MARRAKECH
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Tiene pozo la casa que habito con mi amor
a las puertas del desierto,
limones, naranjas dulces y una mujer bereber
que da gracias a Alá por nuestra suerte
tatuada de azul como la porcelana
de mis viejos versos.
A veces Juan nos invita a observar
cigüeñas
por si al sonido del té o de las conversaciones
en las azoteas de la judería
recuperan su antigua forma de inquietas
amistades que volaron.
Así los días pasan tan protegidos
por el aliento del Atlas y el polvo
como por los límites
de la isla, los canales del Mersey y los trenes,
o las llanuras desoladas
de Mazovia
en otro tiempo.
La luz ilumina tu nombre cada tarde
y los cuadros de Aleja la escalera.
Yolanda Soler Onís
Tiene pozo la casa que habito con mi amor
a las puertas del desierto,
limones, naranjas dulces y una mujer bereber
que da gracias a Alá por nuestra suerte
tatuada de azul como la porcelana
de mis viejos versos.
A veces Juan nos invita a observar
cigüeñas
por si al sonido del té o de las conversaciones
en las azoteas de la judería
recuperan su antigua forma de inquietas
amistades que volaron.
Así los días pasan tan protegidos
por el aliento del Atlas y el polvo
como por los límites
de la isla, los canales del Mersey y los trenes,
o las llanuras desoladas
de Mazovia
en otro tiempo.
La luz ilumina tu nombre cada tarde
y los cuadros de Aleja la escalera.
Yolanda Soler Onís
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