EN LAS MADRUGADAS JUSTAS
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EN LAS MADRUGADAS JUSTAS
EN LAS MADRUGADAS JUSTAS
En las madrugadas de ensueños justos he conocido tus sueños de odio en tus noches injustas.
Y no he sabido qué decirte, ni qué decir a mis proyectos paritarios, mientras cae el alba con la placidez de los días sin hambres y las tardes sin heridas que taponar con miedos.
El cielo, aparentemente, sigue siendo añil, y las estrellas no parecen haber trasformado en azufre sus brillos descarados y distantes. No siento en mi espalda el dolor de vientos de pólvora, ni la hirsutez de la tierra resquebrajada de sed y abandonos. Las playas siguen acumulando cementos de lujo al borde de aguas que reciclan marrones en verdes para el consumo, y se venden sonrisas al por mayor en los rincones donde los políticos juegan a ser equilibristas mentirosos.
¡No, no me mires con tu boca sin dientes!
No, por favor, no me enseñes las cicatrices de tus muslos sin piernas: sé que ese obús también lo fabriqué yo con mis palabras vacías, protectoras de calmas…
No seas tan miserable como para restregar tus dolores por mis sueños de chocolate y promesas.
Acepto que me he mentido cada noche, que he convertido tus angustias en cantos clandestinos, que se me ha ido la vida en discursos y lágrimas que de poco o nada te han servido.
Concédeme, aún, si te quedan fuerzas y el rencor te permite mirarme con algo más que desprecio, un tiempo de prórroga para reponer las vergüenzas de mi voz oculta y de mis manos ausentes.
Pero, no: no me enseñes tu abdomen de ballena, ni tus labios cortados, ni tus ojos con moscas, ni tus sangres afligidas…
Luis E. Prieto
En las madrugadas de ensueños justos he conocido tus sueños de odio en tus noches injustas.
Y no he sabido qué decirte, ni qué decir a mis proyectos paritarios, mientras cae el alba con la placidez de los días sin hambres y las tardes sin heridas que taponar con miedos.
El cielo, aparentemente, sigue siendo añil, y las estrellas no parecen haber trasformado en azufre sus brillos descarados y distantes. No siento en mi espalda el dolor de vientos de pólvora, ni la hirsutez de la tierra resquebrajada de sed y abandonos. Las playas siguen acumulando cementos de lujo al borde de aguas que reciclan marrones en verdes para el consumo, y se venden sonrisas al por mayor en los rincones donde los políticos juegan a ser equilibristas mentirosos.
¡No, no me mires con tu boca sin dientes!
No, por favor, no me enseñes las cicatrices de tus muslos sin piernas: sé que ese obús también lo fabriqué yo con mis palabras vacías, protectoras de calmas…
No seas tan miserable como para restregar tus dolores por mis sueños de chocolate y promesas.
Acepto que me he mentido cada noche, que he convertido tus angustias en cantos clandestinos, que se me ha ido la vida en discursos y lágrimas que de poco o nada te han servido.
Concédeme, aún, si te quedan fuerzas y el rencor te permite mirarme con algo más que desprecio, un tiempo de prórroga para reponer las vergüenzas de mi voz oculta y de mis manos ausentes.
Pero, no: no me enseñes tu abdomen de ballena, ni tus labios cortados, ni tus ojos con moscas, ni tus sangres afligidas…
Luis E. Prieto
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