ARQUÍLOCO de PAROS
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ARQUÍLOCO de PAROS
Soy yo, a la vez, servidor del divino Enialio
y conocedor del amable don de las Musas.
En la lanza tengo mi pan negro, en la lanza
mi vino de Ismaro, y bebo apoyado en mi lanza.
Algún Sayo alardea con mi escudo, arma sin tacha,
que tras un matorral abandoné, a pesar mío.
Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el tal escudo?
¡Váyase al diantre! Ahora adquiriré otro no peor.
No se van ya a tensar muchos arcos ni frecuentes
hondas, cuando a contienda Ares convoque en el llano.
De espaldas será muy quejumbrosa la tarea.
Que en este género de lucha son muy expertos ellos,
los dueños de Eubea, afamados por sus lanzas.
Anda, con la copa recorre el banco de remeros
de la rauda nave, y destapa las jarras panzudas.
y escancia el vino rojo hasta el fondo de las heces.
Pues no podremos soportar sobrios esta guardia.
Tus fúnebres quejas, Pericles, ningún ciudadano
censurará, ni tampoco la ciudad, entre fiestas.
Tales eran aquéllos que las olas del mar bravío
sepultaron. Hinchados por las penas tenemos
los pulmones. Pero los dioses, amigo mío,
establecieron como medicina para males sin remedio
la firme resignación. Ya uno, ya otro los tiene.
Hoy nos tocó a nosotros, y una sangrienta herida
lloramos. Luego alcanzará a otros. Con que al punto
resignaos y dejad ese llanto de mujeres.
Todo al hombre, Pericles, se lo dan el Azar y el Destino.
Porque ni llorando remediaré nada, ni nada
empeoraré dándome a placeres y festejos.
No me importan los montones de oro de Crises.
Jamás me dominó la ambición y no anhelo
el poder de los dioses. No codicio una gran tiranía.
Lejos está tal cosa, desde luego, de mis ojos.
Corazón, corazón de irremediables penas agitado,
¡álzate! Rechaza a los enemigos oponiéndoles
el pecho, y en las emboscadas traidoras sostente
con firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,
ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa.
En las alegrías alégrate y en los pesares gime
sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano.
A los dioses atribúyelo todo. Muchas veces levantan
de las desdichas a los hombres echados sobre el oscuro suelo;
y muchas veces derriban y tumban panza arriba
a quienes caminan erguidos. Luego hay muchos daños
y uno yerra falto de sustento y en desvarío de mente.
Ningún ciudadano es venerable ni ilustre
cuando ha muerto. El favor de quien vive preferimos
los vivientes. La peor parte siempre toca al muerto.
Ningún suceso hay ya inesperado, ni increíble
ni maravilloso, cuando Zeus, Padre de los Olímpicos,
de un mediodía hizo noche, ocultando la luz
del sol brillante. Húmedo espanto sobrevino a las gentes.
Desde entonces, cualquier cosa resulta creíble y esperable
a los humanos. Ninguno de nosotros se admire al verla.
Ni si las bestias agrestes truecan con los delfines
el pasto marino y tienen por más gratas que la tierra
las olas resonantes del mar, y aquéllos prefieren el monte.
No quiero un general alto y bien plantado
ni ufano en sus bucles y esmerado en afeites.
Por mi, ojalá sea un tipo pequeño y patizambo
que se mantenga firme en sus pies, todo corazón.
Jugueteaba ella con un ramo de mirto
y una linda flor del rosal...
Su melena
le aureolaba de sombra los hombros y la frente.
Tal ansia de amor me envolvió el corazón
y densa niebla derramó sobre mis ojos
robando de mi pecho el suave sentido.
Ojalá pudiera tocar la mano de Neobule...
Padre Licambes, ¿qué es lo que tramaste?
¿Quién perturbó tu entendimiento? Antes
estabas en tus cabales. Pero ahora eres
en la ciudad gran motivo de burla.
Sé sólo una cosa importante: responder
con daños terribles a quien daños me hizo.
y conocedor del amable don de las Musas.
En la lanza tengo mi pan negro, en la lanza
mi vino de Ismaro, y bebo apoyado en mi lanza.
Algún Sayo alardea con mi escudo, arma sin tacha,
que tras un matorral abandoné, a pesar mío.
Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el tal escudo?
¡Váyase al diantre! Ahora adquiriré otro no peor.
No se van ya a tensar muchos arcos ni frecuentes
hondas, cuando a contienda Ares convoque en el llano.
De espaldas será muy quejumbrosa la tarea.
Que en este género de lucha son muy expertos ellos,
los dueños de Eubea, afamados por sus lanzas.
Anda, con la copa recorre el banco de remeros
de la rauda nave, y destapa las jarras panzudas.
y escancia el vino rojo hasta el fondo de las heces.
Pues no podremos soportar sobrios esta guardia.
Tus fúnebres quejas, Pericles, ningún ciudadano
censurará, ni tampoco la ciudad, entre fiestas.
Tales eran aquéllos que las olas del mar bravío
sepultaron. Hinchados por las penas tenemos
los pulmones. Pero los dioses, amigo mío,
establecieron como medicina para males sin remedio
la firme resignación. Ya uno, ya otro los tiene.
Hoy nos tocó a nosotros, y una sangrienta herida
lloramos. Luego alcanzará a otros. Con que al punto
resignaos y dejad ese llanto de mujeres.
Todo al hombre, Pericles, se lo dan el Azar y el Destino.
Porque ni llorando remediaré nada, ni nada
empeoraré dándome a placeres y festejos.
No me importan los montones de oro de Crises.
Jamás me dominó la ambición y no anhelo
el poder de los dioses. No codicio una gran tiranía.
Lejos está tal cosa, desde luego, de mis ojos.
Corazón, corazón de irremediables penas agitado,
¡álzate! Rechaza a los enemigos oponiéndoles
el pecho, y en las emboscadas traidoras sostente
con firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,
ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa.
En las alegrías alégrate y en los pesares gime
sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano.
A los dioses atribúyelo todo. Muchas veces levantan
de las desdichas a los hombres echados sobre el oscuro suelo;
y muchas veces derriban y tumban panza arriba
a quienes caminan erguidos. Luego hay muchos daños
y uno yerra falto de sustento y en desvarío de mente.
Ningún ciudadano es venerable ni ilustre
cuando ha muerto. El favor de quien vive preferimos
los vivientes. La peor parte siempre toca al muerto.
Ningún suceso hay ya inesperado, ni increíble
ni maravilloso, cuando Zeus, Padre de los Olímpicos,
de un mediodía hizo noche, ocultando la luz
del sol brillante. Húmedo espanto sobrevino a las gentes.
Desde entonces, cualquier cosa resulta creíble y esperable
a los humanos. Ninguno de nosotros se admire al verla.
Ni si las bestias agrestes truecan con los delfines
el pasto marino y tienen por más gratas que la tierra
las olas resonantes del mar, y aquéllos prefieren el monte.
No quiero un general alto y bien plantado
ni ufano en sus bucles y esmerado en afeites.
Por mi, ojalá sea un tipo pequeño y patizambo
que se mantenga firme en sus pies, todo corazón.
Jugueteaba ella con un ramo de mirto
y una linda flor del rosal...
Su melena
le aureolaba de sombra los hombros y la frente.
Tal ansia de amor me envolvió el corazón
y densa niebla derramó sobre mis ojos
robando de mi pecho el suave sentido.
Ojalá pudiera tocar la mano de Neobule...
Padre Licambes, ¿qué es lo que tramaste?
¿Quién perturbó tu entendimiento? Antes
estabas en tus cabales. Pero ahora eres
en la ciudad gran motivo de burla.
Sé sólo una cosa importante: responder
con daños terribles a quien daños me hizo.
sabra- Admin
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Fecha de inscripción : 30/05/2009
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