FOOL ON THE HILL

FOOL ON THE HILL

Un ángel se ha sentado en mi nariz.
Bizqueo, los contornos se adhieren.
Le hago cosquillas con mi pelo
y él salta dichosísimo.
Que sí, que le agrado.
Pero es obvio, dice,
se necesitan cuatro ojos, dos narices,
que no me soy suficiente.
Pero yo, simple mortal
(temible palabra en este mundo
donde todo tiende al absolutismo,
a la preñez de la invidencia)
pienso que los ángeles después de Cristo
se han tornado ilusos,
que definitivamente no necesito otra nariz
ni otro par de ojos
y señalo hacia el espejo.
Él se inclina.
Pobre, pobrecillo tonto,
se evapora horrorizado de su belleza profanada
mientras el cielo llueve sobre mi cuerpo,
acaso lágrimas.


CLARA LEUCONA VARELA