AL OTRO LADO DEL TIEMPO
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Grandes Poetas y Escritores Consagrados :: Talentos de la Poesía
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AL OTRO LADO DEL TIEMPO
AL OTRO LADO DEL TIEMPO (VIETNAM-CAMBOYA)
I-
Un Jhonny Cash entre la tradición y la droga nos deja su country romántico en Walk the line, mientras el titánico Boing 747 –delicadeza y servicio exquisito de la Thay- avanza potente hacia las antípodas, dejando el sueño aparcado en las faldas insólitas de las nubes que se van vistiendo de noche.
Fiumicino nos recibe intactos y nos regala una vuelta entre los negocios florecientes, antes de las diez horas de un Bangkok apresurado e insomne con los motores ya calientes para Hanoi, un tanto adormilados por las prisas y la vigilia impuesta.
Papeles y visas incomprensibles para los turistas, incapaces, después de 24 horas de ingravidez, de entender la burocracia heredada de un régimen en lucha continua.
Hum nos salva, con su sonrisa completa, del mal sabor de boca de la llegada, y el Sheraton Hanoi –una mole clásica de cemento anodino al que solo salva su jardín oriental y su mirada en espejo sobre el Lago Oeste- nos regala su planta VIP en el piso 17, con su exclusivo buffet (en el que no hay cerveza, pero sí whisky) para los elegidos.
Una hora apenas para duchar el sueño y salimos, en un Toyota flamante, a sortear motos y bicicletas hacia Tam Loc, donde se rodó parte de la película Indochina, y el sueño ciscardiano se transforma en sueño de imágenes en este río entre montañas calizas y grutas fantasmagóricas que lo atraviesan, a pesar de la remera vietnamita que se empeña en vendernos toda la colección de mantelerías “hechas a la main” como souvenir para España: belleza de imágenes, y magias que son un paréntesis en el cansancio del insomnio .
Un piscolabis rápido en la planta 17 mientras las luces de Hanoi –escasas, como se corresponde con un comunismo en desarrollo capitalista- hormiguean entre los cristales y el lago, y la inmensa cama de la 1716 nos devora para dormir 12 horas ininterrumpidas.
II-
El día se despierta tardío y despejado en el Lago Oeste, aunque hace fresco en Hanoi, como reclama su latitud norte.
Mañana de compras por las callejuelas de los gremios de la ciudad antigua, regateos imprescindibles, e imposibles paseos por entre el caos de motos (32 millones censadas en Vietnam) y de coches (escasos) que bocinean sin utilizar nunca el freno.
La ciudad hierve en las calles sin semáforos y se apacigua en las tiendas, donde la paciencia y la espera se hacen las dueñas del mercado. Hàng Dào es un muestrario de artículos heterogéneos sin orden ni concierto, pero nos ilumina los ojos la calle Làm Ong, con su exposición de artículos para fiestas orientales.
Tarde de “cyclos” y más locura motorizada, paseo por el barrio francés –con sus coloniales mansiones para el Partido Único- y nuevo itinerario por las calles gremiales turísticamente transportados, de uno en uno, en un carrito traccionado por una bicicleta.
Una hora para el teatro de las Marionetas en el Agua de Thang Long y sus exquisitas historias infantiles –tan del gusto de todo el sudeste asiático-, y cena vietnamita agradable en un restaurante de lujo: Javier y Amaya, recién casados de Donosti y maja gente, nos acompañan.
Un Hanoi del presente, salido de un pasado burocrático y estricto, que mira con descaro a un futuro curioso entre el comunismo político y un rabioso capitalismo económico y productivo.
III-
(Bahía de Ha Long)
Emergen del agua
como ballenas sin ojos:
rocas silentes
acariciando la niebla tierna
del Mar de la China.
Un shampán
-con sus velas partidas por juncos-
se desliza entre el silencio
de las grutas; dentelladas
de magia que la tarde asombra
en la bahía de Ha Long.
Indochina de cine
en las pausadas singladuras de un sueño,
desvaríos
del mar entre las rocas
para el deleite de los labios azules
del encanto.
IV-
El tío Ho (Ho Chi Min para los poco próximos) nos muestra su casa de teca a la vera del Palacio Presidencial, y nos regala su sobriedad campesina y militante entre centenares de colegiales risueños y felices que tienen asueto para visitar al padre del pueblo.
No lejos, la Pagoda del Pilar Único se contrapone con los rituales del Partido Único, bien suavizado para los turistas, que aportan divisas para el desarrollo nacional.
Y antes de saltar hacia Danang –en un moderno Airbus 321, cooperación francesa-, donde los invasores firmaron su más estrepitoso ridículo de huida con las orejas gachas y los tirantes flojos, el Templo de la Literatura nos agasaja con la paz del confucionismo y de las tradiciones milenarias de las dinastías Ling y Lhe, inmoladas en el saber enciclopédico de los mandarines.
(Sandra, de Quilmes, Buenos Aires, andaba perdida por entre las Cuatro Puertas del conocimiento de los dioses).
V-
Pasamos de puntillas por Danang y me quedé con las ganas de revivir el patetismo de los poderosos yankis y figurarme al famoso helicóptero torcido en el puerto por el peso de los que escapaban de la debacle.
Hoian, Patrimonio de la Humanidad, nos aguarda con su historias antiguas y su bullicio reciente, entre el río y la playa.
La Montaña de Mármol, a pesar de sus 200 escalones, nos deja sabor de asombro y grutas que escondes pagodas con rayos de sol acariciando sus budas.
Luego, ya en la ciudad que supo de dinastías chinas, entre casas de reunión y mandarines mercantiles, nos sumergimos en las compras imposibles hasta terminar rendidos en el Victoria Hoian Hotel, un remanso de lujo y placeres al borde mismo de la playa, a pesar de que mi piel no pudo sentirse acariciada (¡qué dura es la vida del turista!) por el salitre pastoso del Mar de la China.
(El Sr. Lozano, Agustín, delicado conviajero del Distrito Federal de México, no pudo compartir con nosotros la deliciosa cena vietnamita en el pabellón de oro del restaurante del hotel, aunque intuíamos que nos acompañaba en esencia, degustando los variados picantes del condumio).
VI-
Ciudad imperial
entre el pueblo y el futuro:
pasado de pagodas luminosas
en el incienso de las dinastías
abandonadas a la Historia.
Hue,
río perfumado de lotos
y dragones trasvestidos en guerreros:
concubinas
que perdieron la guerra del presente
para vender camisetas por las calles...
Al otro lado de la leyenda salpicada de bombas –con una todopoderosa estrella amarilla de cinco puntas sobre fondo rojo- el ahogo del Mercado, donde la superabundancia de géneros hace literalmente imposible cualquier adquisición coherente.
Al final el agotamiento se torna melancolía en el Hotel La Residence, majestuoso palacio colonial francés mecido por las aguas del río Perfume que nos adormece mientras nos rendimos al encanto de su jardín con olor a sándalo y a una cena de sofisticada cocina francesa con toques orientales.
VII-
Explota Saigón en un sincretismo absoluto entre Oriente y Occidente.
Una pagoda, con las ofrendas mezcladas para el futuro, nos saluda antes de redimir nuestra parcela de lágrimas en el Museo de la Guerra, donde los “charlys” muestran la ignominia de una lucha sin sentido.
Mercados sin aire ni espacio en las galerías, avenidas atiborradas de 10 millones de motos haciendo equilibrios entre el lujo y el espanto. La Catedral francesa de Notre Dame nos cierra sus puertas, mientras el edificio colonial de Correos nos las abre a la comunicación directa y rápida con España.
Y poco antes de caer exhaustos en el lujosísimo e “inteligente” Hotel Sheraton Saigón, la percepción de la noche en una ciudad sonriente y peligrosa donde 8 millones de vietnamitas viven, comen, comercian y miran al mundo desde las aceras, a medio camino entre la gloria y la guerra.
(Carmen y Fabián, riojanos de Logroño, se negaron rotundamente a compartir parte de la Historia reciente de este pueblo).
VIII-
Madrugón de antología para la perplejidad y el asombro: los túneles de Cu Chin –250 kilómetros de galerías excavadas entre el río Saigón y las bases americanas que rodeaban a Ciudad Ho-Chi-Min (antiguo Saigón) nos retrotraen a la guerra de guerrillas, a la fe primigenia de los vietcom, a la ingeniosidad de la defensa, a la lucha por subsistir en condiciones casi imposibles...
Aire que asfixia
en la angostura de los túneles,
bombas que sangran
desde el fondo de la tierra,
trampas para rubios
y para ejércitos gigantes:
orgullo...
Antes de una comida vietnamita rodeada de orquídeas, nos descalzamos en el “templo alto” de Cao Dao, donde de nuevo el sincretismo made en Vietnam (en este caso religioso) intenta aunar el Taoismo, el Budismo y el Confucionismo –con pintorescos toques de Cristianismo e Islamismo- en una única y colorista melopea de amarillos y rojos, azules y blancos: interesante desde lo filosófico, pero, quizás, demasiado aburrido para los descalzos turistas, ya cansados de ritos variados.
Volvemos a Ho-Chi-Min con sueño madrugador y el sentimiento de que el grupo heterogéneo de habla hispana se disgrega inevitablemente para acometer diferentes singladuras turísticas, lo que no opta para que abracemos las compras regateando despiadadamente.
IX-
Una hora de vuelo, apenas, separa el dislate de un Saigón que no nos ha decepcionado, con la tranquilidad y la templanza de Siem Reap (la tierra de la que se fueron los tailandeses) en el pintoresco Reino de Cambodia.
Gentes de suaves maneras y saludo piadoso, al menos en la Ciudad Templaria de Angkor.
La toma de contacto nos dirige a Tonle Sap, el gran lago de más de 12.000 kilómetros cuadrados en el que viven más de 3 millones de personas en casas flotantes, tiendas flotantes, escuelas flotantes, polideportivos flotantes, talleres flotantes, y hasta una iglesia católica flotante: primitivismo de mínimos con un olor insoportable a pescado rancio –entre el salazón y el podrido-; pueblo lacustre que arrastra sus casas sobre troncos de bambú en un maridaje íntimo con los monzones o la estación seca, manos que se juntan delicadas sobre el pecho con una suave sonrisa de agradecimiento.
Era imprescindible, por tanto, un purificador baño nocturno en la piscina selvática del Hotel Prince D ´Angkor, para lavar, tanto los olores del Lago, cuanto el calor tórrido y pegajoso de esta tierra, antes de una cena camboyana en un restaurante cobijado por magnolios perfumados, donde nos volvimos a encontrar con Carmen y Tomás, pasteleros de Benavente, León, y con los que compartimos cena y algún desacuerdo socio-político.
X-
Selva de piedras y raíces,
de Ramayanas y Mahabaratas,
en la inmensidad
de los Templos de Angkor:
Vaticano de Oriente
salvado de los árboles y de la furia
de los dioses turistas.
Sudor y asombro
de junglas en piedra arenosa
y florestas voraces.
Nada tan impresionante, quizás, como esta ciudad templaria de más de 50 templos que se defienden ante el empuje de la jungla.
Atónitos los ojos contra las caras del Angkor Thow (templo grande), pequeña la figura ante la majestuosidad del Angkor Wat (templo de la pagoda), y, sobre todo, alucinados por la simbiosis terrible entre la selva y la historia en el Taprohm, donde la Naturaleza se hace sagrada y los árboles templos de piedra.
Solo por esta ciudad de Angkor habría merecido la pena este larguísimo viaje al otro lado del tiempo y de las horas.
Luis E. Prieto
I-
Un Jhonny Cash entre la tradición y la droga nos deja su country romántico en Walk the line, mientras el titánico Boing 747 –delicadeza y servicio exquisito de la Thay- avanza potente hacia las antípodas, dejando el sueño aparcado en las faldas insólitas de las nubes que se van vistiendo de noche.
Fiumicino nos recibe intactos y nos regala una vuelta entre los negocios florecientes, antes de las diez horas de un Bangkok apresurado e insomne con los motores ya calientes para Hanoi, un tanto adormilados por las prisas y la vigilia impuesta.
Papeles y visas incomprensibles para los turistas, incapaces, después de 24 horas de ingravidez, de entender la burocracia heredada de un régimen en lucha continua.
Hum nos salva, con su sonrisa completa, del mal sabor de boca de la llegada, y el Sheraton Hanoi –una mole clásica de cemento anodino al que solo salva su jardín oriental y su mirada en espejo sobre el Lago Oeste- nos regala su planta VIP en el piso 17, con su exclusivo buffet (en el que no hay cerveza, pero sí whisky) para los elegidos.
Una hora apenas para duchar el sueño y salimos, en un Toyota flamante, a sortear motos y bicicletas hacia Tam Loc, donde se rodó parte de la película Indochina, y el sueño ciscardiano se transforma en sueño de imágenes en este río entre montañas calizas y grutas fantasmagóricas que lo atraviesan, a pesar de la remera vietnamita que se empeña en vendernos toda la colección de mantelerías “hechas a la main” como souvenir para España: belleza de imágenes, y magias que son un paréntesis en el cansancio del insomnio .
Un piscolabis rápido en la planta 17 mientras las luces de Hanoi –escasas, como se corresponde con un comunismo en desarrollo capitalista- hormiguean entre los cristales y el lago, y la inmensa cama de la 1716 nos devora para dormir 12 horas ininterrumpidas.
II-
El día se despierta tardío y despejado en el Lago Oeste, aunque hace fresco en Hanoi, como reclama su latitud norte.
Mañana de compras por las callejuelas de los gremios de la ciudad antigua, regateos imprescindibles, e imposibles paseos por entre el caos de motos (32 millones censadas en Vietnam) y de coches (escasos) que bocinean sin utilizar nunca el freno.
La ciudad hierve en las calles sin semáforos y se apacigua en las tiendas, donde la paciencia y la espera se hacen las dueñas del mercado. Hàng Dào es un muestrario de artículos heterogéneos sin orden ni concierto, pero nos ilumina los ojos la calle Làm Ong, con su exposición de artículos para fiestas orientales.
Tarde de “cyclos” y más locura motorizada, paseo por el barrio francés –con sus coloniales mansiones para el Partido Único- y nuevo itinerario por las calles gremiales turísticamente transportados, de uno en uno, en un carrito traccionado por una bicicleta.
Una hora para el teatro de las Marionetas en el Agua de Thang Long y sus exquisitas historias infantiles –tan del gusto de todo el sudeste asiático-, y cena vietnamita agradable en un restaurante de lujo: Javier y Amaya, recién casados de Donosti y maja gente, nos acompañan.
Un Hanoi del presente, salido de un pasado burocrático y estricto, que mira con descaro a un futuro curioso entre el comunismo político y un rabioso capitalismo económico y productivo.
III-
(Bahía de Ha Long)
Emergen del agua
como ballenas sin ojos:
rocas silentes
acariciando la niebla tierna
del Mar de la China.
Un shampán
-con sus velas partidas por juncos-
se desliza entre el silencio
de las grutas; dentelladas
de magia que la tarde asombra
en la bahía de Ha Long.
Indochina de cine
en las pausadas singladuras de un sueño,
desvaríos
del mar entre las rocas
para el deleite de los labios azules
del encanto.
IV-
El tío Ho (Ho Chi Min para los poco próximos) nos muestra su casa de teca a la vera del Palacio Presidencial, y nos regala su sobriedad campesina y militante entre centenares de colegiales risueños y felices que tienen asueto para visitar al padre del pueblo.
No lejos, la Pagoda del Pilar Único se contrapone con los rituales del Partido Único, bien suavizado para los turistas, que aportan divisas para el desarrollo nacional.
Y antes de saltar hacia Danang –en un moderno Airbus 321, cooperación francesa-, donde los invasores firmaron su más estrepitoso ridículo de huida con las orejas gachas y los tirantes flojos, el Templo de la Literatura nos agasaja con la paz del confucionismo y de las tradiciones milenarias de las dinastías Ling y Lhe, inmoladas en el saber enciclopédico de los mandarines.
(Sandra, de Quilmes, Buenos Aires, andaba perdida por entre las Cuatro Puertas del conocimiento de los dioses).
V-
Pasamos de puntillas por Danang y me quedé con las ganas de revivir el patetismo de los poderosos yankis y figurarme al famoso helicóptero torcido en el puerto por el peso de los que escapaban de la debacle.
Hoian, Patrimonio de la Humanidad, nos aguarda con su historias antiguas y su bullicio reciente, entre el río y la playa.
La Montaña de Mármol, a pesar de sus 200 escalones, nos deja sabor de asombro y grutas que escondes pagodas con rayos de sol acariciando sus budas.
Luego, ya en la ciudad que supo de dinastías chinas, entre casas de reunión y mandarines mercantiles, nos sumergimos en las compras imposibles hasta terminar rendidos en el Victoria Hoian Hotel, un remanso de lujo y placeres al borde mismo de la playa, a pesar de que mi piel no pudo sentirse acariciada (¡qué dura es la vida del turista!) por el salitre pastoso del Mar de la China.
(El Sr. Lozano, Agustín, delicado conviajero del Distrito Federal de México, no pudo compartir con nosotros la deliciosa cena vietnamita en el pabellón de oro del restaurante del hotel, aunque intuíamos que nos acompañaba en esencia, degustando los variados picantes del condumio).
VI-
Ciudad imperial
entre el pueblo y el futuro:
pasado de pagodas luminosas
en el incienso de las dinastías
abandonadas a la Historia.
Hue,
río perfumado de lotos
y dragones trasvestidos en guerreros:
concubinas
que perdieron la guerra del presente
para vender camisetas por las calles...
Al otro lado de la leyenda salpicada de bombas –con una todopoderosa estrella amarilla de cinco puntas sobre fondo rojo- el ahogo del Mercado, donde la superabundancia de géneros hace literalmente imposible cualquier adquisición coherente.
Al final el agotamiento se torna melancolía en el Hotel La Residence, majestuoso palacio colonial francés mecido por las aguas del río Perfume que nos adormece mientras nos rendimos al encanto de su jardín con olor a sándalo y a una cena de sofisticada cocina francesa con toques orientales.
VII-
Explota Saigón en un sincretismo absoluto entre Oriente y Occidente.
Una pagoda, con las ofrendas mezcladas para el futuro, nos saluda antes de redimir nuestra parcela de lágrimas en el Museo de la Guerra, donde los “charlys” muestran la ignominia de una lucha sin sentido.
Mercados sin aire ni espacio en las galerías, avenidas atiborradas de 10 millones de motos haciendo equilibrios entre el lujo y el espanto. La Catedral francesa de Notre Dame nos cierra sus puertas, mientras el edificio colonial de Correos nos las abre a la comunicación directa y rápida con España.
Y poco antes de caer exhaustos en el lujosísimo e “inteligente” Hotel Sheraton Saigón, la percepción de la noche en una ciudad sonriente y peligrosa donde 8 millones de vietnamitas viven, comen, comercian y miran al mundo desde las aceras, a medio camino entre la gloria y la guerra.
(Carmen y Fabián, riojanos de Logroño, se negaron rotundamente a compartir parte de la Historia reciente de este pueblo).
VIII-
Madrugón de antología para la perplejidad y el asombro: los túneles de Cu Chin –250 kilómetros de galerías excavadas entre el río Saigón y las bases americanas que rodeaban a Ciudad Ho-Chi-Min (antiguo Saigón) nos retrotraen a la guerra de guerrillas, a la fe primigenia de los vietcom, a la ingeniosidad de la defensa, a la lucha por subsistir en condiciones casi imposibles...
Aire que asfixia
en la angostura de los túneles,
bombas que sangran
desde el fondo de la tierra,
trampas para rubios
y para ejércitos gigantes:
orgullo...
Antes de una comida vietnamita rodeada de orquídeas, nos descalzamos en el “templo alto” de Cao Dao, donde de nuevo el sincretismo made en Vietnam (en este caso religioso) intenta aunar el Taoismo, el Budismo y el Confucionismo –con pintorescos toques de Cristianismo e Islamismo- en una única y colorista melopea de amarillos y rojos, azules y blancos: interesante desde lo filosófico, pero, quizás, demasiado aburrido para los descalzos turistas, ya cansados de ritos variados.
Volvemos a Ho-Chi-Min con sueño madrugador y el sentimiento de que el grupo heterogéneo de habla hispana se disgrega inevitablemente para acometer diferentes singladuras turísticas, lo que no opta para que abracemos las compras regateando despiadadamente.
IX-
Una hora de vuelo, apenas, separa el dislate de un Saigón que no nos ha decepcionado, con la tranquilidad y la templanza de Siem Reap (la tierra de la que se fueron los tailandeses) en el pintoresco Reino de Cambodia.
Gentes de suaves maneras y saludo piadoso, al menos en la Ciudad Templaria de Angkor.
La toma de contacto nos dirige a Tonle Sap, el gran lago de más de 12.000 kilómetros cuadrados en el que viven más de 3 millones de personas en casas flotantes, tiendas flotantes, escuelas flotantes, polideportivos flotantes, talleres flotantes, y hasta una iglesia católica flotante: primitivismo de mínimos con un olor insoportable a pescado rancio –entre el salazón y el podrido-; pueblo lacustre que arrastra sus casas sobre troncos de bambú en un maridaje íntimo con los monzones o la estación seca, manos que se juntan delicadas sobre el pecho con una suave sonrisa de agradecimiento.
Era imprescindible, por tanto, un purificador baño nocturno en la piscina selvática del Hotel Prince D ´Angkor, para lavar, tanto los olores del Lago, cuanto el calor tórrido y pegajoso de esta tierra, antes de una cena camboyana en un restaurante cobijado por magnolios perfumados, donde nos volvimos a encontrar con Carmen y Tomás, pasteleros de Benavente, León, y con los que compartimos cena y algún desacuerdo socio-político.
X-
Selva de piedras y raíces,
de Ramayanas y Mahabaratas,
en la inmensidad
de los Templos de Angkor:
Vaticano de Oriente
salvado de los árboles y de la furia
de los dioses turistas.
Sudor y asombro
de junglas en piedra arenosa
y florestas voraces.
Nada tan impresionante, quizás, como esta ciudad templaria de más de 50 templos que se defienden ante el empuje de la jungla.
Atónitos los ojos contra las caras del Angkor Thow (templo grande), pequeña la figura ante la majestuosidad del Angkor Wat (templo de la pagoda), y, sobre todo, alucinados por la simbiosis terrible entre la selva y la historia en el Taprohm, donde la Naturaleza se hace sagrada y los árboles templos de piedra.
Solo por esta ciudad de Angkor habría merecido la pena este larguísimo viaje al otro lado del tiempo y de las horas.
Luis E. Prieto
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