EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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VENGANZA LETAL

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Mar Jun 14, 2022 4:30 am

VENGANZA LETAL 12310

Clemente despertó empapado de sudor, sin poder creer lo que estaba viviendo. La terrible realidad estaba ante sus ojos y se pellizcó para corroborar que no estaba alucinando. El techo de la habitación estaba envuelto en llamas, como si fuera una película de ciencia ficción y el olor a combustible junto con el humo era asfixiante. Se quedó paralizado por el miedo y solo atinó a taparse los oídos para no escuchar los gritos de auxilio de su amante.

Intentó vencer el estado de pánico, como le habían enseñado en sus clases de autocontrol, pero le fue imposible. El humo lo incitaba a toser con cada aspiración y eso lo ponía mucho más nervioso. Por instinto, manoteo su celular de la mesita de luz, para pedir ayuda. Marcó el 911 de emergencias, pero se arrepintió y corto la llamada abruptamente. Nadie sabía que él estaba acompañado en esa finca pérdida y muy lejos de la ciudad.

Su esposa estaba convencida de que él estaba en una junta de negocios en el extranjero. Si pedía ayuda al 911, estos llamarían a los bomberos, los bomberos darían intervención a la policía y la policía llamaría a su esposa, quien furiosa le pediría explicaciones. Una cadena nefasta de trágicos sucesos, imposible de cortar. Sé sentía acorralado e impedido de pedir ayuda, ni siquiera podía llamar a sus amigos; ellos estaban a miles de kilómetros y ni siquiera podía comunicarse con el dueño de la finca, porque se encontraba fuera del país. Las llamas corrían por la casa como reguero de pólvora, su amante no paraba de gritar y sus chillidos lo ponían histérico. Clemente le gritó fuera de sí; le ordenó correr hacia la pileta climatizada o que se sumerja en la tina del baño La mujer estaba presa del pánico y gritaba como una desaforada. Los rociadores de incendio comenzaron a funcionar en forma tardía, y eran escasos para un fuego de tal dimensión. Había demasiado olor a combustible en la casa y era indudable que la loca de su amante cumplió con la promesa de incendiarlo todo.

Clemente se arrastró por el piso e intentó auxiliar a la mujer, pero se detuvo a mitad del camino. Pensó que si la salvaba tendría el mismo problema o peor; tal vez lo mejor sería dejarla morir y después llamar al 911. No estaba seguro de hacer lo correcto. Tendría que justificar la presencia de la mujer en la casa y el porqué de la ausencia de su esposa. Nadie le creería que una mujer tan joven era la mucama de un fin de semana. El lugar se conoce como la villa de los infieles, ya que los hombres maduros llevan a sus jóvenes amantes a ese paraíso. Clemente tendría que explicar que hacía en un lugar tan alejado de la ciudad y en que medio de transporte llegó la muchacha para cumplir con sus supuestas tareas laborales.

Nadie le creería que en ese lugar, tan inhóspito, era el lugar ideal para hacer juntas de negocios; además, no podría explicar la ausencia de los clientes. Se sintió como la peor basura del planeta, por no poder resolver semejante dilema, por no saber qué hacer, por sentirse tan miserable en esos momentos. Por otra parte, estaba seguro de que su amante era la responsable del incendio y quería castigarla a su manera.

Un mes atrás Clemente le puso punto final a su relación clandestina, pero la joven insistió con tener la última noche de lujuria y lo llamaba a toda hora para convencerlo. Él accedió para sacársela de encima y le pidió la finca prestada a un cliente de confianza. Solo serian tres días con su amante y después a esperar la llegada de su primer hijo. Su esposa daría a luz la semana entrante y Clemente quería abocarse por entero a su familia. No tenía tiempo para una jovencita caprichosa y lo peor era que se estaba tornando exigente.

Delia era su amada esposa, la madre de su futuro hijo. El retoño fue concebido con mucho amor y gracias a extensos tratamientos en la única clínica de fertilidad en la ciudad de Almoneba, lograron lo que parecía imposible. El día que su esposa le dijo de que estaba embarazada, enloqueció de alegría; ser padre primerizo llenaba toda su vida. Los primeros meses de embarazo besaba el vientre de su esposa a diario, hasta que conoció a Camila, una muchacha de veinticinco años que pusieron a prueba su virilidad y olvidó el embarazo. Por desgracias sus hormonas pudieron más que su instinto paternal y con la excusa del trabajo, pasaba largas horas con su joven amante.

Clemente resignó toda intimidad matrimonial durante el embarazo de Delia. Su temor a que ella perdiera al bebé iba más allá de todo razonamiento. En una de las tantas consultas, la obstetra conversó con el matrimonio y adujo de que nada malo pasaría si intimaban, pero ellos decidieron tomar sus propios recaudos. Ya habían tenido demasiada actividad sexual en embarazos anteriores y todos fueron con pésimos resultados. Ambos establecieron reglas de dormir en camas separadas, anular toda intimidad matrimonial con la promesa de recuperar el tiempo perdido después del nacimiento del bebé. Todo iba perfecto en el matrimonio, pero cuando Camila se adueñó de su vida, él se dejó seducir y se deslumbró con ese cuerpo formidable.

Camila era la secretaria del gerente, una muchacha ambiciosa que tenía debilidad por los hombres maduros que podían ser su padre. Ellos representaban en su haber un escalón más para futuros ascensos y cuando estos ya no les servían, los desechaba. Con Clemente la relación fue diferente. El hombre fue sincero con ella, le dijo que solo tendrían sexo y que solo era una relación temporaria. Camila al principio aceptó, pero después rompió la regla de los amantes. Ella se enamoró y con el amor comenzaron las exigencias, hasta que Clemente le puso el punto final a la relación que se estaba tornando tormentosa. Supuestamente este fin de semana se despedirían para siempre y lo harían en una finca de lujo, con el paisaje más hermoso para conservar el mejor recuerdo. Camila insistió en que la despedida sea en un lugar de ensueño e insistía en que todo debía ser perfecto, ya que tenía una sorpresa para Clemente. El hombre accedió al último deseo de su amante y lo planeó todo, hasta la mentira que le diría a su esposa. Todo marchaba según lo acordado, hasta que Camila rompió lo pactado e hizo un berrinche a último momento y amenazó con incendiar la casa. El hombre se indignó por tal comportamiento y la echó de la habitación a empujones, hasta que despertó empapado de sudor y tosiendo por el humo asfixiante.

Conforme van pasando los minutos, las llamas van apoderándose de la casa, pero Clemente se encuentra en el dilema de no saber qué hacer. Si llama a emergencias, suicida su matrimonio. Delia jamás le perdonará semejante infidelidad. Conociéndola, le prohibirá ver a su futuro hijo y con mucha suerte lo podrá conocer cuando nazca. Como sea tiene que buscarle una salida a semejante desastre; tiene que tomar una decisión, sin perder tiempo. La finca era inmensa, debería tener un lugar seguro por donde escapar y era hora de buscar la salida. Tenía un pequeño plan en su cabeza y el buscar a Camila era la prioridad. Por suerte ella ya no gritaba y con malicia deseó encontrarla muerta, antes de tener que cargar con semejante problema. Tenía sentimientos contradictorios con respecto a su amante, pero no era un asesino y saldría de la casa con ella. Se armó de coraje cuando vio las cortinas envueltas en llamas y el humo se hacía cada vez más espeso. Rompió su camisa para taparse la boca y en ese movimiento brusco se le cayó el celular debajo de un mueble, pero él no se dio cuenta.

Las llamas iban ganando terreno en la casa, pero siguió buscando a Camila por todos los cuartos, hasta que la encontró desvanecida en la pileta climatizada. Pensó que se había ahogado, ya que ella no sabía nadar, pero no tenía tiempo para verificarlo. Sonrió cuando vio el celular, en una cartuchera infantil amarrada al tobillo de la muchacha. “Muy ingenioso pensó” Presuroso cargó a Camila al hombro, para sacarla de ese infierno, rezando que reaccione rápido para que se esfume de su vida para siempre. Clemente tenía todo pensado, una vez afuera hablaría con ella como un hombre casado. Le ofrecería bastante dinero para comprar su silencio y la obligaría a salir de la ciudad.

Intentó salir con Camila por la puerta, pero las llamas lo cubrían todo, hasta que notó que una ventana, que estaba debajo de los rociadores, estaba intacta y era el pasaporte hacia el exterior. Una vez afuera Clemente trató de reanimar a la muchacha con masajes cardiacos, hasta que esta comenzó a toser, abrió los ojos y dijo:

—¡Bestia, me estás lastimando! —se quejó con un grito de dolor.

—Lo lamento nena, pensé que habías muerto.

—¡Qué exagerado! ¡Casi me rompes las costillas!

—Es que parecías muerta. Sé que no es el momento, pero lo tendrías bien merecido. No sabía que eras una loca piromaníaca, estás muy enferma nena.

—Estaba furiosa, amor. Cuando me dijiste que querías dejarme, me descontrolé.

—Ya habíamos hablado del tema Camila, no una vez, sino cientos de veces. Nunca te engañé, ni te prometí nada.

—Es que no me resigno a perderte y bien sabes, que te tenía una linda sorpresa. Quería estar tanto contigo y lo arruiné.

—Menuda sorpresa me diste. Nunca debimos venir aquí. No sé cómo me dejé convencer.

—Pensé que te reconquistaría amor.

—¡No soy tu amor! Y ya no me digas así.

—Estás confundido, el nacimiento de ese crío te tiene desquiciado.

—¡Ya basta de estupideces! Menudo lío armaste, loca desquiciada. No sé cuánto deberé pagarle al dueño por tu berrinche y agradece que no te denuncio por incendiaria.

—No te conviene denunciarme querido, además eres un perfecto idiota para pensar en grande.

—No te entiendo.

—Bruto. Esta finca de lujo debe tener un buen seguro.

—No pensé en el seguro —dijo Clemente preocupado.

—¡Y yo menos! Estamos vivos, Clemente. Fue un milagro el haber salido de ese infierno. Tengo que confesar que entré en pánico y me desmayé como una tonta.

—¡Escapar de las llamas, fue más que un milagro! Y todo gracias a los rociadores que estaban instalados sobre una de las ventanas.

—Antes que el fuego consuma toda la finca, llamaré a los bomberos.

—¡No los llames! Le ordenó Clemente.

—Si no quieres utilizar mi celular, llámalos desde tu celular amor.

—¡Diablos! No lo encuentro. Perdí mi celular cuando trataba de sacarte.

—No importa amor. Toma el mío y llama a los bomberos.

—No puedo. ¿Crees que se pueden extraer información de un celular, después de un incendió?

—¡Que pregunta es esa Clemente! Ya déjate de idioteces y llama a los bomberos.

—¡Te hice una pregunta y quiero que me la contestes!

—Si tiene la tarjeta Sim intacta creo que sí, pero no estoy segura.

—Tengo que recuperar ese celular como sea.

—¿Estás demente?

—Ese celular contiene todas nuestras fotos. Toda la evidencia de nuestra relación.

—Idiota, también tiene nuestros videos eróticos.

—Voy a entrar a buscarlo.

—No seas loco y deja que se queme.

—No sé por qué dejé nuestra basura en el teléfono.

—No seas agresivo y recuerda lo mucho que te gustó grabar esos videos.

—Tengo que recuperarlos Camila, mi esposa podría ver las fotos y no quiero pensar que pasará si ve los videos.

—Te comportas como un paranoico.

—¡Tengo que recuperar ese celular!

—¡Al diablo con las fotos y los videos amor! Nos sacaremos otras fotos y haremos nuevos videos.

—¡Es un no rotundo, Camila! Te quiero fuera de mi vida, sin fotos, sin videos, sin tu cara. ¡Soy claro!

—Si es por lo del incendio, te expliqué que estaba furiosa, osito.

—¡Más que furiosa, estás loca nena!

— No seas malo conmigo, podemos hablar del tema en otro lugar más íntimo. Vámonos de aquí Clemente. En mi cartuchera siempre guardo una tarjeta de crédito, podemos usarla.

—No iremos a ningún lado Camila.

—Y que se supone que haremos en el medio de la nada. Necesitamos llegar a la ciudad amor y no estar discutiendo por un ridículo celular.

—¿No entiendes que ese celular puede destruir mi matrimonio?

—¿Y tú no entiendes querido que puedo hacerte cambiar de opinión?

—No Camila, ya no puedes.

—Eres tozudo. No entiendo tu obsesión por un celular que debe estar ardiendo en llamas.

—¡Tengo que encontrar ese celular Camila! No quiero que un bombero estúpido se lo entregue a mi esposa. —¡No quiero que ella vea esas fotos, ni esos audios! ¡Comprendes! ¡No quiero destruir mi matrimonio!

—¡Estás loco Clemente! Casi morimos quemados. ¿Y tú me hablas de la gorda esa? La gorda que lo único que hace es alejarte de mí. Hubieses pensado todo antes querido y no…

Clemente no quiso escucharla más y la dejó con la palabra a medio terminar. Desesperado corrió hacia la casa, con la finalidad de recuperar su celular. Logró entrar por la misma ventana que salió, pero una vez adentro se escuchó una explosión terrible. Los tubos de gas comenzaron a estallar y la finca quedó envuelta en una sola bola de fuego. Camila miró azorada la casa en llamas y con la última explosión comenzó a correr, hasta sentir que el corazón se le salía del pecho. Cuando se sintió a salvo se subió a un camión de verduras que iba al mercado central de la ciudad. Era demasiado bonita y tenía una sonrisa encantadora para convencer a quien quisiera.

Después de un largo viaje, y ya en la comodidad de su casa, pensó como homenajear a Clemente. La muchacha se consideraba su esposa y tenía motivos para sentirse así. La noche anterior al incendio Camila le confesó que estaba embarazada y él se enfureció por no haberse cuidado. Clemente la insultó, le dijo que jamás podría amarla y le ordenó que aborte el feto. La sacó a empujones de la habitación y en plena discusión acalorada la mujer le juró que se vengaría por su destrato, hasta le vaticinó que estaría en su vida más allá de la muerte.

Camila se sentía satisfecha con la muerte de Clemente, porque si él no podía amarla en vida, tendría que amarla desde el más allá. La muchacha cumplió con la sentencia e incendió adrede la finca con el resultado esperado. Conocía a Clemente y sabía que él era su propio enemigo. Si el incendio no lo mataba, ella se encargaría de hacerlo, porque para Camila el amor trasciende todos los aspectos terrenales. Clemente era más que su amante y debía encargarse de mantener viva su memoria, solo así estaría hasta la eternidad a su lado. Sin dudarlo abrió todas sus redes sociales, para comunicar la muerte de su hombre como si fuera su viuda, hasta anunció su embarazo. Como un ritual subió todas las fotos que tenía en su celular, los videos eróticos, los audios explosivos y esperaba que todo el material se haga viral en la red oscura. Clemente jamás tuvo el material prohibido en su celular, ni las fotos, ni los videos. Estaba tan ciego, que en su desesperación de que su esposa no se entere de su affaire, olvidó que todo el material se tomó desde el celular de Camila, pero ella no lo sacó de su error y dejó que él entre a ese infierno envuelto en llamas para morir. Camila sonrió con maldad y pensó que aun su venganza no estaba completa. Para la esposa engañada tenía una sorpresa, pero ese placer era muy privado y jamás lo revelaría.



Fin.


Última edición por Marcela Noemí Silva el Lun Jun 27, 2022 1:01 am, editado 8 veces
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Mensaje por sabra Jue Jun 16, 2022 7:27 am

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Gracias por este aporte querida Marcela Noemí
Un abrazo.

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