EL TESORO DEL REY 2 :LOS LADRONES
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EL TESORO DEL REY 2 :LOS LADRONES
EL TESORO DEL REY 2 :LOS LADRONES
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo: "Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada".
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!". Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed había percibido su presencia sin verla y había dicho: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!".
Los demás no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía claramente: "Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos". Ahmed, al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le daba su esposa.
Los sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus compañeros lo que habían oído.
A la noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así, continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta: "¡Ah, el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!".
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
"Sobornemos al zapatero astrólogo", dijo el jefe de los ladrones, "Le ofreceremos todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de la policía mañana", susurró a los otros.
Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. El y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
"¡Ya se a qué habéis venido!", gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba y salía el sol, "Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!", y avanzó valientemente.
"Hombre extraordinario", gritó el jefe de los ladrones, "Estamos convencidos de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?".
"¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?", dijo Ahmed.
"¡Ten piedad de nosotros!", exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se arrojó a sus pies, "¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que robamos!".
El zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo: "¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no, ¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras familias!".
Los ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y volviéndose a levantar.
Autor :Desconocido
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo: "Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada".
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!". Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed había percibido su presencia sin verla y había dicho: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!".
Los demás no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía claramente: "Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos". Ahmed, al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le daba su esposa.
Los sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus compañeros lo que habían oído.
A la noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así, continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta: "¡Ah, el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!".
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
"Sobornemos al zapatero astrólogo", dijo el jefe de los ladrones, "Le ofreceremos todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de la policía mañana", susurró a los otros.
Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. El y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
"¡Ya se a qué habéis venido!", gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba y salía el sol, "Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!", y avanzó valientemente.
"Hombre extraordinario", gritó el jefe de los ladrones, "Estamos convencidos de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?".
"¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?", dijo Ahmed.
"¡Ten piedad de nosotros!", exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se arrojó a sus pies, "¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que robamos!".
El zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo: "¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no, ¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras familias!".
Los ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y volviéndose a levantar.
Autor :Desconocido
Roana Varela- Moderadora
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