Como anda el mundo, visión de Babuco de Voltaire
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Como anda el mundo, visión de Babuco de Voltaire
Como anda el mundo, visión de Babuco de Voltaire
Entre los genios que a los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene a su cargo el departamento de la alta Asia. Bajó una mañana a la mansión del Escita Babuco, a orillas del Oxô, y le dijo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de genios de la alta Asia para decidir si habían de castigar ó destruir á Persepolis. Vete á este pueblo, examínalo todo; me darás cuenta, y por tu informe determinaré si he de castigar ó exterminar la ciudad. Yo, señor, respondió humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio á ninguno. Mas vale así, dixo el ángel, que no serás parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes serás bien visto.
Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontró en los valles de Senaar el exército persa que iba á pelear con el exército indio; y dirigiéndose á un soldado que halló en un parage remoto, le preguntó qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sé, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar mi vida: servir aquí ó allí, es para mí todo uno; y aun puede ser que me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entró en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntó el motivo de la guerra. ¿Cómo quereis que lo sepa yo? ¿y qué me importa, sea el que quiera? Yo resido á doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy á buscar fortuna ó la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. ¿Y vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben porque nos degollamos.
Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte años ha el Asia, procede en su orígen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Tratábase de un derecho que producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan algunas provincias.
Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis.
Preocupado con esta idea pasó al campo de los Indios, donde, conforme á lo que se le habia pronosticado, le recibiéron con tanto agasajo como en el de los Persas, y donde presenció los mismos excesos que le habian llenado de horror. Ha, ha, dixo para sí, si quiere el ángel Ituriel exterminar á los Persas, también tiene que exterminar á los Indios el ángel de las Indias. Habiéndose informado luego mas menudamente de quanto en ambos exércitos habia sucedido, supo acciones magnánimas, generosas y humanas, que le pasmáron y le embelesáron. Inexplicables mortales, exclamó, ¿cómo podéis juntar con tanta torpeza tanta elevacion, y tantas virtudes con tantos delitos?
Declaróse en breve la paz, y los caudillos de ambos exércitos, que por solo su interes habian hecho verter la sangre de tantos semejantes suyos, se fuéron á solicitar el premio á su corte respectiva, puesto que ninguno habia ganado la victoria. Celebróse la paz en escritos públicos que anunciaban el reyno de la virtud y de la felicidad en la tierra. Loado sea Dios, dixo Babuco; Persepolis va á ser la mansion de la mas acendrada inocencia, y no será destruida, como querian aquellos malditos genios: vamos sin mas tardanza á ver esta capital del Asia.
Llegó á esta inmensa ciudad por la antigua entrada, aun sumida en la barbarie, y que inspiraba asco por su rudo desaliño. Sentíase toda esta porcion del pueblo del tiempo en que se habia edificado; que hemos de confesar, sea qual fuere el empeño de exâltar lo antiguo á costa de lo moderno, que en todas cosas las primeras pruebas siempre son toscas.
Metióse Babuco entre una muchedumbre de gentío compuesto de quanto mas puerco y mas feo en ámbos sexôs pueda hallarse, la qual entraba á toda priesa en un obscuro y tenebroso recinto. El continuo zumbido, el movimiento que notaba, y el dinero que en un platillo algunas personas echaban, le dió á entender que estaba en un público mercado; pero quando vió que muchas mugeres se hincaban de rodillas, mirando al parecer á lo que tenian enfrente, y en realidad á los hombres de lado, echó de ver que se hallaba en un templo. Unas voces ásperas, carrasqueñas, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la bóveda resonara, parecidas á la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tapábase los oídos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando vió que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones. Levantaron estos una ancha piedra; tiráron á mano derecha y á mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que habían hecho, y volviéron á sentar la piedra. ¡Con que entierran estas gentes, exclamó Babuco, á sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! ¡con que estan empedrados con cadáveres sus templos! Ya no me espanto de las pestilenciales dolencias que con tanta freqüencia afligen á Persepolis; capaz es de envenenar todo el globo terraqüeo la podredumbre de tantos muertos y de tantos vivos apeñuscados en un mismo sitio. ¡Ha, qué sucio pueblo es Persepolis! Sin duda que la quieren destruir los ángeles, para edificar otra Ciudad mas hermosa, y poblarla de gentes mas aseadas, y que mejor canten: la Providencia sabe lo que se hace; no nos metamos en quitarle su idea.
Acercábase ya el sol á la mitad de su carrera, y tenia Babuco que ir á comer al otro extremo del pueblo, á casa de una dama para quien le habia dado carta de recomendacion su marido que era oficial en el exército. Anduvo por mil y mil calles de Persepolis; vió otros templos mas bien adornados, adonde concurria gente mas culta, y donde se oía una harmónica música; reparó en fuentes públicas, que aunque defectuosas hacian maravilloso efecto; vió frescas y amenas calles de árboles, jardines donde se respiraban los mas exquisitos olores, y se vían reunidas plantas de los mas remotos pueblos. Maravillóse al ver magníficos puentes, puesto que estaban destinados á pasar un arroyuelo que sin mojarse los piés se vadea las quatro quintas partes del año; pasó por calles anchas y magníficas, llenas de palacios á una y otra acera, y entró por fin en casa de la dama que con una sociedad de personas decentes le esperaba á comer. Estaba su casa limpia y bien adornada; la señora era moza, hermosa, discreta y cortés, y la sociedad amable; y decia Babuco entre sí: Sin duda que habia perdido el juicio el ángel Ituriel, quando queria destruir una ciudad tan cumplida. Mas advirtió muy breve que la señora, que al principio le habia pedido amorosamente nuevas de su marido, al fin de la comida hablaba mas amorosamente á un mago mozo. Luego vió que un magistrado delante de su propia muger hacia mil halagos á una viuda, la qual estrechaba con una mano el cuello del magistrado, y daba la otra á un mozo muy lindo y modesto. La primera que se levantó de la mesa fué la muger del magistrado, que se encerró en un gabinete inmediato para conferenciar con su director de almas, hombre eloqüentísimo, que con tal energía hubo de discurrir con ella, que volvió abochornado el rostro, humedecidos los ojos, la voz trémula, y los pasos vacilantes.
Babuco entónces se empezó á rezelar de que tenia razon el genio Ituriel. Con el dote que tenia de grangearse la confianza, supo aquel dia mismo los secretos de la dama, la qual le fió su cariño al mago mozo, asegurándole que en todas las casas de Persepolis encontraria lo mismo que en la suya habia visto. Infirió Babuco que no podia durar semejante sociedad; que todas las casas habian de estar asoladas por zelos, venganzas y rencillas; que sin cesar habian de verterse lágrimas y sangre; que infaliblemente habian de matar los maridos á los cortejos de sus mugeres, ó de ser muertos por ellos; finalmente que hacia Ituriel muy bien en destruir de una vez un pueblo abandonado á horrendos desórdenes.
Fuése despues de comer á uno de los mas soberbios templos de la ciudad, y se sentó en medio de una muchedumbre de hombres y mugeres que habian ido allí á matar el tiempo. Subió un mago á una máquina alta, y discurrió largo tiempo acerca del vicio y la virtud; y habiendo dividido en varias partes lo que no era menester dividir, probó metódicamente las cosas mas claras, enseñó lo que sabia todo el mundo, se exaltó sin motivo, y salió sudando y sin respiracion. Despertóse entonces la gente, y creyó que habia asistido á una instruccion. Babuco dixo: Este buen hombre ha hecho quanto ha podido por fastidiar á doscientos ó trescientos conciudadanos suyos; pero su intencion era buena, y esto no es motivo para destruir á Persepolis.
Lleváronle, al salir de esta asamblea, á que viera una fiesta pública que se celebraba todos los dias del año en una especie de basílica, en cuya parte interior se vía un palacio. Formaban tan hermoso espectáculo las ciudadanas mas hermosas de Persepolis, y los principales sátrapas colocados en órden, que al principio creyó Babuco que se reducia á esto la fiesta. En breve se dexáron ver en el vestíbulo de este palacio dos ó tres personas que parecian reyes y reynas; su idioma era muy distinto del que estilaba el vulgo, y tenia ritmo, harmonía y sublimidad. No se dormia nadie, que todos en alto silencio escuchaban, y si le interrumpian, era para dar pruebas de admiracion y ternura general; y con tan vivos y bien sentidos términos se hablaba de las obligaciones de los reyes, del amor de la virtud, y de los riesgos de las pasiones, que arrancáron lágrimas á Babuco: el qual no dudó que fuesen los predicadores del imperio aquellos héroes y heroinas y aquellos reyes y reynas que acababa de oir, y hasta hizo propósito de persuadir á Ituriel que los viniese á escuchar, cierto de que semejante espectáculo le reconciliaria con Persepolis para siempre.
Concluida la fiesta, quiso visitar á la reyna principal que en aquel hermoso palacio habia anunciado tan sublime y acendrada moral. Hizo que le introduxeran en casa de su magestad; y le lleváron por una mala escalerilla á un segundo piso, donde halló en un aposento pobremente alhajado una muger mal vestida, que con noble y patético ademan le dixo: Mi oficio no me da para vivir; uno de los príncipes que habeis visto me ha hecho un hijo: estoy para parir: no tengo dinero, y sin dinero todo parto es un mal parto. Babuco le dió cien daricos de oro, diciendo: Si no hubiera cosas peores en la ciudad, poco motivo tuviera Ituriel para estar tan enojado.
Fué de allí á pasar la tarde á las tiendas de mercaderes de magnificencias superfluas. Llevóle un sugeto inteligente que se habia hecho amigo suyo, compró lo que halló de su gusto, y con muchas cortesías se lo vendiéron mucho mas caro de lo que valia. Quando hubo vuelto á casa, le hizo ver su amigo que le habian estafado; y apuntó Babuco en su libro de memoria el nombre del mercader, para que el dia del castigo de la ciudad no le echara Ituriel en olvido. Estando escribiendo, llamáron á la puerta, y entró el mercader que le traía á Babuco su bolsillo que se habia dexado olvidado encima del mostrador. ¿Cómo es posible, dixo Babuco, que seais tan generoso y escrupuloso, despues de haber tenido cara para venderme vuestras buxerías quatro tanto mas de lo que valen? No hay en toda la ciudad, le respondió el mercader, negociante ninguno algo conocido, que no hubiese venido á traeros el bolsillo; mas quando os han dicho que os he vendido lo que en mi tienda habeis comprado el quadruplo de su valor, os han engañado, porque os lo he vendido diez veces mas de lo que ello vale; y esto es tan cierto, que si dentro de un mes os quereis deshacer de ello, no os darán ni el diezmo: y no hay empero cosa mas conforme á razon, porque siendo el antojo de los hombres lo que da valor á estas fruslerías, ese mismo antojo da de comer á cien obreros que empleo yo, y á mí me da una casa bien puesta, un buen coche, y buenos caballos. Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que á vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. Paróse Babuco pensativo un, rato, y le borró luego de su libro.
No sabiendo que pensar de Persepolis, se determinó á visitar á los magos y á los literatos, lisonjeándose de que alcanzarian estos el perdon de todo lo restante del pueblo, porque unos se aplican á la sabiduría, y á la religion los otros. La mañana siguiente fué á visitar un colegio de magos, y le confesó el archimandrita que tenia trescientos mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que exercia una vasta jurisdiccion en virtud de otro voto de humildad. Dicho esto, dexó á Babuco en manos de un aprendiz de mago, para que le obsequiase.
Enseñábale este las preciosidades de esta casa de penitencia, quando se esparció la voz de que traía comision de hacer reformas. Al punto le diéron memoriales de cada una, que todos en sustancia venian á decir: _Conservadnos á nosotros, y suprimid todos los demas_. Si daba crédito á sus propias apologías, todas estas congregaciones eran necesarias; si atendia á sus recíprocas acusaciones, todas merecian ser destruidas. Pasmábase Babuco de que no hubiese ninguna que, por edificar al universo, no quisiese ser árbitro de él. Presentósele entónces un hombrecillo que era semi-mago, el qual le dixo: La grande obra se va á cumplir, y Zerdust ha vuelto á la tierra; por tanto os rogamos que nos ampareis contra el Gran Lama. ¿Con que contra el pontífice monarca, respondió Babuco, que reside en el Tibet?--Contra ese mismo.--¿Pues qué? le hacéis guerra, y alistais contra él un exército?--No es eso; pero dice que el hombre es libre, y nosotros no lo creemos: escribimos contra él libracos que no lee; y apénas si nos ha oido mentar, puesto que nos acaba de condenar, como un propietario que manda extirpar las orugas de su huerto. Asombróse Babuco de la locura de hombres que profesan la sabiduría, de las marañas de los que habian renunciado del mundo, de la ambicion y altiva codicia de los que predicaban humildad y desinteres; y coligió que sobraban razones valederas á Ituriel para destruir toda esta raza.
Retiróse á su casa, mandó que le compraran libros nuevos para calmar su enfado, y convidó á comer á varios literatos para su recreo. Llegáron mas del doble de los que habia llamado, como acuden las avispas á la miel. No se daban vado estos gorreros á hablar y á engullir, y elogiaban dos clases de hombres, los muertos y ellos propios, mas nunca á sus coetáneos, exceptuando el amo de casa. Si decia uno un dicho agudo, baxaban los demas los ojos, y se mordian la lengua de sentimiento de no ser ellos los autores. Eran ménos cautelosos que los magos porque no aspiraba su ambicion á tan altos objetos, solicitando cada uno un empleo de sirviente y la reputacion de grande hombre. Decíanse en su cara denuestos, que se les figuraban agudos epigramas. Habíaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicó que exterminase á un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidió la pérdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reía; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo. Acabada la comida, se fueron solos todos, porque en toda esta caterva no habia dos que se pudieran sufrir, ni se hablaban mas que en las casas de los ricos que á su mesa los convidaban. Creyó Babuco que poquísimo se perdia con que pereciese toda esta landre en la general destruccion.
Apénas se zafó de ellos, se puso á leer algunos de los libros que acababan de publicarse, y advirtió en ellos el carácter de sus convidados. Indignáronle mas que todo las gacetillas de calumnias, y los archivos de mal gusto dictados por la envidia, la hambre y la torpeza; viles sátiras que respetan los buytres y despedazan las palomas; novelas faltas de imaginacion, donde se ven mil retratos ideales de sugetos que sus autores no conocen. Tiró al fuego todos estos detestables escritos, y salió aquella tarde de casa, para ir al paseo. Presentáronle á un literato anciano que no habia venido á aumentar el número de sus pegotes. Esquivaba este la muchedumbre, conocia á los hombres, sabia servirse de ellos, y se explicaba con cordura. Hablóle Babuco con mucho sentimiento de quanto habia visto y leido. Cosas muy despreciables habeis leido, le dixo el cuerdo letrado; pero en todos tiempos y en todo pais es muy comun lo malo, y rarísimo lo bueno. Habeis dado acogida en vuestra mesa á las heces de la pedantería, porque en toda profesion lo que siempre se presenta con mas descaro es lo que ménos merece salir á la plaza. Viven unos con otros, sosegados y en el retiro, los verdaderos sabios, y aun no nos faltan libros y autores que son acreedores á vuestra atencion. Miéntras que estaba hablando, llegó otro literato, y fuéron sus razonamientos tan instructivos y agradables, tan superiores á las preocupaciones, y tan conformes con la virtud, que confesó Babuco que nunca habia oido semejante cosa. Hombres son estos, decia para sí, á quien no se atreverá el ángel Ituriel á hacer mal, á ménos que sea muy despiadado.
No conservaba ménos enojo contra lo demas de la nacion, puesto que se habia reconciliado con los literatos. Sois un extrangero, le dixo el hombre juicioso que le hablaba, y se os presentan de tropel los abusos, miéntras que se os esconde el bien oculto, y que no pocas veces de estos mismos abusos resulta. Supo entónces que habia entre los literatos muchos que no eran envidiosos, y hasta entre los magos algunos que eran virtuosos. Al fin entendió que estos grandes cuerpos, que con sus choques preparaban al parecer su ruina común, eran en la realidad fundaciones provechosas; que cada asociacion de magos era un freno para sus émulas; que si á veces estas diferian de opinion, todas enseñaban una moral misma; que instruían el pueblo, y sujetas á las leyes: semejantes á los preceptores que zelan los hijos de casa, miéntras que á ellos los zela el amo. Trató á muchos, y encontró entre ellos almas celestiales; y supo que entre aquellos mismos locos que querian poner guerra al Gran Lama, habia varones eminentes. Sospechó al cabo que podian ser lo mismo las costumbres de Persepolis que sus edificios, que unos le habian parecido dignos de lástima, y otros le habian sobrecogido en admiracion.
Dixo un dia al literato: Ahora conozco que los magos, que por tan peligrosos habia tenido, pueden ser muy provechosos, especialmente quando un prudente gobierno estorba que se grangeen sobrado influxo: ¿pero qué utilidades, pueden resultar de las colosales riquezas de los asentistas y agentes del fisco? Aquel mismo dia vió que la opulencia de estos, que tanto le habia repugnado, producia á veces mucho fruto, porque habiendo necesitado dinero el soberano, halló en una hora por su medio lo que por las vias ordinarias no hubiera en seis meses encontrado; y se convenció de que estas pardas nubes, alimentadas con el rocío de la tierra, le restituían en lluvias lo que de ellas recibian: aparte de que los hijos de estos hombres nuevos, por lo comun mas bien educados que los de las mas antiguas familias, valian mucho mas que estos; porque tener por padre un buen calculador no quita que sea uno juez recto, valiente soldado, ó hábil estadista.
Poco á poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni ménos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era orígen de tantas bélicas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con pequeños vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escrúpulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseqüencias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.
Queriendo exâminar todos los estados, hizo que le llevaran á casa de un ministro, y en el camino iba temblando de ver alguna muger asesinada por su marido en presencia suya. Llegó á la antesala del hombre de estado, y estuvo dos horas aguardando á que dixeran que estaba allí, y otras dos despues que lo hubiéron dicho, haciendo en este tiempo firmísimo propósito de recomendar al ministro y sus insolentes concierges al enojo del ángel Ituriel. Estaba la antesala atestada de damas de todas clases, de magos de todos colores, de jueces, mercaderes, oficiales y pedantes, que todos estaban quejosos del ministro. Decian el avariento y el logrero: No hay duda de que roba este hombre las provincias; afeaba sus rarezas el extravagante; decia el sensual que solo con sus gustos tenia cuenta; y esperaban las mugeres que en breve le sustituiria otro ministro mas mozo.
Oía Babuco todas estas razones, y no pudo ménos de decir: ¡Qué hombre tan dichoso es este! Todos sus enemigos los tiene en su antesala; su potencia abruma á sus envidiosos, y mira á sus plantas á quantos le detestan. Al fin entró en su gabinete, y vió á un viejecito agobiado de años y quehaceres, pero vivo todavia, y muy inteligente. Gustóle Babuco, y á Babuco le pareció un sugeto muy digno de estimacion. Fue muy interesante la conferencia: el ministro le confesó que era el hombre mas desgraciado; que le tenian por rico, y era pobre; que le creían omnipotente, y para todo encontraba impedimentos; que todos sus beneficios habian sido pagados con ingratitudes, y que en quarenta años de continuas faenas habia tenido apénas un rato de satisfaccion. Enternecióse Babuco, y dixo entre sí que si habia cometido algunos yerros este hombre, y por ellos le queria castigar el ángel Ituriel, bastaba con dexarle su cargo, sin exterminarle.
Estaba razonando con el ministro, quando entró desatentada la hermosa dama en cuya casa habia comido Babuco, manifestando su rostro y sus ojos los síntomas del dolor y el enojo. Prorumpió en amargas quejas contra el hombre de estado; vertió lágrimas; se lamentó amargamente de que hubieran negado á su marido un cargo á que podia aspirar por su cuna, y de que le hacian acreedor sus heridas y servicios; y habló con tanta energía, se quejó con tal gracia, desvaneció con tal maña los reparos, con tal eloqüencia esforzó sus razones, que no salió del gabinete hasta haber conseguido la fortuna de su marido.
Salió Babuco dándole la mano, y le dixo: ¿Es posible, señora, que os hayais tomado tanto trabajo por un hombre que no quereis, y que tanto teneis por que temer? ¿Cómo es eso que no le quiero? replicó la dama: sabed que mi marido es el mejor amigo que tengo en este mundo, y que sacrificaré por él todo quanto tengo, como no sea mi amante; lo mismo que hiciera él, ménos sacrificar á su querida. Quiero que la conozcais, que es una muy linda señora, muy discreta, y de excelente genio; esta noche cenamos juntos con mi marido y mi amiguito el mago: venid á participar nuestro gusto.
Llevóse la dama consigo á Babuco, y el marido que estaba sumido en el mas hondo dolor recibió á su muger con raptos de gratitud y alborozo, dando mil abrazos á su muger, á su dama, al mago, y á Babuco. El banquete le animáron el contento, las gracias y los donayres. Sabed, le dixo la hermosa dama con quien cenaba, que las que á veces califican de mugeres sin honra casi siempre poseen las virtudes de un hombre honrado; y en prueba de ello, venid mañana á comer conmigo en casa de la hermosa Teone. Algunas vestales viejas murmuran de ella, pero mas obras de beneficencia hace ella sola que todas juntas las que la muerden; no cometiera la mas leve injusticia por todos los intereses del mundo; á su amante le da siempre consejos generosos; solo su gloria la ocupa, y se sonrojaria él si en su presencia malograra una sola ocasion de obrar bien; porque no hay mayor estímulo para virtuosas acciones, que tener por juez y testigo de su conducta una amada cuyo aprecio anhela uno á merecer.
No faltó Babuco á la cita, y vió una casa que era el emporio de los placeres. En ellos reynaba Teone; con cada uno hablaba el idioma que entendia: su natural entendimiento dexaba explayarse el de los demas; agradaba casi sin querer; tan amable era como benéfica; y para dar mas lustre á todas sus dotes, era muy hermosa.
Conoció Babuco, puesto que era Escita y enviado por un genio, que si se detenia mas tiempo en Persepolis, le haria Teone olvidarse de Ituriel. Cogia cariño á la ciudad cuyos vecinos eran afables, corteses y benéficos, aunque murmuradores, insustanciales y vanidosos. Temia ya que fuese condenada Persepolis, y hasta temia la cuenta que á dar iba. Así para darla hizo lo siguiente: mandó al mejor estatuario del pueblo, que le fundiera una estatua pequeña, compuesta de todos metales, y de las tierras y piedras mas preciosas y mas viles; y se la llevó á Ituriel. ¿Haréis pedazos, le dixo, esta linda estatua, porque no es toda ella de oro y diamantes? Comprendió Ituriel el emblema, y se determinó á no tratar ni siquiera de enmendar á Persepolis, y dexar que anduviera el mundo como anda, diciendo: _Si no todo es bueno, á lo ménos todo es tolerable_. Subsistió pues Persepolis; y Babuco estuvo muy distante de quejarse, como hizo Jonas que se enfadó porque no fué destruida Ninive. Verdad es que quien ha pasado tres dias en el vientre de una ballena, no gasta tan buen humor como el que ha estado en la ópera, en la comedia, y ha cenado con gente de fino trato.
Entre los genios que a los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene a su cargo el departamento de la alta Asia. Bajó una mañana a la mansión del Escita Babuco, a orillas del Oxô, y le dijo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de genios de la alta Asia para decidir si habían de castigar ó destruir á Persepolis. Vete á este pueblo, examínalo todo; me darás cuenta, y por tu informe determinaré si he de castigar ó exterminar la ciudad. Yo, señor, respondió humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio á ninguno. Mas vale así, dixo el ángel, que no serás parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes serás bien visto.
Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontró en los valles de Senaar el exército persa que iba á pelear con el exército indio; y dirigiéndose á un soldado que halló en un parage remoto, le preguntó qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sé, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar mi vida: servir aquí ó allí, es para mí todo uno; y aun puede ser que me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entró en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntó el motivo de la guerra. ¿Cómo quereis que lo sepa yo? ¿y qué me importa, sea el que quiera? Yo resido á doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy á buscar fortuna ó la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. ¿Y vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben porque nos degollamos.
Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte años ha el Asia, procede en su orígen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Tratábase de un derecho que producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan algunas provincias.
Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis.
Preocupado con esta idea pasó al campo de los Indios, donde, conforme á lo que se le habia pronosticado, le recibiéron con tanto agasajo como en el de los Persas, y donde presenció los mismos excesos que le habian llenado de horror. Ha, ha, dixo para sí, si quiere el ángel Ituriel exterminar á los Persas, también tiene que exterminar á los Indios el ángel de las Indias. Habiéndose informado luego mas menudamente de quanto en ambos exércitos habia sucedido, supo acciones magnánimas, generosas y humanas, que le pasmáron y le embelesáron. Inexplicables mortales, exclamó, ¿cómo podéis juntar con tanta torpeza tanta elevacion, y tantas virtudes con tantos delitos?
Declaróse en breve la paz, y los caudillos de ambos exércitos, que por solo su interes habian hecho verter la sangre de tantos semejantes suyos, se fuéron á solicitar el premio á su corte respectiva, puesto que ninguno habia ganado la victoria. Celebróse la paz en escritos públicos que anunciaban el reyno de la virtud y de la felicidad en la tierra. Loado sea Dios, dixo Babuco; Persepolis va á ser la mansion de la mas acendrada inocencia, y no será destruida, como querian aquellos malditos genios: vamos sin mas tardanza á ver esta capital del Asia.
Llegó á esta inmensa ciudad por la antigua entrada, aun sumida en la barbarie, y que inspiraba asco por su rudo desaliño. Sentíase toda esta porcion del pueblo del tiempo en que se habia edificado; que hemos de confesar, sea qual fuere el empeño de exâltar lo antiguo á costa de lo moderno, que en todas cosas las primeras pruebas siempre son toscas.
Metióse Babuco entre una muchedumbre de gentío compuesto de quanto mas puerco y mas feo en ámbos sexôs pueda hallarse, la qual entraba á toda priesa en un obscuro y tenebroso recinto. El continuo zumbido, el movimiento que notaba, y el dinero que en un platillo algunas personas echaban, le dió á entender que estaba en un público mercado; pero quando vió que muchas mugeres se hincaban de rodillas, mirando al parecer á lo que tenian enfrente, y en realidad á los hombres de lado, echó de ver que se hallaba en un templo. Unas voces ásperas, carrasqueñas, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la bóveda resonara, parecidas á la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tapábase los oídos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando vió que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones. Levantaron estos una ancha piedra; tiráron á mano derecha y á mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que habían hecho, y volviéron á sentar la piedra. ¡Con que entierran estas gentes, exclamó Babuco, á sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! ¡con que estan empedrados con cadáveres sus templos! Ya no me espanto de las pestilenciales dolencias que con tanta freqüencia afligen á Persepolis; capaz es de envenenar todo el globo terraqüeo la podredumbre de tantos muertos y de tantos vivos apeñuscados en un mismo sitio. ¡Ha, qué sucio pueblo es Persepolis! Sin duda que la quieren destruir los ángeles, para edificar otra Ciudad mas hermosa, y poblarla de gentes mas aseadas, y que mejor canten: la Providencia sabe lo que se hace; no nos metamos en quitarle su idea.
Acercábase ya el sol á la mitad de su carrera, y tenia Babuco que ir á comer al otro extremo del pueblo, á casa de una dama para quien le habia dado carta de recomendacion su marido que era oficial en el exército. Anduvo por mil y mil calles de Persepolis; vió otros templos mas bien adornados, adonde concurria gente mas culta, y donde se oía una harmónica música; reparó en fuentes públicas, que aunque defectuosas hacian maravilloso efecto; vió frescas y amenas calles de árboles, jardines donde se respiraban los mas exquisitos olores, y se vían reunidas plantas de los mas remotos pueblos. Maravillóse al ver magníficos puentes, puesto que estaban destinados á pasar un arroyuelo que sin mojarse los piés se vadea las quatro quintas partes del año; pasó por calles anchas y magníficas, llenas de palacios á una y otra acera, y entró por fin en casa de la dama que con una sociedad de personas decentes le esperaba á comer. Estaba su casa limpia y bien adornada; la señora era moza, hermosa, discreta y cortés, y la sociedad amable; y decia Babuco entre sí: Sin duda que habia perdido el juicio el ángel Ituriel, quando queria destruir una ciudad tan cumplida. Mas advirtió muy breve que la señora, que al principio le habia pedido amorosamente nuevas de su marido, al fin de la comida hablaba mas amorosamente á un mago mozo. Luego vió que un magistrado delante de su propia muger hacia mil halagos á una viuda, la qual estrechaba con una mano el cuello del magistrado, y daba la otra á un mozo muy lindo y modesto. La primera que se levantó de la mesa fué la muger del magistrado, que se encerró en un gabinete inmediato para conferenciar con su director de almas, hombre eloqüentísimo, que con tal energía hubo de discurrir con ella, que volvió abochornado el rostro, humedecidos los ojos, la voz trémula, y los pasos vacilantes.
Babuco entónces se empezó á rezelar de que tenia razon el genio Ituriel. Con el dote que tenia de grangearse la confianza, supo aquel dia mismo los secretos de la dama, la qual le fió su cariño al mago mozo, asegurándole que en todas las casas de Persepolis encontraria lo mismo que en la suya habia visto. Infirió Babuco que no podia durar semejante sociedad; que todas las casas habian de estar asoladas por zelos, venganzas y rencillas; que sin cesar habian de verterse lágrimas y sangre; que infaliblemente habian de matar los maridos á los cortejos de sus mugeres, ó de ser muertos por ellos; finalmente que hacia Ituriel muy bien en destruir de una vez un pueblo abandonado á horrendos desórdenes.
Fuése despues de comer á uno de los mas soberbios templos de la ciudad, y se sentó en medio de una muchedumbre de hombres y mugeres que habian ido allí á matar el tiempo. Subió un mago á una máquina alta, y discurrió largo tiempo acerca del vicio y la virtud; y habiendo dividido en varias partes lo que no era menester dividir, probó metódicamente las cosas mas claras, enseñó lo que sabia todo el mundo, se exaltó sin motivo, y salió sudando y sin respiracion. Despertóse entonces la gente, y creyó que habia asistido á una instruccion. Babuco dixo: Este buen hombre ha hecho quanto ha podido por fastidiar á doscientos ó trescientos conciudadanos suyos; pero su intencion era buena, y esto no es motivo para destruir á Persepolis.
Lleváronle, al salir de esta asamblea, á que viera una fiesta pública que se celebraba todos los dias del año en una especie de basílica, en cuya parte interior se vía un palacio. Formaban tan hermoso espectáculo las ciudadanas mas hermosas de Persepolis, y los principales sátrapas colocados en órden, que al principio creyó Babuco que se reducia á esto la fiesta. En breve se dexáron ver en el vestíbulo de este palacio dos ó tres personas que parecian reyes y reynas; su idioma era muy distinto del que estilaba el vulgo, y tenia ritmo, harmonía y sublimidad. No se dormia nadie, que todos en alto silencio escuchaban, y si le interrumpian, era para dar pruebas de admiracion y ternura general; y con tan vivos y bien sentidos términos se hablaba de las obligaciones de los reyes, del amor de la virtud, y de los riesgos de las pasiones, que arrancáron lágrimas á Babuco: el qual no dudó que fuesen los predicadores del imperio aquellos héroes y heroinas y aquellos reyes y reynas que acababa de oir, y hasta hizo propósito de persuadir á Ituriel que los viniese á escuchar, cierto de que semejante espectáculo le reconciliaria con Persepolis para siempre.
Concluida la fiesta, quiso visitar á la reyna principal que en aquel hermoso palacio habia anunciado tan sublime y acendrada moral. Hizo que le introduxeran en casa de su magestad; y le lleváron por una mala escalerilla á un segundo piso, donde halló en un aposento pobremente alhajado una muger mal vestida, que con noble y patético ademan le dixo: Mi oficio no me da para vivir; uno de los príncipes que habeis visto me ha hecho un hijo: estoy para parir: no tengo dinero, y sin dinero todo parto es un mal parto. Babuco le dió cien daricos de oro, diciendo: Si no hubiera cosas peores en la ciudad, poco motivo tuviera Ituriel para estar tan enojado.
Fué de allí á pasar la tarde á las tiendas de mercaderes de magnificencias superfluas. Llevóle un sugeto inteligente que se habia hecho amigo suyo, compró lo que halló de su gusto, y con muchas cortesías se lo vendiéron mucho mas caro de lo que valia. Quando hubo vuelto á casa, le hizo ver su amigo que le habian estafado; y apuntó Babuco en su libro de memoria el nombre del mercader, para que el dia del castigo de la ciudad no le echara Ituriel en olvido. Estando escribiendo, llamáron á la puerta, y entró el mercader que le traía á Babuco su bolsillo que se habia dexado olvidado encima del mostrador. ¿Cómo es posible, dixo Babuco, que seais tan generoso y escrupuloso, despues de haber tenido cara para venderme vuestras buxerías quatro tanto mas de lo que valen? No hay en toda la ciudad, le respondió el mercader, negociante ninguno algo conocido, que no hubiese venido á traeros el bolsillo; mas quando os han dicho que os he vendido lo que en mi tienda habeis comprado el quadruplo de su valor, os han engañado, porque os lo he vendido diez veces mas de lo que ello vale; y esto es tan cierto, que si dentro de un mes os quereis deshacer de ello, no os darán ni el diezmo: y no hay empero cosa mas conforme á razon, porque siendo el antojo de los hombres lo que da valor á estas fruslerías, ese mismo antojo da de comer á cien obreros que empleo yo, y á mí me da una casa bien puesta, un buen coche, y buenos caballos. Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que á vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. Paróse Babuco pensativo un, rato, y le borró luego de su libro.
No sabiendo que pensar de Persepolis, se determinó á visitar á los magos y á los literatos, lisonjeándose de que alcanzarian estos el perdon de todo lo restante del pueblo, porque unos se aplican á la sabiduría, y á la religion los otros. La mañana siguiente fué á visitar un colegio de magos, y le confesó el archimandrita que tenia trescientos mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que exercia una vasta jurisdiccion en virtud de otro voto de humildad. Dicho esto, dexó á Babuco en manos de un aprendiz de mago, para que le obsequiase.
Enseñábale este las preciosidades de esta casa de penitencia, quando se esparció la voz de que traía comision de hacer reformas. Al punto le diéron memoriales de cada una, que todos en sustancia venian á decir: _Conservadnos á nosotros, y suprimid todos los demas_. Si daba crédito á sus propias apologías, todas estas congregaciones eran necesarias; si atendia á sus recíprocas acusaciones, todas merecian ser destruidas. Pasmábase Babuco de que no hubiese ninguna que, por edificar al universo, no quisiese ser árbitro de él. Presentósele entónces un hombrecillo que era semi-mago, el qual le dixo: La grande obra se va á cumplir, y Zerdust ha vuelto á la tierra; por tanto os rogamos que nos ampareis contra el Gran Lama. ¿Con que contra el pontífice monarca, respondió Babuco, que reside en el Tibet?--Contra ese mismo.--¿Pues qué? le hacéis guerra, y alistais contra él un exército?--No es eso; pero dice que el hombre es libre, y nosotros no lo creemos: escribimos contra él libracos que no lee; y apénas si nos ha oido mentar, puesto que nos acaba de condenar, como un propietario que manda extirpar las orugas de su huerto. Asombróse Babuco de la locura de hombres que profesan la sabiduría, de las marañas de los que habian renunciado del mundo, de la ambicion y altiva codicia de los que predicaban humildad y desinteres; y coligió que sobraban razones valederas á Ituriel para destruir toda esta raza.
Retiróse á su casa, mandó que le compraran libros nuevos para calmar su enfado, y convidó á comer á varios literatos para su recreo. Llegáron mas del doble de los que habia llamado, como acuden las avispas á la miel. No se daban vado estos gorreros á hablar y á engullir, y elogiaban dos clases de hombres, los muertos y ellos propios, mas nunca á sus coetáneos, exceptuando el amo de casa. Si decia uno un dicho agudo, baxaban los demas los ojos, y se mordian la lengua de sentimiento de no ser ellos los autores. Eran ménos cautelosos que los magos porque no aspiraba su ambicion á tan altos objetos, solicitando cada uno un empleo de sirviente y la reputacion de grande hombre. Decíanse en su cara denuestos, que se les figuraban agudos epigramas. Habíaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicó que exterminase á un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidió la pérdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reía; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo. Acabada la comida, se fueron solos todos, porque en toda esta caterva no habia dos que se pudieran sufrir, ni se hablaban mas que en las casas de los ricos que á su mesa los convidaban. Creyó Babuco que poquísimo se perdia con que pereciese toda esta landre en la general destruccion.
Apénas se zafó de ellos, se puso á leer algunos de los libros que acababan de publicarse, y advirtió en ellos el carácter de sus convidados. Indignáronle mas que todo las gacetillas de calumnias, y los archivos de mal gusto dictados por la envidia, la hambre y la torpeza; viles sátiras que respetan los buytres y despedazan las palomas; novelas faltas de imaginacion, donde se ven mil retratos ideales de sugetos que sus autores no conocen. Tiró al fuego todos estos detestables escritos, y salió aquella tarde de casa, para ir al paseo. Presentáronle á un literato anciano que no habia venido á aumentar el número de sus pegotes. Esquivaba este la muchedumbre, conocia á los hombres, sabia servirse de ellos, y se explicaba con cordura. Hablóle Babuco con mucho sentimiento de quanto habia visto y leido. Cosas muy despreciables habeis leido, le dixo el cuerdo letrado; pero en todos tiempos y en todo pais es muy comun lo malo, y rarísimo lo bueno. Habeis dado acogida en vuestra mesa á las heces de la pedantería, porque en toda profesion lo que siempre se presenta con mas descaro es lo que ménos merece salir á la plaza. Viven unos con otros, sosegados y en el retiro, los verdaderos sabios, y aun no nos faltan libros y autores que son acreedores á vuestra atencion. Miéntras que estaba hablando, llegó otro literato, y fuéron sus razonamientos tan instructivos y agradables, tan superiores á las preocupaciones, y tan conformes con la virtud, que confesó Babuco que nunca habia oido semejante cosa. Hombres son estos, decia para sí, á quien no se atreverá el ángel Ituriel á hacer mal, á ménos que sea muy despiadado.
No conservaba ménos enojo contra lo demas de la nacion, puesto que se habia reconciliado con los literatos. Sois un extrangero, le dixo el hombre juicioso que le hablaba, y se os presentan de tropel los abusos, miéntras que se os esconde el bien oculto, y que no pocas veces de estos mismos abusos resulta. Supo entónces que habia entre los literatos muchos que no eran envidiosos, y hasta entre los magos algunos que eran virtuosos. Al fin entendió que estos grandes cuerpos, que con sus choques preparaban al parecer su ruina común, eran en la realidad fundaciones provechosas; que cada asociacion de magos era un freno para sus émulas; que si á veces estas diferian de opinion, todas enseñaban una moral misma; que instruían el pueblo, y sujetas á las leyes: semejantes á los preceptores que zelan los hijos de casa, miéntras que á ellos los zela el amo. Trató á muchos, y encontró entre ellos almas celestiales; y supo que entre aquellos mismos locos que querian poner guerra al Gran Lama, habia varones eminentes. Sospechó al cabo que podian ser lo mismo las costumbres de Persepolis que sus edificios, que unos le habian parecido dignos de lástima, y otros le habian sobrecogido en admiracion.
Dixo un dia al literato: Ahora conozco que los magos, que por tan peligrosos habia tenido, pueden ser muy provechosos, especialmente quando un prudente gobierno estorba que se grangeen sobrado influxo: ¿pero qué utilidades, pueden resultar de las colosales riquezas de los asentistas y agentes del fisco? Aquel mismo dia vió que la opulencia de estos, que tanto le habia repugnado, producia á veces mucho fruto, porque habiendo necesitado dinero el soberano, halló en una hora por su medio lo que por las vias ordinarias no hubiera en seis meses encontrado; y se convenció de que estas pardas nubes, alimentadas con el rocío de la tierra, le restituían en lluvias lo que de ellas recibian: aparte de que los hijos de estos hombres nuevos, por lo comun mas bien educados que los de las mas antiguas familias, valian mucho mas que estos; porque tener por padre un buen calculador no quita que sea uno juez recto, valiente soldado, ó hábil estadista.
Poco á poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni ménos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era orígen de tantas bélicas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con pequeños vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escrúpulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseqüencias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.
Queriendo exâminar todos los estados, hizo que le llevaran á casa de un ministro, y en el camino iba temblando de ver alguna muger asesinada por su marido en presencia suya. Llegó á la antesala del hombre de estado, y estuvo dos horas aguardando á que dixeran que estaba allí, y otras dos despues que lo hubiéron dicho, haciendo en este tiempo firmísimo propósito de recomendar al ministro y sus insolentes concierges al enojo del ángel Ituriel. Estaba la antesala atestada de damas de todas clases, de magos de todos colores, de jueces, mercaderes, oficiales y pedantes, que todos estaban quejosos del ministro. Decian el avariento y el logrero: No hay duda de que roba este hombre las provincias; afeaba sus rarezas el extravagante; decia el sensual que solo con sus gustos tenia cuenta; y esperaban las mugeres que en breve le sustituiria otro ministro mas mozo.
Oía Babuco todas estas razones, y no pudo ménos de decir: ¡Qué hombre tan dichoso es este! Todos sus enemigos los tiene en su antesala; su potencia abruma á sus envidiosos, y mira á sus plantas á quantos le detestan. Al fin entró en su gabinete, y vió á un viejecito agobiado de años y quehaceres, pero vivo todavia, y muy inteligente. Gustóle Babuco, y á Babuco le pareció un sugeto muy digno de estimacion. Fue muy interesante la conferencia: el ministro le confesó que era el hombre mas desgraciado; que le tenian por rico, y era pobre; que le creían omnipotente, y para todo encontraba impedimentos; que todos sus beneficios habian sido pagados con ingratitudes, y que en quarenta años de continuas faenas habia tenido apénas un rato de satisfaccion. Enternecióse Babuco, y dixo entre sí que si habia cometido algunos yerros este hombre, y por ellos le queria castigar el ángel Ituriel, bastaba con dexarle su cargo, sin exterminarle.
Estaba razonando con el ministro, quando entró desatentada la hermosa dama en cuya casa habia comido Babuco, manifestando su rostro y sus ojos los síntomas del dolor y el enojo. Prorumpió en amargas quejas contra el hombre de estado; vertió lágrimas; se lamentó amargamente de que hubieran negado á su marido un cargo á que podia aspirar por su cuna, y de que le hacian acreedor sus heridas y servicios; y habló con tanta energía, se quejó con tal gracia, desvaneció con tal maña los reparos, con tal eloqüencia esforzó sus razones, que no salió del gabinete hasta haber conseguido la fortuna de su marido.
Salió Babuco dándole la mano, y le dixo: ¿Es posible, señora, que os hayais tomado tanto trabajo por un hombre que no quereis, y que tanto teneis por que temer? ¿Cómo es eso que no le quiero? replicó la dama: sabed que mi marido es el mejor amigo que tengo en este mundo, y que sacrificaré por él todo quanto tengo, como no sea mi amante; lo mismo que hiciera él, ménos sacrificar á su querida. Quiero que la conozcais, que es una muy linda señora, muy discreta, y de excelente genio; esta noche cenamos juntos con mi marido y mi amiguito el mago: venid á participar nuestro gusto.
Llevóse la dama consigo á Babuco, y el marido que estaba sumido en el mas hondo dolor recibió á su muger con raptos de gratitud y alborozo, dando mil abrazos á su muger, á su dama, al mago, y á Babuco. El banquete le animáron el contento, las gracias y los donayres. Sabed, le dixo la hermosa dama con quien cenaba, que las que á veces califican de mugeres sin honra casi siempre poseen las virtudes de un hombre honrado; y en prueba de ello, venid mañana á comer conmigo en casa de la hermosa Teone. Algunas vestales viejas murmuran de ella, pero mas obras de beneficencia hace ella sola que todas juntas las que la muerden; no cometiera la mas leve injusticia por todos los intereses del mundo; á su amante le da siempre consejos generosos; solo su gloria la ocupa, y se sonrojaria él si en su presencia malograra una sola ocasion de obrar bien; porque no hay mayor estímulo para virtuosas acciones, que tener por juez y testigo de su conducta una amada cuyo aprecio anhela uno á merecer.
No faltó Babuco á la cita, y vió una casa que era el emporio de los placeres. En ellos reynaba Teone; con cada uno hablaba el idioma que entendia: su natural entendimiento dexaba explayarse el de los demas; agradaba casi sin querer; tan amable era como benéfica; y para dar mas lustre á todas sus dotes, era muy hermosa.
Conoció Babuco, puesto que era Escita y enviado por un genio, que si se detenia mas tiempo en Persepolis, le haria Teone olvidarse de Ituriel. Cogia cariño á la ciudad cuyos vecinos eran afables, corteses y benéficos, aunque murmuradores, insustanciales y vanidosos. Temia ya que fuese condenada Persepolis, y hasta temia la cuenta que á dar iba. Así para darla hizo lo siguiente: mandó al mejor estatuario del pueblo, que le fundiera una estatua pequeña, compuesta de todos metales, y de las tierras y piedras mas preciosas y mas viles; y se la llevó á Ituriel. ¿Haréis pedazos, le dixo, esta linda estatua, porque no es toda ella de oro y diamantes? Comprendió Ituriel el emblema, y se determinó á no tratar ni siquiera de enmendar á Persepolis, y dexar que anduviera el mundo como anda, diciendo: _Si no todo es bueno, á lo ménos todo es tolerable_. Subsistió pues Persepolis; y Babuco estuvo muy distante de quejarse, como hizo Jonas que se enfadó porque no fué destruida Ninive. Verdad es que quien ha pasado tres dias en el vientre de una ballena, no gasta tan buen humor como el que ha estado en la ópera, en la comedia, y ha cenado con gente de fino trato.
Melancolía- Escritora
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