LOS DOCE TRABAJO DE HERACLES
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LOS DOCE TRABAJO DE HERACLES
Heracles creció hasta alcanzar, a los dieciocho años, la altura de cuatro codos y un pie: un metro con noventa y ocho centímetros. Por ese entonces, en Citerón, un enorme león devastaba los rebaños de Anfitrión, su padre adoptivo. Durante cincuenta días, Heracles salió de cacería hasta que finalmente lo encontró, luchó contra él sin más armas que sus manos, y lo venció.
Desde entonces se vistió con su piel. Cuando volvía a Tebas después de su hazaña, se encontró con enemigos de la ciudad: luchando solo contra todo el ejército, los derrotó. El rey de Tebas, agradecido, le dio en matrimonio a su hija mayor, Mégara, y a la menor la casó con Ificles, el hermano del héroe. Mégara y Heracles formaron un matrimonio feliz y tuvieron varios hijos.
Y aquí podría haber terminado la leyenda si no fuera por la intervención de la terrible diosa Hera, que insistía en su venganza. Con espantosa crueldad, Hera le envió a Heracles su peor aliada: la Locura. Perdida la razón, sin saber lo que hacía, el héroe mató a sus propios hijos y estaba a punto de disparar una flecha contra su padre Anfitrión cuando la diosa Atenea, compadecida, lo golpeó con una piedra en el pecho y lo hizo caer dormido. Al despertar, Heracles, libre ya de su ataque de locura, se encontró con una realidad peor que la más terrible de las pesadillas.
Sus hijitos yacían muertos a sus pies, asesinados por sus propias flechas. Cuando comprendió lo que había sucedido, Heracles quiso matarse. La vida ya no tenía sentido para él. Pero su familia y sus amigos lo persuadieron de que no era su culpa: una vez más había sido víctima de Hera. Entonces Heracles no quiso seguir casado con Mégara: ahora temía por la vida de todos los que amaba.
Partió solo y desarmado hacia el oráculo de Delfos para que la pitonisa, esa sacerdotisa que hacía de intermediaria entre los dioses y los hombres, le dijera si todavía existía en su vida la posibilidad de futuro. —Solo hay una forma de pagar tu crimen y aplacar a Hera al mismo tiempo —murmuró la pitonisa, envuelta en los vapores que provenían del fondo de la Tierra.
Sus ojos miraban sin expresión, sus labios temblaban, de su boca partía ese sonido extraño que era la voz de los dioses—. Debes ponerte al servicio de tu peor enemigo, tu primo Euristeo, el hombre que recibió el trono de Argos en tu lugar.
Cumplirás con los diez trabajos que te ordene. Y si sobrevives, aunque la cruel esposa de Zeus no lo quiera, serás inmortal. Así comenzaron los diez trabajos de Heracles... ¿o fueron doce?
Ana María Shua
Desde entonces se vistió con su piel. Cuando volvía a Tebas después de su hazaña, se encontró con enemigos de la ciudad: luchando solo contra todo el ejército, los derrotó. El rey de Tebas, agradecido, le dio en matrimonio a su hija mayor, Mégara, y a la menor la casó con Ificles, el hermano del héroe. Mégara y Heracles formaron un matrimonio feliz y tuvieron varios hijos.
Y aquí podría haber terminado la leyenda si no fuera por la intervención de la terrible diosa Hera, que insistía en su venganza. Con espantosa crueldad, Hera le envió a Heracles su peor aliada: la Locura. Perdida la razón, sin saber lo que hacía, el héroe mató a sus propios hijos y estaba a punto de disparar una flecha contra su padre Anfitrión cuando la diosa Atenea, compadecida, lo golpeó con una piedra en el pecho y lo hizo caer dormido. Al despertar, Heracles, libre ya de su ataque de locura, se encontró con una realidad peor que la más terrible de las pesadillas.
Sus hijitos yacían muertos a sus pies, asesinados por sus propias flechas. Cuando comprendió lo que había sucedido, Heracles quiso matarse. La vida ya no tenía sentido para él. Pero su familia y sus amigos lo persuadieron de que no era su culpa: una vez más había sido víctima de Hera. Entonces Heracles no quiso seguir casado con Mégara: ahora temía por la vida de todos los que amaba.
Partió solo y desarmado hacia el oráculo de Delfos para que la pitonisa, esa sacerdotisa que hacía de intermediaria entre los dioses y los hombres, le dijera si todavía existía en su vida la posibilidad de futuro. —Solo hay una forma de pagar tu crimen y aplacar a Hera al mismo tiempo —murmuró la pitonisa, envuelta en los vapores que provenían del fondo de la Tierra.
Sus ojos miraban sin expresión, sus labios temblaban, de su boca partía ese sonido extraño que era la voz de los dioses—. Debes ponerte al servicio de tu peor enemigo, tu primo Euristeo, el hombre que recibió el trono de Argos en tu lugar.
Cumplirás con los diez trabajos que te ordene. Y si sobrevives, aunque la cruel esposa de Zeus no lo quiera, serás inmortal. Así comenzaron los diez trabajos de Heracles... ¿o fueron doce?
Ana María Shua
Roque- Poeta especial
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