El guacho
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El guacho
El guacho de Godofredo Daireaux
Un cordero guacho, criado con toda clase de atenciones por las hijitas del pastor, vivía como un príncipe. Mantenido con leche a discreción, tampoco le faltaban golosinas, y con sólo venir balando, al momento conseguía que se ocupasen de él y le diesen mil cosas buenas: un terrón de azúcar, un pedazo de pan, granos de maíz, una zanahoria o cualquier otra cosa de su agrado. Y aunque gordo a más no poder, siempre pedía y siempre le daban de todo a pedir de boca.
Asimismo, no podía ver pasar la majada, sin dejar todo tirado, para correr a mezclarse con ella y atropellar brutalmente a los corderos recién nacidos, quitándoles la teta materna y tratando de chuparse él solo toda la leche, con balidos tan quejumbrosos como si estuviera muerto de hambre.
Hasta que un día, una oveja le preguntó si no tenía vergüenza, gordo como estaba y en estado de tan manifiesta prosperidad, de llorar así por leche; y el guacho le confesó ingenuamente lo que muchos, sin confesarlo, sienten, que nada valía para él lo que tenía, mientras veía que tuvieran algo también los demás.
El hombre sin envidia nunca es pobre de veras; ni rico de veras el envidioso.
Un cordero guacho, criado con toda clase de atenciones por las hijitas del pastor, vivía como un príncipe. Mantenido con leche a discreción, tampoco le faltaban golosinas, y con sólo venir balando, al momento conseguía que se ocupasen de él y le diesen mil cosas buenas: un terrón de azúcar, un pedazo de pan, granos de maíz, una zanahoria o cualquier otra cosa de su agrado. Y aunque gordo a más no poder, siempre pedía y siempre le daban de todo a pedir de boca.
Asimismo, no podía ver pasar la majada, sin dejar todo tirado, para correr a mezclarse con ella y atropellar brutalmente a los corderos recién nacidos, quitándoles la teta materna y tratando de chuparse él solo toda la leche, con balidos tan quejumbrosos como si estuviera muerto de hambre.
Hasta que un día, una oveja le preguntó si no tenía vergüenza, gordo como estaba y en estado de tan manifiesta prosperidad, de llorar así por leche; y el guacho le confesó ingenuamente lo que muchos, sin confesarlo, sienten, que nada valía para él lo que tenía, mientras veía que tuvieran algo también los demás.
El hombre sin envidia nunca es pobre de veras; ni rico de veras el envidioso.
Roana Varela- Moderadora
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