El buey y la rana
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El buey y la rana
El buey y la rana de Felipe Jacinto Sala
Con tardo paso el Buey, al yugo uncido,
iba arando la tierra una mañana;
mas, de pronto, parose sorprendido,
al escuchar cercana
la ronca voz de vocinglera Rana.
-«Y ¿vives todavía?
-preguntole al anfibio con enfado:-
»¿No eres tú la que un día,
»quisiste hinchar tu cuerpo desmedrado
»hasta el nivel de la grandeza mía?
»¿No te dio un reventón por envidiosa?
»¿Qué motivo, qué causa misteriosa
»hace hoy revivir en la laguna
»tu estentóreo graznar que me importuna?»-
Y contestó el reptil: -«Esto no es cierto;
»ni conocí la envidia, ni me he muerto:
»mintió quien tal dijera.»-
-«¿Cómo no, si lo cuenta el Fabulista?»-
-«Da grima ver que en tal error se insista.
»Un apólogo al fin; una quimera;
»una conseja rancia.
»Para instruir y deleitar la infancia,
»bueno es que el vicio con rigor se tilde,
»que de encantos la fábula se esmalte;
»mas no se injurie nuestra clase humilde,
»ni a la verdad se falte.»-
Sonriose el Buey con sobras de malicia,
y prosiguió el anfibio: -«¡Haya justicia!
»Si por sus hechos nuestra propia historia
»debido galardón nos asegura;
»si en ella brillan páginas de gloria,
»¿por qué se desfigura?
»Di: ¿en la pasada edad ni en la presente
»hubo un ser cual nosotros tan sufrido,
»tan útil para el hombre?»-
-«Ciertamente:
-repuso el Buey, mirándose humillado;-
»yo esclavo del arado,
»y al trabajo sumido,
»con prolija paciencia
»serví a la agricultura.»-
-«Y yo a la agricultura y a la ciencia:
»pregunta a los sembrados
»los bienes que mi caza les produjo;
»interroga a los sabios consumados.
»Y te dirán el valioso influjo
»de mi organismo.»-
Entonces, asombrado,
creyéndose escuchar supercherías,
soltó el Buey una larga carcajada.
-«Cuadrúpedo ignorante, no te rías;
»¿viste de noche, en la ciudad vecina,
»esa potente luz que la ilumina,
»hermosa luz eléctrica, que aduna
»la palidez suave de la Luna
»a la fulgente claridad del día?»-
-«Y bien, ¿y qué?»-
-«Esa luz es obra mía.»-
-«El Buey pensó: está loca esta taimada,
»y loca rematada.»-
La Rana prosiguió de esta manera:
-«¿Si la electricidad es conducente,
»a mí sola el milagro fue debido;
»sí; yo la causa ocasional he sido
»que Galvani el secreto descubriera
»y sabia aplicación Volta lo diera.
»Por mí las ciegas fuerzas del torrente,
»por mí las cataratas desbordadas,
»en útiles motores transformadas
»dan a la industria actividad constante;
»por mí, por ese portentoso invento,
»el telégrafo lleva el pensamiento
»del uno al otro polo en un instante;
»gracias a mí Graham-Bell ha convertido
»en eco de metal la voz humana;
»y el teléfono, asombro de este siglo,
»veloz transmite la palabra hablada,
»que con su propio, con su fiel sonido,
«en remoto confín es escuchada.»-
El Buey, más sorprendido,
no comprendiendo aquello que escuchaba:
-«Qué insensatez, pensaba,
»y cómo desatina!»-
-«¡Qué más! -siguió el reptil- la medicina,
»¿no halló en nosotras la más dócil prueba
»en que apoyar mil veces su doctrina?
»¿Acaso en nuestras fibras no comprueba
»la diversa virtud de sus agentes?
»¿No ensaya sus magnéticas corrientes
»en nuestros propios nervios conductores
»y procura aplicarlas en seguida,
»cual lenitivo dulce, a los dolores
»que amargan los instantes de la vida?
»¿No hiere y raja sin piedad ni duelo,
»con su frío escalpelo,
»nuestras entrañas vivas,
»para rasgar el velo
»que oculta mil recónditos arcanos,
»de vivientes fenómenos humanos?
»¿Y no ejerce las pruebas más activas
»para hallar los efectos del veneno,
»explotando en tal guisa, hasta el delirio,
»la paciencia de Job de mis hermanas,
»prontas siempre a morir en bien ajeno?
»¡Sino fatal, el sino de las Ranas!
»¡Vivir en charcos de asqueroso cieno
»para acabar después en el martirio.
»Y cuando entre torturas inhumanas,
»víctima de la ciencia, yo sucumba,
»tampoco brillarán ¡oh cruel sarcasmo!
»ni un sencillo recuerdo de entusiasmo,
»ni siquiera una lágrima en mi tumba.
»Ve, pues ¡oh Buey! y dile al Fabulista,
»que la que un tiempo le debió su insulto,
»merece ser bien quista,
»y hasta adorada con ferviente culto.
»Dile que aquella que él pintó, en mal hora,
»pidiendo nuevo rey, tan sin juicio,
»ni fue conspiradora,
»ni fue sierva del vicio;
»podrá ser chilladora,
»pero es útil, es buena, es bienhechora.»-
Finiose el altercado
tras defensa tan justa y oportuna,
y el Buey tornó a labrar con el arado,
y la Rana a graznar en la laguna.
¡Inescrutable arcano!
¡Un pobre anfibio de tan feo aspecto,
abatiendo el orgullo del humano;
un reptil que se tuvo por abyecto,
alumbrando su ciega inteligencia
por ignotos senderos de la ciencia!
Saludad, saludad a esa criatura
que el mundo castigó con tal exceso;
no os cause repugnancia su figura;
es el mártir del progreso.
Con mi cabeza cana
¿será que tenga el corazón de niño?
No sé contar la historia de esta Rana,
sin mezcla de tristeza y de cariño.
Con tardo paso el Buey, al yugo uncido,
iba arando la tierra una mañana;
mas, de pronto, parose sorprendido,
al escuchar cercana
la ronca voz de vocinglera Rana.
-«Y ¿vives todavía?
-preguntole al anfibio con enfado:-
»¿No eres tú la que un día,
»quisiste hinchar tu cuerpo desmedrado
»hasta el nivel de la grandeza mía?
»¿No te dio un reventón por envidiosa?
»¿Qué motivo, qué causa misteriosa
»hace hoy revivir en la laguna
»tu estentóreo graznar que me importuna?»-
Y contestó el reptil: -«Esto no es cierto;
»ni conocí la envidia, ni me he muerto:
»mintió quien tal dijera.»-
-«¿Cómo no, si lo cuenta el Fabulista?»-
-«Da grima ver que en tal error se insista.
»Un apólogo al fin; una quimera;
»una conseja rancia.
»Para instruir y deleitar la infancia,
»bueno es que el vicio con rigor se tilde,
»que de encantos la fábula se esmalte;
»mas no se injurie nuestra clase humilde,
»ni a la verdad se falte.»-
Sonriose el Buey con sobras de malicia,
y prosiguió el anfibio: -«¡Haya justicia!
»Si por sus hechos nuestra propia historia
»debido galardón nos asegura;
»si en ella brillan páginas de gloria,
»¿por qué se desfigura?
»Di: ¿en la pasada edad ni en la presente
»hubo un ser cual nosotros tan sufrido,
»tan útil para el hombre?»-
-«Ciertamente:
-repuso el Buey, mirándose humillado;-
»yo esclavo del arado,
»y al trabajo sumido,
»con prolija paciencia
»serví a la agricultura.»-
-«Y yo a la agricultura y a la ciencia:
»pregunta a los sembrados
»los bienes que mi caza les produjo;
»interroga a los sabios consumados.
»Y te dirán el valioso influjo
»de mi organismo.»-
Entonces, asombrado,
creyéndose escuchar supercherías,
soltó el Buey una larga carcajada.
-«Cuadrúpedo ignorante, no te rías;
»¿viste de noche, en la ciudad vecina,
»esa potente luz que la ilumina,
»hermosa luz eléctrica, que aduna
»la palidez suave de la Luna
»a la fulgente claridad del día?»-
-«Y bien, ¿y qué?»-
-«Esa luz es obra mía.»-
-«El Buey pensó: está loca esta taimada,
»y loca rematada.»-
La Rana prosiguió de esta manera:
-«¿Si la electricidad es conducente,
»a mí sola el milagro fue debido;
»sí; yo la causa ocasional he sido
»que Galvani el secreto descubriera
»y sabia aplicación Volta lo diera.
»Por mí las ciegas fuerzas del torrente,
»por mí las cataratas desbordadas,
»en útiles motores transformadas
»dan a la industria actividad constante;
»por mí, por ese portentoso invento,
»el telégrafo lleva el pensamiento
»del uno al otro polo en un instante;
»gracias a mí Graham-Bell ha convertido
»en eco de metal la voz humana;
»y el teléfono, asombro de este siglo,
»veloz transmite la palabra hablada,
»que con su propio, con su fiel sonido,
«en remoto confín es escuchada.»-
El Buey, más sorprendido,
no comprendiendo aquello que escuchaba:
-«Qué insensatez, pensaba,
»y cómo desatina!»-
-«¡Qué más! -siguió el reptil- la medicina,
»¿no halló en nosotras la más dócil prueba
»en que apoyar mil veces su doctrina?
»¿Acaso en nuestras fibras no comprueba
»la diversa virtud de sus agentes?
»¿No ensaya sus magnéticas corrientes
»en nuestros propios nervios conductores
»y procura aplicarlas en seguida,
»cual lenitivo dulce, a los dolores
»que amargan los instantes de la vida?
»¿No hiere y raja sin piedad ni duelo,
»con su frío escalpelo,
»nuestras entrañas vivas,
»para rasgar el velo
»que oculta mil recónditos arcanos,
»de vivientes fenómenos humanos?
»¿Y no ejerce las pruebas más activas
»para hallar los efectos del veneno,
»explotando en tal guisa, hasta el delirio,
»la paciencia de Job de mis hermanas,
»prontas siempre a morir en bien ajeno?
»¡Sino fatal, el sino de las Ranas!
»¡Vivir en charcos de asqueroso cieno
»para acabar después en el martirio.
»Y cuando entre torturas inhumanas,
»víctima de la ciencia, yo sucumba,
»tampoco brillarán ¡oh cruel sarcasmo!
»ni un sencillo recuerdo de entusiasmo,
»ni siquiera una lágrima en mi tumba.
»Ve, pues ¡oh Buey! y dile al Fabulista,
»que la que un tiempo le debió su insulto,
»merece ser bien quista,
»y hasta adorada con ferviente culto.
»Dile que aquella que él pintó, en mal hora,
»pidiendo nuevo rey, tan sin juicio,
»ni fue conspiradora,
»ni fue sierva del vicio;
»podrá ser chilladora,
»pero es útil, es buena, es bienhechora.»-
Finiose el altercado
tras defensa tan justa y oportuna,
y el Buey tornó a labrar con el arado,
y la Rana a graznar en la laguna.
¡Inescrutable arcano!
¡Un pobre anfibio de tan feo aspecto,
abatiendo el orgullo del humano;
un reptil que se tuvo por abyecto,
alumbrando su ciega inteligencia
por ignotos senderos de la ciencia!
Saludad, saludad a esa criatura
que el mundo castigó con tal exceso;
no os cause repugnancia su figura;
es el mártir del progreso.
Con mi cabeza cana
¿será que tenga el corazón de niño?
No sé contar la historia de esta Rana,
sin mezcla de tristeza y de cariño.
Roana Varela- Moderadora
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Fecha de inscripción : 25/10/2012
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