta en la cama y se diga: «Es temprano». Yo abro con insolencia las ventanas del Oriente; yo, traigo al rubicundo Febo asido de las mil hebras de oro de su cabellera luminosa.
Las seis.- Yo espanto las postreras perezas con la esquila argentina de mis burras de leche.
Las siete.- Tus burras son remedio de viejas, desacreditado.
Las ocho.- Mejor sienta mi café, con leche también..., probablemente de cabra. La de vaca, pura y cremosa, es uno de esos bellos mitos que la antigüedad creó para adornar el otro mito de las Filidas y las Galateas.
Las nueve.- Hermanas diurnas y nocturnas, saludadme. Vosotras habéis bajado y yo he subido. Como la gente se acuesta más temprano, a las nueve nadie permanece entre las ociosas plumas. Las nueve verdaderamente inician al día.
Las diez.- Yo desempeño un papel triste. Soy la hora en que pretendientes, acreedores y sablistas se ponen en campaña, a fin de «coger en casa» a sus víctimas.
Las once.- Mejor es eso que ser hora de entrada en las oficinas, como yo.
Las doce.- O de la gazuza, como yo... El que a las doce no almuerza, por lo menos abre la boca y se para embobado ante los escaparates de Tournié y Lhardy.
La una.- Hermanas mías, vosotras no habéis sabido salir de la clase media. Yo soy la hora del almuerzo elegante, con trufas y buisson d’ecrevisses.
Las dos.- Conmigo empieza la verdadera vida, la vida aristocrática. Las bellas perezosas se deciden a las dos a existir.
Las tres.- Y conmigo la vida intensa, la vida parlamentaria, las sesiones del Senado, del Congreso...
Las cuatro.- Yo toco el clarín y doy salida al astado bruto. En mí suenan cascabeles, relucen bordados de oro, se agitan abanicos.
Las cinco.- ¡Pobres cursis! Yo soy miss five o’clock.
Las seis.- Sí, ponte moños... En España el five o’clock lo hemos convertido en six o’clock, y como en eso el Gobierno no puede intervenir, la verdadera hora del té y de la murmuración soy yo misma.
Las siete.- Yo soy una hora humanitaria. Ya nadie trabaja. ¡Al vermouth! La escarola y las patatas guisadas esperan en su hogar a la gente laboriosa.
Las ocho.- Yo destapo la sopera de plata de los ricos.
Las nueve.- Si el género humano tuviese cordura, yo reinaría sobre los durmientes.
Las diez.- ¡Pues y yo!
Las once.- Callad, charlatanas... El Año Nuevo está a la puerta. Él traerá en sus manitas la reforma de costumbres, usos y abusos.
Las doce (otra vez).- ¡Chist! ¡Ahí le tenemos! ¡Ya viene!
(Por la inmensa puerta sale, titubeando graciosamente, un chiquitín rubio, fresco. En el mismo umbral tropieza y cae de bruces, llorando).
Las horas (a una voz).- ¡Ay! ¡Igual que todos los años! ¡Ha tropezado en la misma piedra!
Karla Benitez- Moderadora
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