IMPRUDENCIA
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IMPRUDENCIA
Parlanchín seria la mejor palabra para describir a Facundo. Desde muy temprana edad su madre supo que su hijo seria distinto de los otros chicos. Nunca dejaba de hablar. La verdad es que era todo un personaje, contaba chistes, historias imposibles y cuentos extraordinarios. Lo cual le traía personas a su alrededor, que consideraban su “don” como un encanto.
La parte negativa del estado de Facundo (por que siempre la hay), es que tampoco sabía callarse ni el secreto más mínimo. Parecía tener mucho que decir, aunque sus comentarios a veces eran tan elocuentes como exagerados. Era hábil con las palabras y rápido como el pensamiento. Era chismoso e indiscreto, y cuando alguien le hacia algún comentario inoportuno, sabia como usar la lengua para defenderse. La esgrimía como la mejor de las espadas. Así pues Facundo se había ganado por sus encantos, tantos amigos como los que perdiera por los mismos.
Después de una larga farra de fin de semana el auto no encendió. Facundo venia caminando tranquilamente sobre la carretera hacia su casa, cuando así sin mas, escuchó crujir el suelo bajo sus pies. Se detuvo para prestar atención y escuchar de nuevo; el suelo parecía firme, así que siguió avanzando. Luego de tres pasos el suelo se abrió en una gran grieta y Facundo cayó dentro. Cuando se pudo poner de pie se dio cuenta que no había manera de salir sin ayuda. El pozo media unos tres metros de profundidad, sin recovecos para escalar o usar de apoyo. Al principio los gritos de urgencia del muchacho se escuchaban fuerte y claro, pero con el paso de las horas la noche se ennegrecía y era menos probable que alguien anduviera en el camino. Así que Facundo comenzó a hablar consigo mismo (algo que hacia muy frecuentemente) –Pero es que eres un bruto, si escuchaste tronar el camino ¿Por que seguiste de largo? Debías de aprender a ser más observador, mira que caer en un hoyo como este a media noche no le sucede a cualquiera.
En ese momento una pequeña cabecita se asomó al pozo. Una cabecita coronada por un par de graciosos cuernitos, similares a los de una vaquilla.
–Eh ¿hay alguien ahí? Si me escuchas, te pido por favor que me ayudes. Ya tengo aquí abajo como tres horas, Si fueras tan gentil…- De la oscuridad salía de nuevo una silueta que se asomaba para mirar al chico. Cuando Facundo pudo mirar bien el rostro de aquella sombra con cuernos le pareció la de un niño. Apenas unos doce, quizá trece años.
-Voy a ayudarte. Pero antes tenemos que charlar un poco -¿Charlar? ¿Y yo aquí metido? ¿No te parece loco? -Igual y si, pero si no charlamos antes, pues no te ayudo y me voy -No, anda, charlemos. Pero luego me ayudas a salir, eh. -Bueno, según veo eres algo desesperado. Se de ti bastante sin que me digas nada, solo quiero confirmar lo que veo – ¿Lo que ves? Ahora me vas a decir que eres adivino o alguna especie de gurú ¿Por eso traes puesto ese disfraz con cuernos? –Ah, que no es un disfraz, estos son mis cuernos, de a de veras, ya cuando salgas me los tocas si quieres para que veas que son muy míos.
-Ja y entonces, si son tus cuernos no me vas a salir con que eres un diablito – ¿Diablito? Me parece un nombre bastante infantil. Soy un demonio. Y pues mira, no quiero ser tosco pero hoy no tengo mucho tiempo para perderlo contigo. Te voy a decir como están las cosas. Tú caíste negligentemente a un pozo de tres metros a un costado de la carretera; ahí abajo no puede verte ni oírte nadie, y estando en el kilómetro 52 veo muy difícil que alguien de contigo y te saque del embrollo en el que tú solo te has metido. Así que te propongo un trato. Dadas tus agudas observaciones me has facilitado tu lectura, y veo que eres tal y como me imagine, así que este es el trato. Tú me prometes que no vas a decir palabra alguna durante los siguientes tres días con sus respectivas noches, y yo te saco inmediatamente de ahí – ¿Pero quien te has creído tú demonio de porra para venir a negociar con mi desventura? Acaso tu ayuda no es meramente desinteresada. Digamos que no logro estarme callado los tres días ¿Cual seria el precio entonces? –Mira que no eres tan tonto, tienes razón, todos hacemos todo esperando algo a cambio. Veamos…si tú pierdes, me quedo con tu voz. Has sido muy insensato y mal agradecido de los dones que te fueron dados al nacer.
Por primera vez, Facundo no dijo nada, solo pensaba. ¿Quedarse con mi voz? Pero si es lo único que tengo; no soy guapo ni talentoso, ha sido mi facilidad de palabra la que me ha llevado a donde estoy. A mi trabajo de abogado que disfruto tanto. Fuera de eso, no tengo nada. Este cabrón lo que quiere es joderme.
-Que se me hace que fuiste tú quien cavó este pozo para que yo cayera en él, y asi pudieras acorralarme en esta cochinada – ¿Pero tú te crees que los demonios no tenemos mejores cosas que hacer, que andar cavando pozos para ver que pendejo cae en ellos? No, Facundo, no te engañes. Este pozo ha tenido tu nombre desde hace mucho tiempo y tan solo lo habías venido esquivando. Pero mira, si no quieres el trato es bien fácil que me lo digas, yo te dejo aquí como si no te hubiera visto nunca, y asunto que terminó –Óyeme no seas barbaro ¿Como vas a dejarme aquí? Podrían pasar días antes que alguien me encuentre. Bueno, esta bien, acepto la apuesta. Me quedo callado tres días y tú me sacas de aquí.
No terminando de pronunciar estas palabras Facundo se miró sobre la hierba verde, el pozo había desaparecido y una vocecita a lo lejos cantaba –No olvides tu promesa.
Dando traspiés por lo que acababa de sucederle y que no terminaba de creer, Facundo llegaba al portón de su casa. De modo torpe introdujo la llave y entró a la antesala. Ahí había una sombra esperándolo. Ni bien se sentaba para sacarse los zapatos, se dirigiò a la sombra – ¿Madre, eres tú? A que ni te imaginas lo que me acaba de suceder - La sombra se puso de pie, la luz de la calle le iluminó medio rostro, era la cara de un niño que le resultó a Facundo, harto familiar –Ya sabia yo que no podrías estar callado, no te preocupes, tan solo tomaré lo que es mío.
Sobra mencionar que no se escuchó respuesta.
Lilymeth Mena.
La parte negativa del estado de Facundo (por que siempre la hay), es que tampoco sabía callarse ni el secreto más mínimo. Parecía tener mucho que decir, aunque sus comentarios a veces eran tan elocuentes como exagerados. Era hábil con las palabras y rápido como el pensamiento. Era chismoso e indiscreto, y cuando alguien le hacia algún comentario inoportuno, sabia como usar la lengua para defenderse. La esgrimía como la mejor de las espadas. Así pues Facundo se había ganado por sus encantos, tantos amigos como los que perdiera por los mismos.
Después de una larga farra de fin de semana el auto no encendió. Facundo venia caminando tranquilamente sobre la carretera hacia su casa, cuando así sin mas, escuchó crujir el suelo bajo sus pies. Se detuvo para prestar atención y escuchar de nuevo; el suelo parecía firme, así que siguió avanzando. Luego de tres pasos el suelo se abrió en una gran grieta y Facundo cayó dentro. Cuando se pudo poner de pie se dio cuenta que no había manera de salir sin ayuda. El pozo media unos tres metros de profundidad, sin recovecos para escalar o usar de apoyo. Al principio los gritos de urgencia del muchacho se escuchaban fuerte y claro, pero con el paso de las horas la noche se ennegrecía y era menos probable que alguien anduviera en el camino. Así que Facundo comenzó a hablar consigo mismo (algo que hacia muy frecuentemente) –Pero es que eres un bruto, si escuchaste tronar el camino ¿Por que seguiste de largo? Debías de aprender a ser más observador, mira que caer en un hoyo como este a media noche no le sucede a cualquiera.
En ese momento una pequeña cabecita se asomó al pozo. Una cabecita coronada por un par de graciosos cuernitos, similares a los de una vaquilla.
–Eh ¿hay alguien ahí? Si me escuchas, te pido por favor que me ayudes. Ya tengo aquí abajo como tres horas, Si fueras tan gentil…- De la oscuridad salía de nuevo una silueta que se asomaba para mirar al chico. Cuando Facundo pudo mirar bien el rostro de aquella sombra con cuernos le pareció la de un niño. Apenas unos doce, quizá trece años.
-Voy a ayudarte. Pero antes tenemos que charlar un poco -¿Charlar? ¿Y yo aquí metido? ¿No te parece loco? -Igual y si, pero si no charlamos antes, pues no te ayudo y me voy -No, anda, charlemos. Pero luego me ayudas a salir, eh. -Bueno, según veo eres algo desesperado. Se de ti bastante sin que me digas nada, solo quiero confirmar lo que veo – ¿Lo que ves? Ahora me vas a decir que eres adivino o alguna especie de gurú ¿Por eso traes puesto ese disfraz con cuernos? –Ah, que no es un disfraz, estos son mis cuernos, de a de veras, ya cuando salgas me los tocas si quieres para que veas que son muy míos.
-Ja y entonces, si son tus cuernos no me vas a salir con que eres un diablito – ¿Diablito? Me parece un nombre bastante infantil. Soy un demonio. Y pues mira, no quiero ser tosco pero hoy no tengo mucho tiempo para perderlo contigo. Te voy a decir como están las cosas. Tú caíste negligentemente a un pozo de tres metros a un costado de la carretera; ahí abajo no puede verte ni oírte nadie, y estando en el kilómetro 52 veo muy difícil que alguien de contigo y te saque del embrollo en el que tú solo te has metido. Así que te propongo un trato. Dadas tus agudas observaciones me has facilitado tu lectura, y veo que eres tal y como me imagine, así que este es el trato. Tú me prometes que no vas a decir palabra alguna durante los siguientes tres días con sus respectivas noches, y yo te saco inmediatamente de ahí – ¿Pero quien te has creído tú demonio de porra para venir a negociar con mi desventura? Acaso tu ayuda no es meramente desinteresada. Digamos que no logro estarme callado los tres días ¿Cual seria el precio entonces? –Mira que no eres tan tonto, tienes razón, todos hacemos todo esperando algo a cambio. Veamos…si tú pierdes, me quedo con tu voz. Has sido muy insensato y mal agradecido de los dones que te fueron dados al nacer.
Por primera vez, Facundo no dijo nada, solo pensaba. ¿Quedarse con mi voz? Pero si es lo único que tengo; no soy guapo ni talentoso, ha sido mi facilidad de palabra la que me ha llevado a donde estoy. A mi trabajo de abogado que disfruto tanto. Fuera de eso, no tengo nada. Este cabrón lo que quiere es joderme.
-Que se me hace que fuiste tú quien cavó este pozo para que yo cayera en él, y asi pudieras acorralarme en esta cochinada – ¿Pero tú te crees que los demonios no tenemos mejores cosas que hacer, que andar cavando pozos para ver que pendejo cae en ellos? No, Facundo, no te engañes. Este pozo ha tenido tu nombre desde hace mucho tiempo y tan solo lo habías venido esquivando. Pero mira, si no quieres el trato es bien fácil que me lo digas, yo te dejo aquí como si no te hubiera visto nunca, y asunto que terminó –Óyeme no seas barbaro ¿Como vas a dejarme aquí? Podrían pasar días antes que alguien me encuentre. Bueno, esta bien, acepto la apuesta. Me quedo callado tres días y tú me sacas de aquí.
No terminando de pronunciar estas palabras Facundo se miró sobre la hierba verde, el pozo había desaparecido y una vocecita a lo lejos cantaba –No olvides tu promesa.
Dando traspiés por lo que acababa de sucederle y que no terminaba de creer, Facundo llegaba al portón de su casa. De modo torpe introdujo la llave y entró a la antesala. Ahí había una sombra esperándolo. Ni bien se sentaba para sacarse los zapatos, se dirigiò a la sombra – ¿Madre, eres tú? A que ni te imaginas lo que me acaba de suceder - La sombra se puso de pie, la luz de la calle le iluminó medio rostro, era la cara de un niño que le resultó a Facundo, harto familiar –Ya sabia yo que no podrías estar callado, no te preocupes, tan solo tomaré lo que es mío.
Sobra mencionar que no se escuchó respuesta.
Lilymeth Mena.
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