EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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De Profundis- Prisión de S.M- de Oscar Wilde XXXIV

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Mensaje por Ruben Lun Abr 13, 2015 2:57 pm

De Profundis- Prisión de S.M- de Oscar Wilde XXXIV

Me dice More Adey en su carta que el verano pasado expresaste realmente en más de una ocasión tu deseo de devolverme «un poco de lo que gasté» en ti. Como yo le dije en mi contestación, por desdicha yo gasté en ti mi arte, mi vida, mi nombre, mi lugar en la historia, y si tu familia tuviera todas las cosas maravillosas del mundo a su disposición, o lo que el mundo juzga maravilloso, genio, belleza, riqueza, posición, etcétera, y todas las pusiera a mis pies, con eso no se me devolvería ni una décima parte de las cosas más pequeñas que se me han arrebatado, ni una sola de las lágrimas más pequeñas que he vertido.

Pero claro está que todo lo que se hace hay que pagarlo. Eso es así hasta para el insolvente. Tú pareces tener la impresión de que la quiebra es para un hombre una manera cómoda de esquivar el pago de sus deudas, de «hacérsela» a los acreedores, en realidad. Pues es justamente lo contrario. Es el sistema por el que los acreedores de un hombre «se la hacen» a él, si hemos de seguir con tu frase favorita, y por el que la Ley, mediante la confiscación de todas sus propiedades, le obliga a pagar todas y cada una de sus deudas, y si así no lo hace le deja tan indigente como el más vulgar pordiosero que se acoja a un soportal o se arrastre por un camino con la mano tendida por esa limosna que, al menos en Inglaterra, le da miedo pedir. La Ley me ha quitado no ya todo lo que tenía, mis libros, muebles, cuadros, mis derechos de autor sobre mis obras publicadas, mis derechos de autor sobre mis obras de teatro, realmente todo desde El príncipe feliz y El abanico de lady Windermere hasta las alfombras de mi escalera y el limpiabarros de mi puerta, sino también todo lo que pueda tener en el futuro. Mi renta sobre los bienes dotales, por ejemplo, se vendió. Afortunadamente pude comprarla a través de mis amigos. De no haber sido así, en caso de fallecimiento de mi mujer, mis dos hijos serían mientras yo viviera tan indigentes como yo. Mi parte en las tierras de Irlanda, que mi propio padre me legó, será, me figuro, lo siguiente. Me da una gran amargura que se venda, pero habré de pasar por ello.

Están por medio los setecientos peniques de tu padre -¿o eran libras?-, y hay que reembolsarlos. Aun despojado de todo lo que tengo, y de todo lo que pueda tener, y declarado insolvente total, todavía tengo que pagar mis deudas. Las comidas en el Savoy: la sopa de tortuga, los orondos hortolanos envueltos en arrugadas hojas de parra siciliana, el recio champán de color ambarino, casi de aroma ambarino -Dagonet de 1880 era tu vino favorito, ¿verdad?-, todo eso hay que pagarlo todavía. Las cenas en Willis's, la cuvée especial de Perrier Jouet que siempre nos reservaban, los pátés maravillosos traídos directamente de Estrasburgo, el prodigioso fine champagne servido siempre en el fondo de grandes copas acampanadas para que su bouquet fuera mejor saboreado por los auténticos epicuros de lo realmente exquisito de la vida, eso no puede quedar sin pagar, como las deudas incobrables de un client trapacero. Hasta los delicados gemelos -cuatro piedras de luna, bruma de plata, en forma de corazón, montadas en cerco de rubíes y brillantes alternadosque yo diseñé y encargué en Henry Lewis como regalito especial para ti, para celebrar el éxito de mi segunda comedia, hasta eso, aunque creo que los vendiste por cuatro perras pocos meses después, hay que pagarlo. No le voy a dejar al joyero sin fondos por los regalos que te hice, independientemente de lo que tú hicieras con ellos. Así que, aunque me declaren insolvente, ya ves que aún tengo que pagar mis deudas.

Y lo que pasa con un insolvente pasa en la vida con todos los demás. Por cada pequeña cosa que se hace, alguien tiene que pagar. Tú mismo incluso -con todo tu deseo de libertad absoluta de todas las obligaciones, tu insistencia en que de todo te provean otros, tus intentos de rechazar todo compromiso de afecto, o de consideración, o de gratitud-, tú mismo tendrás un día que reflexionar seriamente sobre lo que has hecho, y tratar, aunque sea en vano, de expiarlo de algún modo. El hecho de que realmente no puedas hacerlo será parte de tu castigo. No puedes lavarte las manos de toda responsabilidad, y pasar con un gesto de hombros o una sonrisa a un nuevo amigo o un banquete recién servido. No puedes tratar todo lo que has atraído sobre mí como una reminiscencia sent imental. que sacar de cuando en cuando con los cigarrillos y los licores, fondo pintoresco para una vida moderna de placer, como un tapiz ant iguo colgado en una posada vulgar. De momento podrá tener el encanto de una salsa nueva o una cosecha reciente, pero los restos de un festín se enrancian, y las heces de una botella son amargas. Hoy, o mañana, o cuando sea, tienes que comprenderlo. Porque si no podrías morirte sin haberlo comprendido, y entonces ¡qué vida tan ruin, famélica, falta de imaginación habrías tenido! En mi carta a More he sugerido un punto de vista que debes adoptar respecto al tema lo antes posible. Él te dirá lo que es. Para entenderlo tendrás que cultivar tu imaginación. Recuerda que la imaginación es esa cualidad que nos permite ver las cosas y las personas en sus relaciones reales e ideales. Si no eres capaz de comprenderlo solo, háblalo con otros. Yo he tenido que mirar mi pasado de frente. Mira tu pasado de frente. Siéntate tranquilamente a estudiarlo. El vicio supremo es la superficialidad. Todo lo que se comprende está bien.

Háblalo con tu hermano. De hecho la persona con quien hablarlo es Percy. Dale a leer esta carta, y cuéntale todas las circunstancias de nuestra amistad. Exponiéndoselo todo con claridad, no hay persona de mejor juicio. Si le hubiéramos dicho la verdad, ¡cuánto sufrimiento y vergüenza se me habría ahorrado! Recordarás que lo propuse, la noche que llegaste a Londres de Argel. Te negaste de plano. Por eso cuando vino a casa después de comer tuvimos que montar la comedia de que tu padre era un demente, víctima de espejismos absurdos e inexplicables. La comedia fue excelente mientras duró, y no menos porque Percy se la tomara totalmente en serio. Por desgracia acabó de una manera muy repulsiva. El tema sobre el que ahora escribo es uno de sus resultados, y si a ti te molesta, te ruego que no olvides que es la más profunda de mis humillaciones, y que he de pasar por ella. No tengo alternativa. Ni tú tampoco.

Lo segundo de lo que tengo que hablarte se refiere a las condiciones, circunstancias y lugar de nuestro encuentro cuando mi plazo de reclusión se haya cumplido. Por extractos de la carta que le escribiste a Robbie a comienzos del verano del año pasado, entiendo que has sellado en dos paquetes mis cartas y mis regalos -o lo que quede de unas y otrosy deseas entregármelos personalmente. Es necesario, por supuesto, que los entregues. Tú no entendiste por qué te escribía cartas hermosas, como no entendías por qué te hacía regalos hermosos. No te diste cuenta de que lo primero no era para publicado, como lo segundo no era para empeñado. Además, pertenecen a un lado de la vida que hace tiempo que pasó, a una amistad que, por la razón que fuese, tú no supiste apreciar en su valor debido. Te asombrarás cuando vuelvas la vista ahora a aquellos días en que tenías mi vida entera en tus manos. Yo también los miro con asombro, y con otras emociones bien distintas. Seré liberado, si todo va bien, a finales de mayo, y espero irme inmediatamente con Robbie y More Adey a algún pueblecito costero de otro país. El mar, como dice Eurípides en uno de sus dramas sobre lfigenia, lava las manchas y las heridas del mundo. ÈÜëáóóá ÷ëíÀåé ðÜíôá ô’áíèþðùí xaxá.

Espero estar por lo menos un mes con mis amigos, y poder tener, en su sana y cariñosa compañía, paz y equilibrio, un corazón menos agitado y un estado de ánimo más risueño. Siento un anhelo extraño de las grandes cosas simples y primigenias, como el Mar, para mí no menos madre que la Tierra. Me parece que todos miramos a la Naturaleza demasiado y vivimos con ella demasiado poco. Yo encuentro una gran cordura en la actitud de los griegos. Ellos nunca charlaban de puestas de sol, ni discutían si en la hierba las sombras eran realmente violáceas o no. Pero veían que el mar era para el nadador, y la arena para los pies del corredor. Amaban los árboles por la sombra que dan, y el bosque por su silencio al mediodía. El viñador se ceñía el pelo de hiedra para resguardarse de los rayos del sol según se encorvaba sobre los brotes tiernos, y para el artista y el atleta, los dos tipos que Grecia nos ha dado, se tejían en guirna ldas las hojas del laurel amargo y del perejil silvestre, que por lo demás no rendían ningún servicio al hombre.

Decimos que somos una era utilitaria, y no conocemos la utilidad de nada. Hemos olvidado que el Agua limpia y el Fuego purifica, y que la Tierra es madre de todos nosotros. La consecuencia es que nuestro Arte es de la Luna y juega con sombras, mientras que el arte griego es del Sol y trata directamente con las cosas. Yo tengo la seguridad de que en las fuerzas elementales hay purificación, y quiero volver a ellas y vivir en su presencia. Claro está que para alguien tan moderno como yo soy, enfant de mon siécle, el mero hecho de contemplar el mundo siempre será hermoso. Tiemblo de placer cuando pienso que el mismo día en que salga de la cárcel estarán floreciendo en los jardines el codeso y las lilas, y que veré al viento agitar en inquieta belleza el oro cimbreño de lo uno, y a las otras sacudir la púrpura pálida de sus penachos de modo que todo el aire será Arabia para mí. Linneo cayó de hinojos y lloró de alegría cuando vio por primera vez el largo páramo de las tierras altas inglesas teñido de amarillo por los capullos aromáticos del tojo, y yo sé que para mí, para quien las flores forman parte del deseo, hay lágrimas esperando en los pétalos de alguna rosa. Siempre me ha ocurrido, desde mi niñez. No hay un solo color oculto en el cáliz de una flor, o en la curva de una concha, al que mi naturaleza no responda, en virtud de alguna sutil simpatía con el alma de las cosas. Como Gautier, siempre he sido de aquellos pour qui le monde visible existe.

Aun así, ahora soy consciente de que detrás de toda esa Belleza, por satisfactoria que sea, se esconde un Espíritu del cual las formas y figuras pintadas no son sino modos de manifestación, y con ese Espíritu deseo ponerme en armonía. Me he cansado de las declaraciones articuladas de hombres y cosas. Lo Místico en el Arte, lo Místico en la Vida, lo Místico en la Naturaleza: eso es lo que busco, y en las grandes sinfonías de la Música, en la iniciación del Dolor, en las profundidades del Mar quizá lo encuentre. Me es absolutamente necesario encontrarlo en alguna parte.

Ruben
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